La pregunta debe estar rondando hoy en la derecha y en la centroizquierda. Porque —no vale la pena engañarse— ambas fueron las grandes derrotadas en la elección de ayer.
La derecha, desde luego.
Si se examina el problema mirando a Lavín y lo que representa, no cabe duda de que se trata del fin. El fin de una generación y de un proyecto político que, a pesar de los esfuerzos, los disfraces de variada índole y el cambio de discurso ya no convence, ni hace sentido al tradicional electorado de derecha. El último significante de la derecha surgida a la sombra de la dictadura acaba de desaparecer. El triunfo de Sebastián Sichel es, sin duda, un signo de que el votante de ese sector se ha movido al centro, que la derecha ha quedado finalmente despoblada. Por eso este resultado sorprendente puede ser también un comienzo, el comienzo de una centroderecha liberal, socialmente abierta, capaz de sintonizar con la trayectoria vital de la mayoría de las personas, consciente de la injusticia; pero a la vez de la responsabilidad personal, sensible a la diversidad y el mérito.
Porque lo que muestra el resultado de esta elección —más quizá que todas las que la han precedido— es que una nueva sensibilidad ha brotado en la derecha. Y obliga a recordar que la política no es solo cuestión de ideas y de proyectos —quien tiene las mejores o más innovadoras, la imaginación más efervescente— sino que es también la búsqueda del electorado por encontrar un discurso, una narrativa que le brinde reconocimiento a su trayectoria vital.
En el caso de la izquierda la situación no es muy distinta.
Basta mirar el tono, los énfasis, de la campaña de Gabriel Boric y compararla con la de Daniel Jadue para advertir de qué forma este último pareció hacer esfuerzos deliberados por distanciarse de la comprensión que la ciudadanía tiene de sí misma. Si el Frente Amplio compitiendo a solas —sin la necesidad de medirse con un aliado inmediato— tendía a enfatizar una visión de los malestares de la sociedad chilena que no se condecía con la trayectoria vital de las mayorías, puesto frente al desafío de diferenciarse del candidato comunista logró sintonizar con esa dimensión del electorado de izquierda menos esquemático a la hora de comprender la situación de la sociedad chilena. Está por verse, desde luego, si ello es producto de un proyecto o de la personalidad carismática de Gabriel Boric y de su innegable inteligencia como candidato.
¿Será este el fin de la centroizquierda?
En lo inmediato todo parece indicar que sí. Una derrota generacional; pero también discursiva.
Gabriel Boric vinculó su triunfo a las movilizaciones sociales de hace más de una década y mostró una retórica y una agenda de motivos —las movilizaciones sociales, la desigualdad, las palabras de Allende— que dejará sin espacio a la centroizquierda de Narváez o de Provoste. Una vez que Boric hizo suyos esos motivos ¿cuáles, sin que suene a un remedo, a sucedáneo o a facsímil, podrán ser los de Narváez o Provoste frente a su audiencia?
Las palabras de un candidato, los temas que esgrime, la narrativa que es capaz de tejer, la memoria que despierta, van configurando un ámbito de discurso y de significados que, cuando tienen éxito, llenan el espacio simbólico y transforman en simple eco a quienes le compiten. Después de oír a Gabriel Boric y atender a la temática que insinuó su discurso, no cabe duda de que si sigue así desalojará —si es que ya no ha desalojado— a Narváez y a Provoste, cuyas palabras de aquí en adelante sonarán a imitación.
¿Qué seguirá?
Comenzará un ciclo en el que se enfrentan dos visiones del Chile reciente, a cargo de dos políticos con excepcional carisma, ambos despegados del quehacer de las últimas décadas. Una —Sichel— que enfatiza el ideal meritocrático y de responsabilidad individual; la otra —Boric— que subraya las desventajas estructurales y la épica del colectivo.
El respetable público dirá. (El Mercurio)



