Hacer lo correcto… pero hacerlo correctamente

Hacer lo correcto… pero hacerlo correctamente

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En la introducción a su libro Strategy, la Escuela de Negocios de Harvard plantea que la creación de estrategias dice relación con “hacer lo correcto” o “doing the right things”, en tanto que implementarlas versa sobre “hacer las cosas correctamente” o “doing things right” (Harvard Business School Press, Boston, 2005). Quizás no pueda haber mejor descripción del dilema que nos ha llevado a enfrentarnos en las urnas el próximo 4 de septiembre.

En un plebiscito, un 78 por ciento de las chilenas y chilenos mostraron que finalmente habíamos llegado a un consenso estratégico como nación; un consenso que nos decía que la elaboración de una nueva Constitución era “hacer lo correcto”. Algunos podrán decir que haber alcanzado tal consenso fue una demostración de madurez. Quizás lo fue, pero también hay que admitir que esa presunta madurez fue desmentida por el primer intento de “hacerlo correctamente”. De hecho, hoy día, luego de un primer intento de dar forma a esa mirada estratégica, estamos más divididos que antes. La estrategia era acertada… pero la implementamos mal y eso es algo sobre lo que, afortunadamente, también tenemos un amplio consenso. De acuerdo a todas las encuestas, la mayoría de los chilenos, casi en la misma proporción en la que estuvimos de acuerdo en la necesidad de una nueva Constitución, estamos también de acuerdo en que la que escribió la Convención Constitucional no es buena y se dividen entre quienes llanamente quieren escribirla de nuevo y quienes quieren  aprobar el texto elaborado por la Convención… para luego reformarlo.

Llegados a este punto la gran interrogante es ¿ante esta nueva evidencia, seguiremos haciendo lo incorrecto o ya llegó la hora de actuar con corrección? Una interrogante válida a la luz de los portentosos esfuerzos por llegar a un acuerdo acerca de qué cambiar de un texto constitucional… ¡al que sin embargo llaman a aprobar! que, digitados directamente por el presidente de la República, desarrollaron durante la semana pasada las dos coaliciones que apoyan al gobierno. Esos intentos, que culminaron con una espectacular entrega pública de resultados el pasado jueves, estuvieron permanentemente bajo la sombra que proyectaba Guillermo Teillier, el presidente del Partido Comunista, que como el cuervo de Poe que repetía constantemente “nunca más”, repetía que su partido no estaba disponible para “cualquier acuerdo”.

Teillier hizo siempre gala de una lógica tan impecable como implacable. Comenzó por señalar hace una semana atrás “No sé qué le podríamos mejorar a la nueva Constitución”. Lógica pura, pues si la iban a aprobar, por qué habrían de cambiarla. Y por si fuera necesaria una mayor explicación, en una nueva entrevista dos días después, agregó “Nosotros queremos perfilar mejor, en eso estamos.” Y para aclarar la diferencia entre “perfilar” y “reformar”, explicó: “… es complejo que los partidos políticos nos arroguemos la potestad de que podemos reformar la Constitución. Lo podemos hacer una vez que esté aprobada y de acuerdo a lo que la misma Constitución dice.” Y ese es el punto esencial de la lógica del Partido Comunista: cualquier cambio sólo es posible si se hace de acuerdo con lo que el texto dice. ¿Por qué? Porque no es posible reformar un texto que no sólo es complejo, sino que también es integral; no es un conjunto de piezas algunas de las cuales se puedan quitar para ser reemplazadas por otras pretendiendo que el todo no pierda coherencia. Intentarlo es absurdo; es, aunque el presidente del Partido Comunista no lo diga con esas palabras, “no hacer las cosas correctamente”.

Sin embargo, nuevamente dos días más tarde, se entregaron los acuerdos. ¿Se le había doblado la mano al Partido Comunista y sus aliados? No. No fue eso lo que ocurrió si se examinan los “cambios” que las dos coaliciones finalmente se avinieron a realizar a la Constitución propuesta una vez que haya sido aprobada.

El acuerdo versó sobre cinco aspectos, de los cuales el único que representa un cambio real con relación al texto constitucional propuesto es el que señala que éste se reformará para incluir el Estado de Emergencia por grave alteración de la seguridad pública. Algo obvio luego que el presidente ha debido apelar a este estado de excepción constitucional como una forma, todavía precaria, de contener el terrorismo en la Macrozona Sur. Del resto, poco que decir. Con relación a la plurinacionalidad, se mantiene todo y se aclara que el “consenso previo” de que habla la Constitución se refiere solo a los temas que afectan a los pueblos indígenas, es decir justamente lo que ya sabemos y de lo que disienten los partidarios del Rechazo, pues otorga un inmenso poder a las naciones indígenas (ese es el verdadero título que le da el proyecto constitucional), sobre los territorios que ellas reclamen como propios y que pueden incluir toda clase actividades productivas actualmente en operación y pueblos e incluso ciudades. Todo lo demás acordado es sólo una aclaración de lo escrito en la Constitución sin que cambie nada de ella, con la excepción, tal vez, de la eliminación de la iniciativa parlamentaria para proyectos que irroguen gasto público, que “se cree necesaria” de eliminar, aunque no se afirma que se eliminará. Igualmente “se cree” necesario eliminar la reelección consecutiva del presidente de la República.

De este modo y como en la fábula de Esopo, rugieron los montes y parieron un mísero ratón. La explicación del episodio la dio, era que no, el inefable Guillermo Teillier, que no bien terminada la presentación se hizo del micrófono y aclaró que el acuerdo se refería “…a la percepción ciudadana de que hay algunos puntos del texto de la nueva Constitución que a lo mejor no se entienden bien”. O sea, efectivamente se trataba sólo de aclarar cosas, no de cambiar nada. Y para no dejar lugar a dudas afirmó además que “no podemos garantizar que vamos a hacer estas cosas porque en esto tendrá que haber debate popular. Ninguno de nosotros quiere pasar por sobre la soberanía popular, la queremos respetar. Tampoco desdeñamos el trabajo de las y los convencionales, han hecho un gran trabajo con este texto”.

Clarísimo, ¿no? A pesar de que la abrumadora mayoría del país piensa que el proyecto presentado por la Convención Constitucional es malo, mientras esté allí el PC ningún cambio real se hará a ese texto. Acuerdos como el presentado el pasado jueves sólo están pensados para atraer los votos de algunos indecisos. Algo bastante parecido al engaño en realidad o, para usar las enseñanzas de la Escuela de Negocios de Harvard, sólo otra manera de hacer las cosas incorrectamente. (El Líbero)

Álvaro Briones