Confiar es un acto valiente y necesario. En ausencia de confianza, la existencia se transforma en un enredo de incertidumbres, como transitar sobre una cuerda suspendida sin sostén. Confiar es el acto más audaz y, al mismo tiempo, el más esencial para que todo encuentre su camino.
Los problemas que afectan a Chile son multidimensionales y graves.
Uno de ellos es la desconfianza en los partidos políticos y el Congreso.
En las mediciones del Centro de Estudios Públicos (CEP), miden apenas un 3% y un 8% respectivamente.
Justamente es la clase política la que debe responder ante los ciudadanos y recuperar las confianzas.
La candidata comunista Jeannette Jara, continuidad del actual gobierno, hoy se declara socialdemócrata pese a que ni ella ni su asesora Nicole Cardoch (PS) saben explicarlo. Las contradicciones de Jara son graves. ¡No es lo mismo nacionalizar el litio y el cobre que no hacerlo! ¡No es correcto pretender igualar primero y luego crecer! Aumentar el salario mínimo como primera medida en un 40% para crecer vía aumento de la demanda es una falacia. Resulta inexplicable que Jara sea apoyada en este torrente de contradicciones que tocan principios fundamentales, por la Democracia Cristiana y personas notables de la ex Concertación. ¿Por qué las personas no confían? Parece que vale más un cargo que las convicciones.
La inseguridad en el país debe cesar. Abarca desde el delito menor hasta homicidios, secuestros y el avance del crimen organizado. Más allá del número, importa la tendencia: es creciente, y solo se agravó durante este gobierno. El crimen organizado ha penetrado instituciones como Carabineros, PDI, Fuerzas Armadas, la justicia y más. Esto requiere seriedad y un gran equipo a cargo. El actual y recién creado Ministerio de Seguridad está compuesto por amigos políticos sin experiencia. Los candidatos no pueden solo declarar este grave problema sin mostrar un equipo sólido, con nombres y experiencia. La inseguridad vulnera un derecho fundamental que garantiza nuestra Constitución: vivir en un entorno seguro. Además, aumenta la inequidad, ya que no todos pueden defenderse igual. Hoy, los candidatos deben mostrar equipos sólidos junto a un plan serio, coordinado y con financiamiento. El país se recibirá con problemas fiscales.
El estancamiento económico lleva diez años, desde el segundo gobierno de Bachelet y sus reformas. Aumento del desempleo al 8,9% y del desempleo femenino a más del 10%. Inflación al alza. Informalidad creciente. La pobreza supera el 20% con los nuevos cálculos. Sin crecimiento e inversiones no habrá cambio. El equipo económico debe ser sólido.
La salud, la educación y el acceso a la vivienda siguen al debe. Imposible extenderse aquí, pero también requieren fondos y programas serios.
Se necesita generar ingresos; para ello, es imprescindible la inversión. Gobernabilidad y reglas de juego claras, tanto fiscales como de permisos.
La gobernabilidad es clave. No es solo estabilidad o control estatal, sino un equilibrio dinámico entre legitimidad política, instituciones sólidas, responsabilidad social y un Estado moderno capaz de ejecutar políticas públicas de manera efectiva. La capacidad de diálogo es un pilar central de la gobernabilidad, pues conecta legitimidad, estabilidad y eficacia.
Esto no es abstracto: un Estado moderno, reglas claras, capacidad de diálogo y un gobierno que escuche y negocie con actores políticos, sociales y económicos para construir acuerdos amplios que legitimen sus decisiones. En sociedades diversas, donde hay múltiples intereses en juego, el diálogo evita que las reformas sean percibidas como imposiciones, reduciendo la resistencia y aumentando la aceptación social. La estabilidad democrática requiere mayorías políticas respaldadas por un consenso social suficiente, lo que es imposible sin canales de conversación permanentes.
Esto es lo que debe lograr quien aspire a presidir el país.
Durante la campaña se observa, además de las contradicciones esenciales en Jara, un populismo exacerbado en Parisi, que apoyaría nuevos retiros previsionales pese al daño que ya causaron al país.
Preocupa el desorden en ciertas campañas y la rigidez en otras, pues con razón las personas podrían preguntarse si esto seguiría igual en una eventual presidencia.
Veintitrés partidos y apenas 505.539 militantes no representan a los ciudadanos debido a la altísima e ingobernable fragmentación política. La reforma política sigue trabada en el Parlamento, impidiendo mejorar el sistema. Sin embargo, siendo la columna vertebral de la democracia, los partidos políticos son responsables ante cada ciudadano. Simple y claro: los ciudadanos no confían en ellos. Tampoco en los parlamentarios. ¿Se preguntarán por qué? La respuesta es evidente: ponen sus egos y ambiciones políticas por encima de la gente, y los ciudadanos lo saben.
En los últimos meses, primero en la primaria oficialista y luego hasta hoy, la confrontación y la bajeza en redes sociales muestran a una clase política que no solo no acuerda, sino que agrede.
La capacidad de diálogo no ha sido la mayor fortaleza del candidato José Antonio Kast, ni siquiera para concretar primarias. Hoy, los cinco candidatos de la oposición se enfrentan entre sí. Esto aumenta la incertidumbre y confusión de los votantes. Una estrategia que divide aguas y que ha sido irresponsable.
Los líderes políticos se ven constantemente ante la disyuntiva de decidir si, frente a un tema, conviene buscar acuerdos amplios o confrontar agresivamente para exhibir debilidades ajenas y ganar ventaja. Aunque la política implica competencia por el poder, su objetivo principal debe ser el desarrollo del país y el bienestar de su población. Por eso, la cooperación debe primar sobre la confrontación. Esta es una de las razones del rechazo ciudadano a la clase política.
La intransigencia y la superioridad moral llevan al “no nos podemos mezclar con ellos»… La conducción responsable del país no puede cegar su mirada por este tipo de actitudes.
La suma de decisiones contrarias a la unidad, el diálogo y el acuerdo pavimentan un camino equivocado, alejando a los ciudadanos de la esperanza en un futuro mejor.
Ganan los egos y personalismos. Anteponer partidos y divisiones a Chile no es lo que los ciudadanos merecen.
Prometen resolver en un mes muchas cosas y en tres meses aún más. ¿Con qué leyes? ¿Con qué mayorías?
El ciudadano espera que el político esté presente y piense en la mejor forma de resolver sus problemas, y que cumpla su palabra. No hacerlo destruye la confianza. Sin confianza, ninguna interacción humana es posible y la sociedad no podría existir. La confianza es el vínculo invisible que permite que todo funcione. Recuperarla es complejo y requiere transparencia, consistencia y tiempo. Requiere coraje y es indispensable. La pelea chica por distritos va contra la ciudadanía, que espera una clase política abierta y dispuesta a ceder para lograr objetivos comunes.
Tomar en serio este momento crítico de Chile es un deber ineludible. (El Líbero)
Iris Boeninger



