Guerra indo-pakistaní, China y las narrativas globales

Guerra indo-pakistaní, China y las narrativas globales

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Durante el conflicto armado indo-pakistaní sucedió algo muy relevante para entender el ascenso chino al status de superpotencia. Fue uno de esos sucesos con la fisonomía de aquellos denominados por Braudel como “de larga duración”. Y, quizás, sean los propios chinos los más  sorprendidos, pues, mucho antes de lo previsto y esperable, han tenido un éxito muy notable en el campo bélico. Bien pudiera ser entonces que el país, a partir de ahora, se entusiasme con sus narrativas globales también en cuestiones armamentísticas. Poder duro absoluto.

En efecto. Las empresas que construyen algunos de sus caza-bombarderos más avanzados han obtenido unos logros que no estaban “planificados”. Consiguieron testear en combate el modelo J-10C, que suelen tenerlo en oferta por todo el mundo y que, hasta ahora, los especialistas consideraban en un rango menor a los franceses Rafale, al sueco Gripen y al estadounidense F-16. Dicho sea de paso, éste último fue el que le sirvió de inspiración a los ingenieros chinos.

El contexto lo ha dado Pakistán, país que ha estrechado sus lazos económicos y militares de manera muy visible estos últimos años con Pekín, al punto que se estima en 80% el origen de todas sus adquisiciones bélicas. En 2021, Pakistán se convirtió en el primer comprador extranjero de los J-10C. Fue la gran atracción al año siguiente, cuando los mostró durante una feria aérea para su Día Nacional. Luego, fueron vistos participando en misiones de reconocimiento transfronterizo sobre Irán el año pasado. Mas nunca en combate. Algo que, en estas materias, es considerado clave.

El resultado es un hito. En un intenso incidente, los J-10C, pilotados por pakistaníes, lograron derribar varios Rafale (esos de fabricación francesa). Algunas versiones hablan de hasta cinco. Fue el primer enfrentamiento de aviones chinos y occidentales en combate real. Especialistas ponen énfasis en que disponen de un sistema de ejecución llamado ABC, en el cual intervienen varias aeronaves interconectadas, las cuales logran derribar al enemigo mediante tres fases (A, lo marca, luego B lanza fuego letal, y C, supervisa la ejecución general). Los aviones chinos mostraron una maniobrabilidad excepcional y pasaron a ser una pesadilla para las defensas indias.

Dada la pertenencia del Rafale a la alta gama mundial de cazas, se trata de un resultado completamente inesperado. No fue casualidad entonces aquella abrupta baja de casi un 10% de las acciones de Dassault (fabricante de Rafale) en los cinco días posteriores al derribo.

Pero, aparte de esta fuerte sorpresa, se han multiplicado las especulaciones sobre otro caza chino, más moderno aún, y que, aparentemente, todavía no está a la venta, el Chengdu J20. Expertos dicen que es aún más temible, porque tendría la cualidad de furtivo, es decir, invisible a los radares. A mayor abundamiento, los chinos anunciaron recientemente la inminente entrega de una mega nave nodriza de drones, capaz de transportar hasta 100 de esos modernos dispositivos y con un radio de acción de 5 mil kms, lo cual implicará una revolución en este tipo de aparatos. Por último, el conflicto indo-pakistaní ha servido hasta ahora para ver en combate también a unos misiles chinos, llamados PL-15E, que tienen un alcance de 150 kms y fueron utilizados en la neutralización de los Rafale.

Lo ocurrido en los cielos de India/Pakistán avala lo que se ha venido comentando de manera insistente. Que los conflictos modernos ya no se deciden sólo por la potencia de fuego, sino por la capacidad de integrar sistemas dispersos de misiles, radares, cazas, drones.

Por lo mismo, el papel silencioso de la elevada tecnología aérea usada ahí no es una consideración menor. Responde a una cuestión cultural. Se está cumpliendo en este conflicto esa asombrosa regularidad que mereció la atención intelectual del gran internacionalista argentino, Carlos Escudé: “El ser humano, desde que descubrió el bronce, nunca más peleó con arcos y flechas… y así sucesivamente”. La inclinación hacia la alta tecnología en los conflictos parece, por lo tanto, inexorable.

Luego, en un plano más político, la irrupción china tiene dos lecturas adicionales.

Por un lado, durante el desarrollo de las hostilidades, la cancillería de Pekín, ocupando un tono prudente y neutro, llamó a la moderación de las partes. Pero, por otro, es sencillamente imposible que militares y sectores nacionalistas del gobierno (como se reflejó en muchas redes sociales pro-chinas), no hayan recibido eufóricos tamaño logro. Una escena dual, pero muy representativa del tránsito que vive aquel país.

Lo interesante y complejo es lo que se atisba ahora en el horizonte. Será inevitable el entusiasmo en convertirse a la brevedad en proveedores masivos a nivel mundial. Así como también será inevitable que clientes compradores se entusiasmen y haya procesiones a Pekín. Surgirá una disyuntiva.

Especialistas sostienen que para expandir su tecnología bélica, en especial la aérea, China no alcanza aún niveles tecnológicos estandarizables de manera masiva. Menos aún, dispone de una élite capaz de manejarse políticamente de forma simultánea en la provisión de equipamiento en zonas en conflicto. Como se sabe, su fuente de poder ha sido arquetípicamente administrativa. Para dar el salto a escala planetaria se requiere tiempo y especialmente un capital humano especializado. Por algo, su horizonte estratégico ha sido fijado en 2049.

Baste recordar que hasta la llegada de Deng al poder, China se consideraba parte del Tercer Mundo y que, tan sólo un par de años antes, Chou le había confesado a Kissinger que Pekín tenía sólo cinco embajadas en el mundo.

Esto significa que, en el tránsito al status de superpotencia, cualquier país debe adquirir variadas facetas de proyección de poder y disponer de un magnetismo que vaya más allá de lo simbólico. Toda superpotencia debe desarrollar una capacidad inmaterial ubicua y hacer sentir a todos que es su vecino cercano en cualquier circunstancia. Esa cualidad la describió fantásticamente el secretario de Estado, James Baker III, durante una visita en la lejana Mongolia en 1990 cuando, tras caído el comunismo, los nuevos líderes suplicaban ayuda. “Piensen siempre en nosotros, como si fuéramos su tercer vecino; ese que está dispuesto a llegar apenas lo necesiten”.

El inesperado éxito en combate de las plataformas aéreas chinas no invita al optimismo por otros motivos también. Está claro que la superioridad aérea será decisiva en cualquier conflicto sobre el Estrecho de Taiwán o en el Mar del Sur de China. Resulta que hasta ahora EE.UU. había estado vendiendo a Taiwán y a Filipinas su F-16 como un antídoto frente al J-10C. Es evidente que ahora saltará la natural duda acerca de cómo será el comportamiento en combate.

En síntesis, se puede apreciar que el conflicto indo-pakistaní está otorgando nueva actualidad a esas untimely questions, sobre cómo deben prepararse los países para aquellos momentos en que los dioses se ponen a intrigar. Eso pensaban griegos y romanos cuando empezaban a flotar en el aire vientos bélicos.

En consecuencia, ingenuas resultaron esas esperanzas de la desaparición de las guerras y sus riesgos (por el temor a las heridas, decía el novelista Joseph Conrad). Las perspectivas en Medio Oriente, Ucrania e India/Pakistán se ven poco tranquilizadoras. (El Líbero)

Iván Witker