Con la cantidad de conflictos que hoy soportamos en nuestro país, no estamos en condiciones de asumir el del Medio Oriente, que es el más antiguo e irreductible del planeta. Totalmente de acuerdo con la importante columna del sábado de Hernán Felipe Errázuriz.
En 1998, como embajador en Israel y por instrucciones del Presidente Eduardo Frei, me correspondió negociar directamente con el Rais Yasser Arafat y su canciller Saeb Erakat la instalación de una Oficina de Representación en Ramallah, territorio palestino. Fue una decisión de avanzada a nivel regional y precedente directo del reconocimiento de la Estadidad de Palestina dispuesta por el Presidente Sebastián Piñera. Ambas decisiones se ejecutaron y comunicaron al gobierno de Israel, con base en las resoluciones 242, de 1967, y 338, de 1973, del Consejo de Seguridad de la ONU.
Actuando de ese modo, Chile apoyaba los procesos de paz en la región, por discontinuos que sean. Haciéndolo, hemos tenido en especial consideración la coexistencia de las comunidades judía y árabe establecidas en el país, asumiendo y diseminando la consigna de “no importar a Chile el conflicto del Medio Oriente”.
Es un hecho que el conflicto palestino-israelí no ha cesado. Pero tampoco ha cesado nuestra política de Estado. Por eso es tan delicado que representantes de nuestros poderes produzcan hechos que la transgreden.
Agrego que, quizás ignorándolo, quienes protagonizan hoy esas manifestaciones reproducen esos agresivos comportamientos de minorías estudiantiles conocidos como funas. Como académico pude experimentarlas de cerca, también respecto de un embajador de Israel. Ello fijó en mi recuerdo a don Eugenio González, cofundador del Partido Socialista y uno de nuestros grandes rectores de la Universidad de Chile, de quien anoté este párrafo de un hermoso discurso: “la educación, en cuanto proceso formativo y orientador de las nuevas generaciones, es una forma superior de la política”. (El Mercurio Cartas)
José Rodríguez Elizondo