El Dr. Fernando Monckeberg me hizo ver en junio de 1975 la importancia de la estimulación temprana en los niños. Me aseguró que en Chile el problema de la desnutrición infantil ya había dejado de ser crítico. Lo grave era la falta de estimulación en los niños de 0 a 4 años por parte de sus padres, quienes, mientras más pobres, más desconocían su importancia fundamental para sus hijos. Este fenómeno se agrava a mayor pobreza, ya que la estimulación indirecta dada por el entorno de sus viviendas y el vocabulario de sus padres disminuyen hasta casi desaparecer.
El Ministerio de Educación presentó, entonces, un plan para atender a 300.000 niños de entre 2 y 4 años en extrema pobreza urbana, llamado el proyecto CAI (Centros de Atención Integral). Para este proyecto, el entonces ministro de Hacienda, Jorge Cauas, comprometió la reasignación de un 10% de reducción de los recursos en exceso recibidos por las universidades (que llegaron a alcanzar un 51% del presupuesto del Ministerio de Educación debido al caos presupuestario de 1973), siempre que se llevara a la práctica en un plazo de 10 años.
Quienes afirman que aprobar este tipo de proyectos en esos años era fácil están equivocados. El proyecto CAI no pudo hacer más allá de tres a cuatro jardines piloto, porque se opusieron la directora de la Junta de Jardines Infantiles y la hija y la señora del Presidente de la República por estimarlo “economicista”… El 10% de financiamiento comprometido por Hacienda no se pudo ocupar.
Hoy, 44 años después de los hechos relatados aquí, todavía no se llega de verdad a los niños más pobres de 0 a 4 años. Se han construido muchos jardines infantiles y algunas salas cuna en los últimos 10 años. Desgraciadamente, muchos niños en extrema pobreza —los que más requieren de esta política pública— todavía no perciben sus beneficios. ¿Por qué? Simple, los padres no conocen su importancia.
Consecuencia de lo anterior es que un 85% de quienes no envían a sus hijos a un jardín infantil, según la encuesta Casen 2017 (y seguramente más de los que no los envían a una sala cuna), considera que esto no es necesario. La encuesta Casen 2017 permite estimar que un 60% de los niños de 0 a 4 años no asiste a una educación preescolar, es decir, 600.000 niños, de los cuales al menos 150.000 pertenecen al 20% más pobre de la población. Además, un alto porcentaje de los niños matriculados presenta elevados índices de inasistencia. Tener muy presente que a mayor pobreza esta educación es más necesaria, y que en Chile su atención disminuye junto con la edad y la pobreza. Un verdadero escándalo.
Conclusión de lo anterior es que se debe tratar de hacer un uso más eficiente de los recursos destinados a la estimulación intelectual y socioemocional de los niños más vulnerables de 0 a 4 años. Se debe actuar focalizadamente en los 150.000 niños de 0 a 4 años del 20% de menores ingresos —apoyando mediante subsidios también a instituciones que ofrezcan este servicio a domicilio, en las casas de las familias a las que se quiere apoyar, en lugar de esperar que ellas lleven a sus hijos a una sala cuna o jardín— y enseñarles a los padres a estimular a sus hijos.
Esto ya se está haciendo a pequeña escala en Chile y se está demostrando que es posible y eficiente. El nuevo proyecto de ley de subvención para los niveles medios de educación parvularia debiera incluir un aporte para este tipo de servicios, junto con certificar y fiscalizar a las entidades que lo desarrollen. Además, se debe crear una subvención similar para atender a niños vulnerables de 0 a 2 años también en sus casas.
Ya es hora de que a los pobres no los hagan seguir esperando y que, al menos en este tema, todos estemos de acuerdo en soluciones técnica y financieramente correctas y factibles. Pongamos de una vez el foco en la primera infancia. Pongamos de una vez a los niños primero para evitar así las actuales desigualdades extremas de ingresos. (El Mercurio)
Jorge Claro



