Se dice que Edmund Burke, político y filósofo irlandés, fue el primero en utilizar la expresión “Cuarto Poder” para referirse a la prensa. En realidad, en el curso de un debate en la Cámara de los Comunes en 1787 se refirió a los reporteros sentados en la tribuna de la prensa como “Cuarto Estado” y afirmó que eran “más importante que todos los demás”. Cuarto Estado o Cuarto Poder como se dice ahora, ya en el siglo XVIII se reconocía la importancia de la prensa no sólo como informadora, sino como fiscalizadora de los actos públicos.
Esa importancia se ha incrementado exponencialmente en el presente y en todo el mundo, merced a la gigantesca cantidad de información que cualquier persona recibe diariamente por una diversidad de medios imposibles de imaginar en el siglo XVIII. Una humanidad informada es, sin duda, una humanidad más libre y esa libertad es uno de los pilares fundamentales de la democracia. Pero la experiencia -igualmente mundial- ha demostrado que ese alud de información puede ser mal utilizado y que la mentira y la mala intención pueden mezclarse, sin ser advertidos, con la verdad informativa.
Y también ocurre que la facilidad de informar se convierte para algunos en una necesidad. Que las cadenas de radios, diarios, revistas, canales de televisión o quienes se sienten obligados a alimentar a seguidores en Facebook, Instagram, Tik Tok o podcasts, se ven forzados a repetir a su modo y a interpretar -también a su modo- cada palabra o cada hecho que ocurre, aún cuando carezca de importancia. Y que en virtud de ello suelan equivocarse o llevarnos -y junto con nosotros a analistas políticos y a académicos- a aceptar como verdaderas y a magnificar situaciones irreales o irrelevantes. Nos llevan, en suma, a vivir en la condición en la que Jean Paul Sartre describía a su abuelo, de quien decía que a lo largo de su vida había puesto todo su empeño “en fabricar grandes circunstancias con pequeños acontecimientos”.
Y eso es algo que puede llevar a anular todo lo positivo que tenga la capacidad de información que hemos llegado a obtener y a convertir la libertad que nos debería entregar esa información en servidumbre respecto de mentiras o elucubraciones sin sentido.
Dos situaciones recientes me permiten ilustrar lo que quiero advertir.
La primera de ellas afectó a José Antonio Kast, de quien se afirmó que en el “XXI Seminario Moneda Patria Investments 2025” habría dicho que se disponía a gobernar por decreto, algo que él nunca dijo. Lo que señaló literalmente fue que revisaría “todas las potestades administrativas que tiene el Estado” y que muchas sanciones contempladas en la ley no se aplican, lo que, según él, justifica gobernar dentro del marco legal sin recurrir a nuevas leyes. Para terminar de aclarar lo que dijo, desde el Partido Republicano explicaron que no propuso gobernar por decretos, sino que buscaba aplicar “todas las atribuciones legales y constitucionales que el Ejecutivo ya posee”.
Lo cierto es que sus palabras y las aclaraciones subsecuentes fueron claras, y que el significado de lo que dijo también lo fue, aunque no tuvo nada que ver con la legalidad o no, o la valoración ética o no que tenga la práctica de gobernar por decretos. Y el significado de lo que realmente dijo, no de lo que le imputaron, es mucho más importante que aquello de lo que finalmente se terminó hablando.
Porque en sus palabras reposaban transparentemente la idea y la voluntad de que lo que importa en política es hacer lo que cada uno cree que es correcto, sin considerar otras opiniones (para qué, si lo correcto ya está identificado). Y que esa idea y esa voluntad se expresan, en el caso del Presidente de la República, en la convicción de que esas otras opiniones, la obligación de escucharlas y la posibilidad jurídica de que ellas intervengan modificando la decisión ejecutiva de hacer lo correcto, sólo sirven para retardar o entorpecer ese actuar en beneficio de lo correcto. Por ello, lo que él pretende en caso de ser presidente es ignorar al Congreso toda vez que le sea posible “en el marco de la Constitución y las leyes”. Puede desprenderse de sus palabras, así, la concepción del poder político como el derecho de hacer lo que se estima correcto cuando se tiene la posibilidad de hacerlo, sin escuchar a otros y mucho menos llegar a acuerdos con ellos.
Y esa concepción de la política y la democracia son importantes, porque se opone a otras concepciones de la democracia y la política. Porque hay quienes creemos que la democracia y la política fueron creadas para administrar la diversidad, no para imponer la verdad o la perfección. Por ello es que, en democracia, existen instituciones independientes del poder Ejecutivo como el Congreso: para que allí se expresen y sean respetadas las opiniones de todos, aun cuando no sean las opiniones mayoritarias. Y también para llegar a acuerdos con quienes expresan esas opiniones -aún al costo de no imponer lo que la mayoría estima correcto o necesario- para lograr así que lo acordado los exprese a todos y sea sólido y perdurable en el tiempo. Por ello es necesario que el Ejecutivo escuche y dialogue siempre con el Congreso, aunque, en virtud de alguna atribución legal o constitucional, pueda ignorarlo.
La situación que afectó a Juan Sutil es distinta, pero tiene el mismo efecto. En su caso se redujo a sacar totalmente de contexto una expresión, para construir a partir de allí una “gran circunstancia”. Sutil admira la transición chilena y lo señaló en el curso de una entrevista con CNN, como ejemplo de la capacidad integradora de la propuesta de su candidata Evelyn Matthei; una capacidad que en su opinión es equivalente a la que se demostró en esa transición. Dijo exactamente: “…de los mejores momentos de la historia de Chile, desde el punto de vista político, fue el término del gobierno militar dictatorial. Para mí no es una dictadura porque las dictaduras se perpetúan en el poder, el gobierno fue dictatorial y terminó. Eso fue una salida negociada democrática”. Dejó en claro, así, su opinión sobre la transición y sobre la que yo defino como dictadura y él define como “gobierno militar dictatorial”. Y la razón de su definición radica -en su opinión- en la forma como ese régimen terminó, no en las formas en que gobernó ni en los crímenes que perpetró, algo que él mismo se encargó de explicar luego en un mensaje en X: “Democracia siempre. Soy un hombre de profundas convicciones democráticas y creo que lo ocurrido en nuestro país fue triste y no debe suceder nunca más. Los Derechos Humanos se deben respetar y defender siempre y en todo lugar.”
Lo dicho y su explicación posterior son claros, sin embargo, han dado lugar a toda clase de interpretaciones, que comenzaron por aquello que la prensa se preocupó de destacar como principal: “Juan Sutil niega que régimen de Pinochet haya sido una dictadura” (edición digital de BioBioChile). El efecto del aislamiento de una parte de la frase (“no es una dictadura”) y de ignorar otra (“gobierno militar dictatorial”), no puede sino generar reflexiones fuera de lugar acerca de una expresión que sólo se entiende en el contexto en que fue dicha.
Es hora, pues, de pedir algo más de seriedad a quienes nos ofrecen información o comparten con nosotros sus opiniones. De otro modo terminaremos por desvirtuar totalmente ese valor supremo de la democracia que es la información y seguiremos creando “grandes circunstancias” de “pequeños acontecimientos”. (El Líbero)
Álvaro Briones



