Cada semana se consolida la percepción de que el escenario internacional se está erosionando de manera acelerada. Han aflorado demasiados sentimientos contrapuestos, surgiendo múltiples focos de hostilidad. A través de todo el Medio Oriente. Gaza, Irán, Yemen, Líbano. Pero también por otras zonas del planeta. India, Pakistán, Ucrania, Taiwán y un larguísimo etc.
Hace pocos días se supo que Finlandia -país ejemplo de equidistancia y neutralidad durante el siglo pasado- ha decidido reforzar militarmente su frontera con Rusia. Al igual que sus pequeños vecinos bálticos, dice temer lo peor. El entorno se habría vuelto insoportablemente hostil.
En tanto, la semana pasada, el gobierno japonés informó que ha iniciado la construcción de una importante base de misiles en la isla de Hokkaido, al norte del país. Lo más cerca posible de China y Rusia. También dice percibir una hostilidad insoportable. Instalará allí misiles de largo alcance, incluidos los Tomahawk, recién adquiridos a EE.UU. y que tuvieron un destacado desempeño en la neutralización de Irán la semana pasada.
A simple vista parecieran reacciones simplemente epidérmicas. Sin embargo, se trata de focos con bastante profundidad e intensidad. Reúnen las condiciones como para pensar en que tendrán larga duración. Quién habría imaginado, por ejemplo, que ese foco bélico ruso-ucraniano iba a sobrepasar los tres años. Podría decirse que el cuadro general proyecta un valor axiomático. El mundo entero se ha adentrado de forma definitiva en el siglo 21 portando niveles inauditos de violencia efectiva y potencial.
Los catastrofistas vaticinan una Tercera Guerra Mundial. La visión recuerda una de las frases favoritas de Mao Tse-Tung.
Los más realistas, en tanto, divisan focos tipo epicentros. Fuertes, pero con escasa o nula conexión entre ellos. Y cuando la tienen, son muy febles.
Un muy buen ejemplo de aquello fue la respuesta de Putin al canciller iraní en medio de los bombardeos durante la semana pasada. El enviado de los ayatollas había sido enviado allí a clamar por ayuda. Dado que en enero de este año habían firmado un llamado “acuerdo estratégico” se le tenía por aliado. La sorpresa fue mayúscula. Con voz pausada, Putin explicó: “En Israel viven dos millones de rusos; es un país rusohablante”. El canciller lo miró estupefacto. Sintió en carne propia la nueva naturaleza que exhibe la conflictividad internacional. Hay algo más que simples reacciones epidérmicas.
Este cuadro demandará nuevas capacidades a los estadistas. Para reconocer y manejarse en la realidad geopolítica que se ha instalado habrá que recurrir a la deidad romana Jano; siempre con dos caras. Una, mirando las posibilidades que ofrece una diplomacia aguda y fuerte, pero, por otro, sin olvidar lo esencial; que la fortaleza real descansa ahora más que nunca en unas fuerzas armadas modernas y robustas. Ambas caras serán necesarias de manera mucho más intensa que en otras épocas. Por de pronto más que en todo el siglo 20, donde el éxtasis se llamaba lealtad acérrima. Hubiese guerra o paz, había que mostrar una sola cara. Ergo, la nueva arquitectura de convivencia será bifronte; guste o no guste.
Reflejos en América Latina son, desde luego, esperables. Por de pronto, dos focos de hostilidad, cuyas derivadas pueden ser muy complejas.
Por un lado, el más visible tiene a Venezuela y Guyana como posibles protagonistas. El enfrentamiento es por 160 mil kms2 del Esequibo, con suficiente potencial como para desencadenar una crisis bélica, y que tiene como trasfondo la inmensidad de recursos naturales allí depositados. Si se tienen en consideración las alianzas externas de ambos países, dicha crisis puede tornarse dramática. Por ahora son perceptibles algunos escarceos; con dosis variables de peligrosidad. La retórica pacifista pareciera ya haber sido desahuciada.
Por otro lado, bien puede incubarse en el Atlántico sur un foco de hostilidad de naturaleza distinta. No sólo por el hecho de haberse registrado ya una guerra entre Reino Unido y Argentina, sino por la acumulación de temas candentes y de intereses en juego.
Por ahora hay contención en ambas partes. Eso explica la falta de reacciones sustantivas a la reciente actualización de la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 publicada por el Reino Unido (Seguridad en un Mundo Peligroso), donde se redefinen sus prioridades. En el documento se mencionan las Falkland/Malvinas, Gibraltar y bases militares repartidas por el mundo. Se habla de la necesidad de estar preparados para enfrentar actores estatales hostiles y abordar un ambiente poco amistoso. Enfatiza la importancia estratégica de esos territorios y la consiguiente demanda de asegurar su defensa. No son palabras tiradas al aire.
Identifica a Rusia, China, Corea del Norte y otros, establece también los dominios del posible enfrentamiento (cibernético, militar, espacial y otros), así como delinea su política de alianzas (OTAN, G7). Y al hablar de inversiones, indica que modernizará su flota naval y sus infraestructuras en ultramar. Ahí calzan las islas del Atlántico sur.
¿Cuánto durará la indiferencia argentina frente a este documento? Sería anómalo si finalmente es tirado a un vertedero de desechos; como si no hubiese existido. Difícil aventurar un juicio. Nadie sabe cuánto de continuidad o innovación tendrá en definitiva la política exterior de Milei. Por el momento, se han concentrado en reafirmar ante la ONU el reclamo de soberanía sobre todo el enjambre de islas y el canciller ha insistido en calificar de “unilateral” y “violatorio” de la Resolución 3149 las actividades económicas que se llevan a cabo allí, especialmente la pesca y los hidrocarburos. Con alguna frecuencia se escucha también -aunque principalmente en medios y redes sociales- críticas a la militarización de las islas.
Este último punto pareciera ser el más sensible. De hecho, un think tank estadounidense se planteó las implicancias de una posible instalación de una base naval permanente . Si bien el punto de partida del artículo es propio de la visión estadounidense de superpotencia y estima que la presencia de destructores, fragatas y submarinos fortalecería la faceta disuasoria de su proyección de poder, la verdad es que se trata de una forma de aproximación al problema que bien pudiera transformarse en un detonador de turbulencias. De esas difícil de manejar en un plano político-diplomático.
Por ahora se trata de una cavilación circunscrita a la reflexión militar; es decir, sin mayor trascendencia política. Sin embargo, el explosivo cuadro mundial obliga a no perder de vista la facilidad y rapidez con que se esparcen los focos de hostilidad. Una sola chispa puede incendiar la pradera, era la gran admonición de Mao Tse-Tung.
Luego, no es algo accesorio ver el contexto geopolítico que se está configurando allí. Hace poco menos de dos años, Rusia, China y Sudáfrica realizaron unas maniobras militares que deben haber levantado más de una suspicacia en Washington y quizás en Londres. En este juego del Atlántico sur, la voz de Sudáfrica quizás está alcanzando un peso específico real.
En resumen, los focos de hostilidad se han instalado con fuerza. Habrá que asumir algo que parece obvio, pero difícil de aceptar. Que la política, especialmente la internacional, no es enemistad ad nauseam, en el sentido schmittiano, como tampoco una conversación amistosa ad infinitum. Ni menos disquisiciones sobre las bondades de las instituciones y de las ideas del liberalismo. Se está ante una capa nebulosa que requiere prudencia en la conducta y una actitud comprensiva sobre cada foco de hostilidad. (El Líbero)
Iván Witker



