UNO SE imagina que el más sorprendido de aparecer como el político mejor evaluado del país, debe ser el propio Alejandro Guillier. Nadie duda que es un buen tipo, con un pasado destacado en las comunicaciones. Pero, también es cierto, que es un aparecido en la política, donde todavía no se ha destacado en nada, por lo que no deja de ser raro que hoy se instale como candidato presidencial.
Pese a ello, Guillier, no parece ni sorprendido, ni agobiado. Por el contrario, ya camina y habla como candidato. No le costó mucho creerse el cuento. Que nadie sepa lo que piensa o cómo sería su eventual gobierno, es una anécdota. Si la gente lo pide, no hay nada más que decir.
El caso de Guillier es un reflejo de cómo están las cosas en la política. Es cierto que como sociedad vivimos bajo la premisa de que la imagen es fundamental. Pero en el mundo de la política, la imagen parece ser todo. Sólo así se explica que el senador por Antofagasta esté en la posición en que se encuentra. Algo que tiene claro el diputado y experto electoral, Pepe Auth, quien señala que lo más importante para ganar una elección es tener un candidato que sea creíble y competitivo. La ideas y el programa, se pueden comprar. El carisma no. Visto de esta manera, la política ya no es el arte de gobernar, sino sólo el de ganar.
Bajo este prisma, el presidente es una suerte de títere. Acá no se trata de buscar una persona que lidere, que tenga un sueño que inspire y un programa realista. No, lo importante es ser un rostro. Y Guillier es el personaje perfecto. Durante todo su vida fue un rostro televisivo. Ahora lo es de la política. Para él nada ha cambiado. Está en lo suyo, en lo mejor que sabe hacer, el mundo de las imágenes.
Todo esto habla del desprestigio de la política. Un sector donde las barreras de entrada están muy bajas, tanto que un tipo sin currículum, sin trayectoria en este campo, puede alcanzar situaciones de privilegio. Es como llegar a ser Messi, sin haber jugado nunca fútbol.
Lo anterior, sin embargo, choca con la realidad. Todos saben que gobernar es un arte cada día más complejo. Y que, en esto, la popularidad y el carisma no son suficientes. Basta mirar el caso de la propia Bachelet, hoy abrumada por las críticas a su gestión. Es injusto decir que con Guillier pasaría lo mismo. Pero tampoco hay que ser muy listo para entender que hay un riesgo alto de que sea así. El patrón es muy similar.
En todo esto, Guillier, es sólo el síntoma. Cualquiera en su posición actuaría igual. Es difícil, por no decir imposible, no tentarse o creerse el cuento cuando todos le dicen que es el elegido. Claro, en un comienzo, le reconoció una suerte de paternidad a Lagos. Dijo que no competiría si el expresidente lo hacía. Hoy, lo desconoce, ironiza con su figura. ¿Qué cambió? ¿Descubrió, de un día para otro, que está mejor preparado para el desafío? Nada de eso. Simplemente tiene mejor rating. Y, de eso, el hombre sabe. Y aprendió que en la política, como en la televisión, eso parece ser todo. Entonces, actúa en consecuencia y hoy se pasea como estadista, pese a que no ha hecho nada para serlo.
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