Gaza en Chile

Gaza en Chile

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Tengo dos queridos amigos a los que estimo, admiro y respeto por igual. Inteligentes y cultos, son personas destacadas en sus actividades profesionales y académicas. Se da el hecho, además, de que los tres coincidimos en nuestra visión general de las cosas y hemos terminado compartiendo la misma militancia política. Uno de ellos es judío y el otro es palestino.

Hasta hace algún tiempo habría debido decir “ambos son chilenos”, pero las circunstancias me obligan a describirlos de esa manera. Y es que, desde el malhadado 7 de octubre de 2023, cuando Hamas lanzó su sanguinario ataque a Israel desde la Franja de Gaza, que ocasionó una igualmente sanguinaria retaliación por parte de Israel, ambos cambiaron. De modo sutil la mayor parte del tiempo, aunque a veces menos sutil, ambos han utilizado medios públicos e instancias privadas para expresar sus opiniones. Y se trata de opiniones en las que esas identidades, que llamaré de origen, llevan a posiciones divergentes. De ese modo, como ha ocurrido con decenas de miles de otros compatriotas, han terminado por traer a nuestro país, a su país, y en este caso a nuestra amistad, un terrible conflicto que se vive a miles de kilómetros de nuestras fronteras.

Desde luego no tengo nada que reprocharles: es de la más genuina humanidad preocuparse por esa horrible tragedia que no sólo atormenta a palestinos y judíos, sino que afecta por igual a todos quienes nos consideramos parte de esa humanidad. La tragedia agregada, en mi caso, es la constatación de la facilidad con que la desventura humana, aún aquella generada a esa distancia física de nosotros, puede alcanzarnos hasta golpearnos de una manera absolutamente personal.

El fenómeno, desde luego, vuelve a demostrar que un ser humano es todos los seres humanos y que ninguna tragedia, en ninguna parte del mundo, debe resultarnos ajena. Pero también debemos aceptar que este caso, esta particular tragedia, no nos puede pasar desapercibida.

Desde que comenzó a registrarse la historia de los seres humanos, la parte de esa historia que corresponde a quienes se consideraban judíos o eran considerados judíos por los demás, ha sido una historia de persecuciones y masacres. Mujeres y hombres unidos por una religión y en no pocas ocasiones aún sin ella, creyentes o no, de diferentes orígenes raciales y étnicos, han mantenido a lo largo de los siglos la identidad esencial de saberse los constantes perseguidos, los encerrados en guetos, los expulsados en masa de ciudades y países, los quemados vivos en actos de fe y asesinados en pogromos, aquellos a los que se quiere exterminar. ¿Cómo no entender, entonces, la voluntad de mi amigo de reconocerse judío, aunque sea chileno? ¿De reconocerse en esa identidad que lo hermana con la suerte de quienes entregaron a la humanidad el genio de un Spinoza o un Einstein, pero que también fueron sacrificados por millones durante el Holocausto?

Luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando terminaron de conocerse las atrocidades cometidas por el nazismo en contra de los judíos y otros grupos humanos como los gitanos o los eslovacos, la opinión pública progresista del mundo coincidió en reconocer a los judíos como pueblo y otorgarles el derecho a una patria y un Estado. Estados Unidos se demoró 11 minutos en reconocer el nuevo Estado de Israel luego que éste fuese proclamado por David Ben Gurión el 14 de mayo de 1948 y la Unión Soviética lo hizo 72 horas después. Los países de América Latina se encontraron entre los primeros en reconocerlo y de hecho Guatemala fue el segundo después de Estados Unidos, seguido de Uruguay pocas horas más tarde. Nuestro país lo hizo en febrero de 1949, antes de que se cumpliera un año de su fundación.

Parecía el fin de siglos de sufrimiento e injusticia. Y hasta cierto punto lo fue.  Sólo que se hizo posible merced al comienzo del sufrimiento de otro pueblo: el palestino. La sola decisión de las Naciones Unidas de 1947, de partir Palestina en dos Estados, uno judío y otro palestino, significó el comienzo del éxodo de millares de palestinos de tierras en las que sus familias habían vivido por siglos. Un éxodo que, como el de los judíos, había comenzado mucho antes hasta llevar a los palestinos a constituirse en una población nómada posible de encontrar en prácticamente todo el mundo, entre ellos el nuestro en donde ha constituido uno de los asentamientos de descendientes de emigrantes palestinos más grandes del mundo. Personas que hoy se destacan en prácticamente todas las esferas del quehacer social, profesional, político y ciudadano de Chile.

Aún al día de hoy, un Estado Palestino no cuenta con el reconocimiento universal y Palestina sólo es admitida como observadora en la ONU (Israel es Estado miembro desde 1949). La Autoridad Nacional Palestina, constituida tras los acuerdos de Oslo de 1994 como entidad de autogobierno de los palestinos en Cisjordania y Gaza, tiene administraciones diferentes -una de ellas controlada por una organización terrorista- y con presencia militar israelí en varias zonas para proteger asentamientos israelíes instalados de facto en su territorio.

O eso, al menos era lo que ocurría hasta el estúpido y criminal ataque de Hamas, porque hoy Gaza es sólo un escenario de guerra sin administración política alguna, convertida en una tierra arrasada en donde casi nada queda en pie y cuyos habitantes (los sobrevivientes) deben desplazarse cotidianamente de un lugar a otro huyendo de esa destrucción. Y más recientemente, para agregar la humillación a la muerte y la ruina, un poderoso del mundo ha decidido “limpiar” Gaza de palestinos -que probablemente le afean el paisaje como en algún momento los judíos le “afeaban” el paisaje a los nazis europeos- para instalar allí un hotel de lujo.

¿Cómo no entender, entonces, la voluntad de mi otro amigo de reconocerse palestino, aunque sea chileno?

Lo único claro es que una gran desgracia afecta a la humanidad toda y que es la humanidad misma la que debe reaccionar. Octavio Paz señaló hace ya muchos años, en un pasaje de Tiempo Nublado, que judíos y palestinos estaban “condenados a convivir”. Sigue siendo una verdad que obliga: obliga a quienes pueden influir en detener esa desgracia en donde ella se está produciendo y obliga aquí, en nuestro país, a recuperar la amistad de todas las chilenas y chilenos, independientemente de nuestro origen. (El Líbero)

Álvaro Briones