Los nuevos dirigentes del Partido Socialista deberán hacerse cargo de la conducción partidaria en un escenario muy distinto del de marzo de 2014, cuando Michelle Bachelet volvió a La Moneda e Isabel Allende asumió la presidencia del Senado. En solo tres años, la euforia devino en incertidumbre. ¿Cómo llegó el PS a la situación actual, en la que da la impresión de no saber hacia dónde ir?
Desde su fundación en 1933, al PS le ha pasado de todo, lo que incluye el extravío de sus congresos de 1965 y 1967, que proclamaron la vía armada para acceder al poder, y la terrible derrota de 1973. En los años de la dictadura, cientos de sus militantes fueron asesinados, muchos más encarcelados y torturados, y miles empujados al exilio. En 1979, se produjo la división que tuvo a Clodomiro Almeyda y Carlos Altamirano como líderes de las facciones en pugna, y pasó una década antes de la reunificación.
No es claro que el PS haya extraído las lecciones de fondo del desastre de la Unidad Popular. Incluso entre sus nuevos dirigentes parece predominar una visión idílica de esa experiencia. Y sucede que la izquierda de aquel tiempo erró completamente el rumbo y que el PS carga al respecto con una responsabilidad abrumadora. No es solo historia: esquivar ese asunto impide definir acertadamente la lucha de hoy por una sociedad más justa.
El capítulo más encomiable de la historia del PS es el aporte que hizo a la recuperación de la democracia, al éxito de la transición y a la enorme obra de los años concertacionistas. Se demostró entonces que había una izquierda que entendía la necesidad de establecer amplias alianzas y gobernar sin llevar al país a una crisis. Sin embargo, frente a esa fructífera experiencia, que debería ser motivo de orgullo por haber puesto a Chile a la cabeza de América Latina, en el PS han prevalecido el gesto agrio y la queja. Es como si las antiguas consignas se resistieran a someterse a la realidad. Allí está la raíz del fracaso de la Nueva Mayoría.
La decisión del PS sobre la elección presidencial revelará qué pulsiones morales y políticas se imponen en su seno. Lo esencial es qué valores quiere representar; si aspira a poner el foco de interés más en la sociedad civil que en el Estado; si quiere ser la expresión de una izquierda moderna, democrática, no populista, sin complejos ante la economía de mercado. Un partido que condene a todas las dictaduras. De todo ello depende su credibilidad futura.
En un clima saturado por la ansiedad de satisfacer las demandas del último desfile, el PS debe resolver si está dispuesto a actuar con autonomía para defender el interés colectivo; si quiere apostar por el rigor en las políticas públicas y bregar por la decencia y las buenas costumbres en el espacio público. Un partido resuelto a combatir todos los abusos y a promover una estrategia de desarrollo que aliente la responsabilidad y la iniciativa de las personas. No cabe duda de que son tiempos difíciles, pero solo pueden afrontarse con una disposición que inspire respeto en los ciudadanos. (La Tercera)
Sergio Muñoz