Hay momentos en que incluso las mejores cabezas anidan ideas estúpidas o torcidas, o estrambóticas o ridículas. Y no tienen ningún pudor en manifestarlas con total seriedad. Este fue, desgraciadamente, el caso del ministro Marcel y sus explicaciones sobre la chambonada del gas.
Para explicar por qué se gastaron 117.000 pesos por cada balón de gas que se distribuiría a precio justo, el ministro elaboró la siguiente explicación. Dijo que se trataba de un programa piloto y formuló —el ceño arrugado tras los anteojos— lo que sigue:
“… los programas piloto tienen ese propósito; no puede esperar que un programa piloto sea perfecto, pero sí lo que puede asegurar es que si hay errores de diseño o de altos costos, va a tener la oportunidad de corregir, modificar antes de escalarlo a un programa más ambicioso…”.
La puerilidad de esa explicación (por llamarla así) es flagrante e indigna del prestigio del ministro. Es demasiado obvio que se resiste a reconocer que simplemente fue una chambonada, una chapuza.
Y la falacia que el ministro emplea para esconderla salta a la vista. ¿En qué consiste? Primero se define un programa piloto como una iniciativa que pierde dinero (o, como prefiere el ministro, como algo que no es perfecto); luego se da ese nombre a una medida de política y, más tarde, cuando el despilfarro queda a la vista, se niega que se trate de un fiasco y se elude la responsabilidad diciendo que, en realidad, no hay fracaso y no es necesario buscar culpables, puesto que, como se dijo con antelación, se trataba de un programa piloto, algo que por definición no era perfecto. Todo esto es simplemente absurdo, y solo el descuido de los periodistas, que en vez de preguntar escuchan embobados, explica que una autoridad pública se permita decir cosas como esas, tan ridículas y pueriles como si alguien ingresara a la universidad, le fuera mal en el primer año, y luego de ser expulsado les dijera a sus padres que no hay de qué preocuparse, ni tampoco motivos para reproches, puesto que esos estudios no eran más que un programa piloto. O el médico lo examina a usted que está resfriado, le da un fármaco, su enfermedad se agrava, usted pierde su dinero y el médico para tranquilizarlo le dice que no hay motivos para la queja, puesto que se trataba de una terapia piloto. Un matrimonio se rompe y no es un fracaso, puesto que era un matrimonio piloto. Esto es simplemente tonto. Es obvio que el estudiante del ejemplo simplemente fracasó, la pareja naufragó y el médico era un inepto.
Esta forma de esconder los errores flagrantes que el ministro acaba de inventar es, además de absurda, peligrosa porque provee de pretextos a la ineptitud, a la simple estulticia. Es obvio que en el plan del gas había que prever ex ante y calcular, también ex ante, los costos. Es lo que se llama evaluación de proyectos (hay disciplinas universitarias que enseñan eso). Y una vez que el cálculo se efectúa y todo indica que los costes están por sobre los beneficios, lo correcto es no llevar adelante el plan. Pero es obviamente tonto no calcular ex ante los costos o, lo que es peor, hacerlo y descubrir que ascenderían a 117.000 pesos por balón de gas, y razonar de la manera que el ministro acaba de sugerir: hagamos un programa piloto para cerciorarnos de que el plan de 117.000 pesos por balón de gas supone efectivamente un gasto de 117.000 pesos por balón de gas. Algo así como hacer un plan piloto para comprobar que despilfarrar 100.000 pesos equivale a despilfarrar 100.000 pesos.
Otra consecuencia de la explicación del ministro (que se parece mucho a una actitud que en ocasiones reiteradas ha tenido el Presidente) es que generaliza la idea de que los errores no importan si se corrigen. La vida como ensayo y error, la política como ensayo, la adopción de decisiones como programa piloto, la existencia como improvisación.
La única explicación de todo esto —que deja a salvo la razón, pero en el suelo la responsabilidad que se espera de las autoridades— es que se haya sabido lo que esta política costaría y, así y todo, se haya llevado adelante creyendo que la popularidad que con ella se obtendría lo justificaba. En otras palabras, que cada voto o voluntad seducida por el calor del gas valía, para quien adoptó la medida, 117.000 pesos. Pero sobra decir cómo habría que calificar ese razonamiento.
El ministro Marcel posee un gran prestigio y, desgraciadamente, esta reacción suya no ha estado a la altura. Y es que lo que ha dicho es una excusa cantinflesca, una simple maniobra de solidaridad con la tontería, una frase para ocultar la ineptitud de alguien, pero también el descuido propio, una simple coartada.
Y lo peor es que de aquí en adelante no faltará el que diga que los errores del Gobierno no importan porque, total, se trataría de un gobierno piloto, donde incluso una de sus mejores cabezas arriesga convertirse en un ministro piloto cuyas explicaciones frente a los desaguisados no son definitivas, sino que… explicaciones piloto. (El Mercurio)
Carlos Peña