Estrategia de Kast: lo que conocemos y lo que aún desconocemos

Estrategia de Kast: lo que conocemos y lo que aún desconocemos

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El espejismo de la moderación y la pinza estratégica

En el umbral de la elección presidencial para el período 2026-2030, la esfera política se encuentra atravesada por una reconfiguración tectónica de sus fuerzas de derecha. A primera vista, un observador desprevenido podría diagnosticar una fragmentación o una disputa de liderazgos entre la figura consolidada de José Antonio Kast y la irrupción estridente del diputado Johannes Kaiser, junto con el desplome electoral de Chile Vamos y la candidatura de Evelyn Matthei.

Sin embargo, un somero análisis de sus respectivas bases programáticas, trayectorias discursivas y referentes intelectuales revela que no estamos ante una división ideológica, sino ante una división del trabajo. Hay más convergencia que disensiones y un claro predominio del bloque extremo, duro o radical del sector. Los desplazamientos posteriores al desenlace de la primera vuelta ratifican lo que cabía esperar; un movimiento sin condiciones hacia el ganador.

De este modo, la derecha dura chilena está ejecutando una maniobra de pinza sobre el electorado. Por un lado, José Antonio Kast ha operado un repliegue táctico, silenciando por ahora la retórica explícita de “guerra cultural” que definió su campaña de 2021 -plasmada en su Manifiesto Republicano– para adoptar en 2026 una narrativa de gestión de crisis, centrada en la “emergencia” y el orden. Por el otro lado, su otrora aliado y actual competidor por el flanco derecho, Johannes Kaiser, ha recogido las banderas caídas de la batalla cultural, radicalizando en su programa el discurso contra el globalismo, la ideología de género y el progresismo.

Esta dualidad permite al sector abarcar un espectro electoral inédito: Kast sólidamente establecido en la derecha conservadora disputa ahora el voto moderado de derecha con el apoyo de las huestes de Chile Vamos, (una parte de Evópoli incluido) y el voto de los votantes obligados que demandan seguridad y estabilidad económica, mientras Kaiser moviliza al voto de protesta, anti-sistema y libertario, limitando las fugas hacia la abstención u opciones populistas inorgánicas. De modo que, bajo esta aparente divergencia de liderazgos y ofertas, subyace en realidad una convergencia ideológica que beneficia a la derecha dura. A su vez, esta responde a la corriente internacional del iliberalismo y del posliberalismo, caracterizada por un autoritarismo de nuevo cuño, un nacionalismo de fronteras cerradas y una hostilidad manifiesta hacia la democracia liberal, secular y pluralista.  

A través de un examen de los documentos programáticos de este sector -desde las bases ideológicas del Partido Republicano hasta el Plan Implacable y el Plan Patines- y contrastándolos con la literatura sobre el ascenso de las nuevas derechas globales (Müller, Vermeule, Deneen), podemos identificar los cinco frentes de la guerra cultural que la derecha chilena ha declarado al consenso post-transición: el frente político, económico, social, cultural y comunicacional. Lo que emerge es un proyecto de “Estado de Contrarreforma”, diseñado no para administrar el régimen existente, sino para reemplazar sus cimientos éticos y políticos por una jerarquía de valores de orden y seguridad, y por un ejercicio del poder sin complejos. Gráficamente, y sin un mayor esfuerzo de imaginación, puede llamarse a este proyecto, el de “hacer a Chile grande otra vez”

La ola reaccionaria y sus ecos locales

Para comprender la magnitud y la dirección del proyecto de la derecha dura chilena, es imperativo situarla en el contexto de la crisis global del liberalismo. Las propuestas de Kast y Kaiser no son excentricidades locales; son adaptaciones vernáculas de un movimiento intelectual y político que ha cobrado fuerza desde Budapest hasta Washington D.C., pasando por San Salvador.

Posliberalismo y la crítica a la neutralidad estatal

El sustrato intelectual que alimenta a la nueva derecha es el “posliberalismo”. Como explica el teórico político Jan-Werner Müller, esta corriente surge de la convicción de que el liberalismo ha fracasado porque su promesa de pluralidad es una farsa. Los posliberales argumentan que, bajo la máscara de la tolerancia y el pluralismo, las élites liberales imponen una “ortodoxia progresista” despiadada que busca erradicar las formas de vida tradicionales y religiosas.

En Estados Unidos, pensadores como Adrian Vermeule han articulado el “constitucionalismo del bien común”, una teoría que rechaza la separación de poderes y los derechos individuales como “triunfos” contra el Estado. En su lugar, proponen un Ejecutivo fuerte, una burocracia poderosa y un Estado que intervenga activamente para promover la “paz, la justicia y la abundancia” definidas desde una moralidad conservadora y, a menudo, religiosa.

Esta visión resuena profundamente en la derecha chilena. La insistencia de Kast en que la persona es anterior al Estado y que el Estado debe reconocer una moralidad preexistente (implícitamente cristiana y naturalista) es un eco directo de esta filosofía. La batalla cultural no es, entonces, una mera disputa electoral, sino un imperativo moral para recuperar el Estado de manos de quienes lo usan para la “ingeniería social” y ponerlo al servicio de un “orden natural”.

Modelo de una democracia iliberal

El referente práctico más citado por este sector es Hungría, dirigida por Viktor Orbán. El modelo de “democracia iliberal” combina el mantenimiento de las formas electorales con el desmantelamiento de los contrapesos institucionales y la captura del Estado por una ideología nacionalista y cristiana. Las características clave del orbanismo -políticas natalistas agresivas, rechazo a la inmigración, control de la educación para purgar el “marxismo cultural” y la defensa de la soberanía nacional contra organismos internacionales- se encuentran calcadas en los programas de Kast y Kaiser.

La propuesta de Kast de enfrentar la “extinción como sociedad” debido a la baja natalidad y el énfasis de Kaiser en la soberanía frente a la ONU son aplicaciones directas del manual iliberal húngaro. No buscan destruir la democracia desde fuera, sino vaciarla de su contenido liberal desde dentro, utilizando la mayoría electoral para imponer una hegemonía cultural irreversible.  

Autoritarismo eficaz: efecto Bukele

En el contexto latinoamericano, y específicamente en el frente de seguridad, el modelo a seguir ha mutado hacia el “autoritarismo eficaz” de Nayib Bukele en El Salvador. La popularidad de Bukele se basa en un intercambio brutal: la suspensión de derechos civiles y del debido proceso a cambio de resultados tangibles en la reducción del crimen.

La derecha chilena ha abrazado esta lógica con entusiasmo. El “Plan Implacable” de Kast, con sus propuestas de “aislamiento total”, “cárceles de máxima seguridad” y la militarización de la seguridad urbana, es una “bukeleización” de la política criminal chilena. Se abandona la pretensión de rehabilitación o la preocupación por los derechos humanos de los procesados, priorizando el castigo como manifestación de autoridad. Kaiser, por su parte, explicita aún más este vínculo, proponiendo medidas que desafían abiertamente los tratados internacionales de derechos humanos en nombre de la seguridad interior.

Aristopopulismo y el reemplazo de élites

Finalmente, la estrategia política se alinea con lo que Patrick Deneen denomina “aristopopulismo”: la idea de que una nueva élite conservadora debe movilizar al “pueblo” (el demos virtuoso) para derrocar a la élite liberal decadente y corrupta. En Chile, esto se traduce en la retórica contra los “parásitos” la “grasa del Estado” y los “operadores políticos” de izquierda.

El objetivo declarado no es sólo la eficiencia administrativa, sino también una purga ideológica. Al proponer la reducción de ministerios y la eliminación de programas sociales mal evaluados (que a menudo coinciden con programas de género o cultura), se busca desmantelar la infraestructura institucional que la centroizquierda construyó durante 30 años, reemplazando a la burocracia técnica progresista por una nueva élite político-burocrática leal a los valores del “sentido común”

Análisis comparativo: metamorfosis táctica (2021-2026)

La evolución de los documentos programáticos de José Antonio Kast entre su campaña de 2021 y la precampaña de 2026 ofrece la evidencia más clara de la estrategia de ocultamiento táctico que sigue el candidato. Mientras el contenido ideológico profundo se mantiene, la forma se ha adaptado para maximizar el alcance electoral, delegando la radicalidad explícita en actores satélites como Kaiser y en una legitimación adicional proveniente de figuras tecno-políticas de la derecha tradicional.

Kast 2021: El Manifiesto de Guerra

El programa de 2021, titulado explícitamente «Atrévete Chile», era un documento de combate ideológico. En su introducción, Kast desplegaba un “Manifiesto Republicano” que identificaba sin ambages al enemigo: una “izquierda radical” aliada con el “globalismo” que promovía una “transformación social totalitaria”.

El lenguaje era confrontacional y explícito:

• Denunciaba la “ideología de género” como una herramienta de ingeniería social.

• Proponía la derogación de la ley de aborto.

• Exigía la salida de Chile del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

• Planteaba la construcción de una “zanja” física para frenar la inmigración.

• Llamaba a cerrar instituciones como el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) y FLACSO, acusándolas de activismo político, incluyendo, en el caso del último organismo, su papel como centro académico e intelectual disidente durante la dictadura (período durante el cual fui uno de sus directores).

Este programa estaba diseñado para movilizar a la base dura en un contexto de polarización posestallido social, presentándose como el dique de contención frente al caos.

Kast 2026: La narrativa de la emergencia

En contraste, las “Bases Programáticas” contenidas en La Fuerza del Cambio de 2025 presentan un tono radicalmente distinto. El documento gira en torno a los conceptos de “crisis” y “emergencia”. Desaparecen casi por completo los términos “ideología de género”, “globalismo” o “Agenda 2030” de las Naciones Unidas. En su lugar, se habla de “sentido común”, “eficiencia”, “gestión” y, ¡cómo no!, “seguridad”.

Esta operación de limpieza semántica busca presentar a Kast no como un cruzado ideológico, sino como un gestor de crisis capaz de poner orden en un país desbordado.

• Seguridad: Se habla de “recuperar el orden” y de enfrentar al crimen organizado, desplazando el foco de la represión política hacia la lucha contra el narco.

• Economía: Se enfatiza el “reimpulso económico” y la eliminación de la “burocracia”, enmarcando el recorte del Estado como una necesidad técnica y no como un ataque ideológico al Estado de Bienestar.

• Sociedad: Se menciona la “familia” y la “persona” como ejes, pero se evitan las propuestas polémicas sobre derechos reproductivos o minorías sexuales.

Sin embargo, el ocultamiento del alma ideológica del candidato es sólo superficial. Las propuestas de “recuperar la autoridad”, “defender la libertad de enseñanza” y “proteger las fronteras” funcionan como dog whistles (silbatos para perros): mensajes codificados que la base conservadora entiende perfectamente como la continuación de la agenda de 2021, pero que no alarman al votante moderado.

Costos del ocultamiento: un enmudecimiento sospechoso

Sin embargo, esta estrategia de ocultamiento ha tenido costos. Kast aparece no sólo protegido tras un vidrio, sino que, por conveniencia, oculta sus ideas más importantes, las que lo constituyen en la esfera pública. Según el parecer de la senadora electa Kaiser, hermana del candidato ahora asociado a Kast, en una reveladora entrevista, al ser preguntada por el hecho de que Kast no declara sus valores, ella responde:

«José Antonio es seco para los temas valóricos, que ahora los haya dejado afuera por estrategia es otro asunto. La pregunta fundamental es: ¿Cuál será su posición frente a tratados internacionales que liquidan la soberanía del país? Por ejemplo, fallos judiciales que después son revertidos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos para seguir con la persecución de carabineros o militares, con lo cual tú destruyes la capacidad del país de defenderse frente a un golpe de Estado, como el del 18 de octubre, la ideología de género, o la Agenda 2030. ¿Qué va a hacer? ¿Cómo va a desmantelar la permisología si no se sale del Tratado de Escazú, del Acuerdo de París, o no los revisa? Si él me dice que quiere terminar con la permisología, lo aplaudo, pero ¿cómo lo va a hacer?».

Luego se le plantea a la senadora electa cómo ese desconocimiento incidiría en las propuestas educacionales de Kast, y -dado el vacío creado por la estrategia del – ella indica cómo espera que actúe su candidato:

«Lo primero, es que hay que sacar la ideología de género que se ha tratado de imponer con los ejercicios más repugnantes por gente del ministerio (de Educación) en escuelas de Talcahuano, Iquique, Arica y Temuco. Ya basta, tiene que terminar el proceso de hipersexualización de los niños; no hay ninguna excusa. Es absolutamente anticristiano, además, someter a los niños católicos, evangélicos y mormones, de familias que creen en Dios, a la peor de las torturas: decirles que Dios se equivocó y los puso en un cuerpo equivocado. Esto no puede ser; esto está siendo impuesto desde las agendas internacionales y es lo primero en lo que trabajar.

En el Mineduc, si tú vas a los libros recomendados para tercero y cuarto medio, hay uno que se llama “Desastres íntimos”; relata la relación incestuosa entre un hijo, su madre y su novia. ¿Qué tiene que hacer esa hipersexualización? Dejemos a los niños en paz. Ir al colegio es para aprender Matemáticas, Lenguaje, Historia, para desarrollar las habilidades de este siglo XXI que viene con una revolución en inteligencia artificial» (La Segunda 26.11.25).

De hecho, lo que ocurre con esta estrategia del ocultamiento valórico es que ha levantado toda una serie de preguntas -desde el interior mismo del sector de las derechas- sobre las orientaciones e intenciones del potencial futuro Presidente de la República. Por ejemplo, Valentina Verbal, investigadora asociada de Horizonte, el think tank de Evópoli, el partido (ahora en disolución) más liberal de Chile Vamos, al ser interrogada sobre la identidad doctrinaria que promovería el programa kastiano, responde:

«No promueve identidades particulares, sino que una macro identidad nacional patriótica y cristiano occidental. Utilizando el término “batalla cultural” luchan contra la ideología de género, el feminismo, las diversidades, con un discurso anti-globalista y tradicionalista, donde hablan de pensadores contrarios al liberalismo y partidarios de la monarquía. Así están formando a las bases, a los dirigentes y a los cuadros; por eso salta la pregunta de hasta qué punto Kast podrá pasar por alto todo ese bagaje cultural. No creo que, en cuatro años, el gobierno de Kast sea meramente tecnocrático, tendrá que enfrentar cuestiones valóricas como las políticas de género respecto de la mujer, las políticas de diversidad sexual que hay en el Estado y temas de educación sexual».

Y más adelante, el periodista le pregunta: “¿Qué debería temer la derecha democrática liberal de un gobierno de Kast?”, lo cual ya es revelador; digo, que tal pregunta se le haga a una académica con una voz pública distinta. Y ella responde:

«Que el gobierno trate de reemplazar el proyecto de una derecha democrática liberal, volviendo a valorar la dictadura de Pinochet y que comience a crear una democracia que favorezca desde el Estado ciertos proyectos de felicidad por sobre otros. Buscará acuerdos, pero desde el discurso será más confrontacional al estilo Milei, con una narrativa “amigos-enemigos”. Todo eso está en veremos. Pero más que temer, que no me gusta, prefiero decir que la centroderecha debe estar alerta, no debe ser complaciente o condescendiente con el gobierno de Kast». (La Segunda, 28-11-2025).

Con mayor razón debe entenderse entonces a quienes -estando al otro lado del espectro político nacional, enfrentados a la derecha dura, como me ocurre a mí- compartamos ese mismo registro de sospechas por el silenciamiento de sus posturas valóricas, de principios, de visión de mundo, de creencias y lealtades culturales, que el candidato Kast ha mantenido fuera del escrutinio público. Es paradójico, por decir lo menos, que quien ha hecho su carrera política al amparo de una batería de principios que proclama como sagrados y ha atacado a sus oponentes de derechas e izquierdas como cobardes o traidores por no compartir públicamente sus (ocultos) valores, de pronto haya decidido guardarlos bajo la mesa y no darle cara como hacen todos los verdaderos líderes políticos. ¿O debe recordársele aquello de que no se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín?

Kaiser 2025: La verdad sin filtros

Es aquí donde entra en juego Johannes Kaiser. Su programa de gobierno y sus intervenciones públicas actúan como un complemento necesario del silencio de Kast, mismo papel que, como vimos, cumplía la entrevista concedida por la senadora electa Kaiser. Los Kaiser (entre ellos cabría incluir igualmente al otro hermano Kaiser, aquel a quien Vagas Llosa debió explicarle que no hay dictaduras buenas, ni hay dictaduras menos malas, que son todas malas) explicitan, pues, lo que Kast calla:

  • Propone abiertamente salir de la Agenda 2030, el Acuerdo de París y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
  • Aboga por eliminar el Ministerio de la Mujer.
  • Plantea deportaciones masivas de familias completas, incluidos niños.
  • Utiliza una retórica libertaria radical (“minarquismo”) para justificar el desmantelamiento del Estado social.

Kaiser ocupa, pues, el espacio de la “derecha sin complejos”, permitiendo que Kast pueda borrar su perfil ideológico, acercándose a votantes menos dogmáticos, sin que el sector pierda la capacidad de interpelar al voto más radicalizado y anti-élite.

Los cinco frentes de la guerra cultural

La estrategia de la derecha dura chilena se despliega simultáneamente en cinco frentes de batalla, cada uno con objetivos específicos, pero integrados en una visión de totalidad orgánica del poder.

Frente político: un Estado de contrarreforma

El objetivo en este frente es la captura y transformación del aparato estatal, idealmente para impedir que vuelva a ser utilizado por la izquierda. Esto implica una reingeniería institucional profunda. Algunos ejemplos.

Bajo la bandera de la “austeridad” y la “eficiencia”, se propone una reducción drástica del empleo público. Kast habla de eliminar la “grasa del Estado” y los “pitutos”, su estratega los moteja de “parásitos”, mientras Kaiser pone números: reducir 200.000 empleados públicos y fusionar ministerios. Esta medida, más que fiscal, es política: busca desmantelar las redes de funcionarios de carrera que sostienen las políticas públicas de género, medio ambiente y cultura, percibidas como nidos de activismo de izquierda. Equivale a la consigna trumpiana de “drenar el pantano”, cuyo más ilustre drenador fue Elon Musk a cargo del Departamento de Eficiencia Gubernamental  (DOGE).

Inspirados en la teoría del “Ejecutivo sin restricciones” de Vermeule y Posner, los seguidores de esta doctrina buscan fortalecer las atribuciones presidenciales para actuar por decreto o mediante medidas administrativas rápidas, eludiendo la “obstrucción” parlamentaria o burocrática. La retórica de la «emergencia» es la llave maestra para justificar el decisionismo.

La hostilidad hacia el INDH, la Defensoría de la Niñez o ministerios sectoriales como el de la Mujer responde a la lógica de eliminar los contrapesos que vigilan al Poder Ejecutivo desde una perspectiva de derechos humanos o sectorial. ¿Podría ser este el anuncio de una batalla contra las políticas DEI (diversidad, equidad e inclusión) que Trump ha impulsado con virulencia en su país?

Frente económico: neoliberalismo de guerra cultural

En lo económico, la propuesta fusiona el neoliberalismo ortodoxo de los Chicago Boys con un libertarismo radical de nuevo cuño, aderezado con un proteccionismo nacionalista. Algunas iniciativas en esta dirección que están en la agenda de las derechas duras:

Rebaja Impositiva Radical: Kaiser propone un impuesto cero a las utilidades reinvertidas y una reducción masiva del gasto público (4,5-5% del PIB). Kast, por su parte, promete reducir los impuestos corporativos y el IVA para reactivar la economía. Esta estrategia de desfinanciar al Estado busca hacer inviable, materialmente, un Estado de Bienestar o proyectos socialdemócratas a futuro.

Rechazo a la Agenda 2030: La oposición al globalismo tiene una traducción económica directa; el rechazo a las normativas ambientales y laborales internacionales. Al proponer la salida del Acuerdo de París o de la Agenda 2030, se busca liberar las inversiones (especialmente en las industrias extractivas y de recursos naturales) de las regulaciones de sostenibilidad, reprimarizando la economía bajo una lógica de soberanía productiva sin trabas.

Propiedad vs. derechos sociales: La defensa de la propiedad privada se erige en categoría absoluta, oponiéndose a cualquier función social de la misma. Esto es crucial en el conflicto de tierras en la Araucanía, donde la “certeza jurídica” debe imponerse sobre las reivindicaciones territoriales indígenas. Es una de las varias medidas con las cuales un gobierno de derechas duras esperaría rendir examen de su capacidad para desatar el nudo gordiano de la inseguridad en esa zona.

Frente de seguridad: la Bukeleización de la justicia

La seguridad es el capital político más rentable del sector y la puerta de entrada para medidas autoritarias que cuentan con amplio respaldo popular. Así lo entendieron Kast y Kaiser desde el comienzo de esta campaña. Y en este terreno esperan desplegar sus principales batallas.

El Plan Implacable es la hoja de ruta de la mano dura. Propone “cárceles de máxima seguridad” con “aislamiento total” (sin visitas ni contacto), replicando el modelo del CECOT (Centro de Confinamiento del Terrorismo) de El Salvador. La deshumanización del delincuente (ni reinserción ni privilegios) es total; cualquier medida menos radical es rotulada de “buenismo” o, incluso, se ha dicho, de amor a los delincuentes. Kast visitó el CECOT y, hace una semana, recibió en Santiago al ministro de Seguridad de Bukele. Kaiser anunció durante la primera vuelta a las personas con antecedentes penales y a extranjeros: “que no podamos reconducir, como venezolanos, voy a conversar con el Presidente Bukele a ver si tiene espacio en su cárcel”. Y acotó: “No hay nada que me gustaría más que hacerle una buena transferencia a Bukele para que se lleve a quienes están en este momento en nuestras cárceles, organizando el crimen organizado”.

La propuesta de crear una Fuerza de Tarea Conjunta policial-militar para intervenir en barrios críticos rompe la distinción entre la seguridad interior y la defensa nacional. Se trata el crimen urbano no como un problema policial, sino como una insurgencia que requiere una respuesta de guerra. Seguramente estamos aquí frente a una pieza clave -quizá la más riesgosa- a la que un posible gobierno Kast quisiera echar mano a poco de inaugurado, con un potencial de rédito o de daño igualmente grande.

El Plan Escudo Fronterizo y las propuestas de zanjas y junto al uso de otros dispositivos tecnológicos, conceptualizan la migración como una invasión y, por ende, como un asunto de seguridad nacional, ideología que en Chile tuvo amplia difusión y aplicación durante la dictadura cívico-militar. La retórica de Kaiser sobre la expulsión de familias completas refuerza la idea de una ciudadanía excluyente, basada en la nacionalidad y no en la residencia ni en los derechos humanos.

Por último, cabe mencionar la ampliación de la “legítima defensa” privilegiada, que se supone que empoderaría al ciudadano para ejercer violencia letal, compartiendo el monopolio estatal de la fuerza junto con reforzar la narrativa de que el Estado “libera” a los buenos ciudadanos para defenderse de los “malos”.

Frente social y cultural: familia, educación y anti-woke

Este es el núcleo doctrinario de la batalla cultural, donde se disputa la definición misma de la sociedad y la moral pública. Consultada Valentina Verbal, que piensa y se comunica desde dentro del sector de las derechas, si acaso creía “que sí o sí viene esa batalla cultural”, su respuesta es prudente, pero clara:

«Es muy probable que se dé, al menos de manera subyacente y no como discurso de primera línea, cotidiano. Quizás se eliminen programas o se fomenten otros más favorables al identitarismo de derechas alternativas, que son identitarismos nacionalistas, religioso-cristianos, nacionalistas, antiinmigrantes; sería una especia de canibalismo simbólico, la fabricación de un enemigo social a nivel cultural, sobre todo en la derecha de Kaiser y eso está todavía en el Partido Republicano. El PNL y las bases republicanas presionarán para que se dé la batalla cultural; no se conformarán meramente con un gobierno tecnocrático o de emergencia. La “derecha valiente” no transa». (La Segunda, 28-11-2025).

Los blancos preferidos también aparecen delineados con relativa claridad en el discurso de esta derecha.

En primer lugar, la educación como campo de batalla, tema al que recientemente dediqué una columna especial, centrada en la doctrina y el plan de una contrarreforma restauradora. Efectivamente, el “Plan Patines” se presenta como “una hoja de ruta integral que busca recuperar la educación chilena, restaurar el orden en las aulas y devolver a las familias el derecho a elegir”. Diagnostica que la educación pública ha sido capturada por la “ideología” y la “ingeniería social” de la izquierda. La solución propuesta es “recuperar el derecho preferente de los padres”, un eufemismo para vetar contenidos curriculares sobre educación sexual integral, diversidad de género o memoria histórica. Al permitir que los colegios seleccionen por “afinidad con el proyecto educativo”, se cancela la opción de los padres y apoderados y se profundiza la segregación sociocultural, “protegiendo” a las familias conservadoras de la exposición a valores pluralistas y a una convivencia con personas diferentes.

En segundo lugar, como cabe esperar, la guerra al feminismo institucional. La propuesta de eliminar el Ministerio de la Mujer no es administrativa; es simbólica. Busca borrar la institucionalidad que reconoce la desigualdad estructural de género. Axel Kaiser, el hermano locuaz de esta familia política, proporciona el marco teórico: el feminismo actual es “woke”, “identitario” y “totalitario”. Por tanto, desmantelarlo es un acto de “liberación” frente a una ideología opresora. El feminismo mismo no sería más que una ideología contraria a la evidencia científica, al servicio de la reivindicación de intereses de grupos. Más aún, según afirma Kaiser el locuaz:

«De hecho, el feminismo es una ideología totalitaria, derivada del marxismo. Trasladar la lucha de clases ahora al hombre y a la mujer. Y utilizar descaradamente a las mujeres como colectivo para avanzar en una agenda de poder que produce beneficios económicos. Por eso el encubrimiento de todas las feministas a los casos de abuso sexual por parte de hombres de izquierda. En Argentina con Alberto Fernández y en Chile con Monsalve. No es que sean feministas de cartón, como dicen. Al feminismo en esencia, al ser nada más que una ideología centrada en la toma del poder, le resulta irrelevante el bienestar de la mujer».

Por último, en tercer lugar, Kast alerta sobre la “extinción como sociedad” por la baja natalidad. Esto conecta con las teorías del “gran reemplazo” y justifica políticas pro familia tradicionales (nuclear, heterosexual) como una cuestión de seguridad nacional y supervivencia cultural, siguiendo el modelo de Orbán. El Plan Renace Chile del candidato de la derecha dura identifica las causas de la caída de la natalidad en factores tales como altos costos de vida, imposibilidad de tener una vivienda propia, inseguridad e incertidumbre laboral, dificultad para conciliar familia y trabajo, alto costo de apoyos en etapa escolar, gran incertidumbre para la formación de nuevas familias, postergación de la decisión de fertilidad y, last but not least, pérdida del sentido de trascendencia y de proyección de la vida en los hijos. El plan propone una serie de medidas de corte especialmente económico-presupuestarias: recortes y reducciones del gasto público para viabilizar medidas que fomenten la natalidad. Estas incluyen una Asignación Universal por Hijo Nacido, exenciones del impuesto a la renta, reestructuración de la Asignación Familiar y la implementación de una Sala Cuna Universal. El objetivo sería aliviar la carga económica de las familias, apoyar la primera infancia y reconocer el valor social de la maternidad.

Frente comunicacional: la batalla por el “sentido común”

Finalmente, siguiendo una inspiración gramsciana que la propia derecha no reconocería como propia, la estrategia del sector radical de la derecha entiende la necesidad de redefinir el lenguaje y los marcos de interpretación de la realidad.

En tal sentido, la ola conservador-autoritaria que recorre el mundo -con Trump a la vanguardia- puede leerse como un deslazamiento subterráneo de sensibilidades y creencias, modas y lenguajes que, con la ayuda de los “profetas de cátedra” de las izquierdas armados de discursos destituyentes de la sociedad, ha logrado transformar en woke cualquier demanda progresista (justicia social, ambiental, de género, dignidad, derechos de las mujeres, teorías críticas) y presentarla como “irracional”, “ultra”, “comunista” y “revolucionaria-destructiva”.

De esta forma, cualquier idea o relato de cambio es retratado de inmediato como “octubrista”, desquiciador, contrario al orden y la seguridad. Esto permite a las derechas duras presentarse a sí mismas no como conservadoras, sino como defensoras de la “razón”, la “libertad” y la “verdad objetiva” frente al subjetivismo posmoderno y a las izquierdas. El eslogan de Kaiser, “Defiende la Verdad”, y la insistencia de Kast en el “sentido común” buscan así despolitizar sus posturas. Sus propuestas, debemos creer, no son “de derecha”; son “lo lógico”, “lo natural”, “lo real”, lo que la gente entiende y desea. Esto deslegitima al adversario: quien se opone a ellos no tiene una opinión distinta, sino que está “cegado por la ideología” o niega la realidad. “Dato mata relato” viene a ser otra expresión de este positivismo de la “gente serie”, que habla en números y conoce la medida de las cosas.

Kast partió precisamente con esta idea de guerra cultural su campaña presidencial en enero de 2025. Dijo en esa ocasión:

«Vamos a quitar la cultura woke (progresista). En Chile se va a saber muy bien lo que son los woke. Hace un tiempo no se sabía. Vamos a quitar el identitarismo divisorio y el lucro disfrazado de ambientalismo (…) Les vamos a quitar esa parte de los derechos humanos que ellos usan para el pretexto de la impunidad al abuso y a la irresponsabilidad».

En paralelo, el uso intensivo de redes sociales (TikTok, YouTube) en esta guerra, y la creación de medios propios, han permitido tanto a Kast como a Johannes Kaiser eludir el filtro de la prensa tradicional (prensa a la que acusan de sesgo “liberal”) y hablar directamente a la comprensión y emoción del electorado, radicalizando el discurso sin contrapesos editoriales. También ha servido a la estrategia de ocultamiento de su verdadera identidad ideológica, pues allí, en el dominio de las redes, es el emisor de los mensajes el que mantiene el control sobre su imagen y discurso, sin hallarse expuesto a indagaciones, a discusiones cara a cara ni a preguntas sobre el fundamento ético de los postulados programáticos de las candidaturas.

Conclusión: hacia un nuevo orden iliberal

La derecha dura chilena, encarnada en el tándem Kast-Kaiser, no es un mero retorno al conservadurismo tradicional ni una repetición del pinochetismo clásico, aunque comparta su ADN autoritario y neoliberal. Es una fuerza política moderna, adaptada a la era digital y conectada con la vanguardia de la reacción global, especialmente en Europa y las Américas.

Su proyecto es una contrarreforma integral. Busca revertir los avances culturales y sociales de las últimas décadas no sólo mediante leyes, sino también mediante la reconfiguración del Estado y de la sociedad civil, y a través de una acción ejecutiva decisiva, incluso al margen del Congreso. Dicho en sus propias palabras al comenzar la campaña:

«…hoy más que nunca, Chile necesita un cambio radical. Necesitamos aplicar ahora una verdadera política de shock que corte de raíz los males que nos aquejan y que nos permita proyectarnos un futuro alentador […] Lejos lo más importante hoy día para nosotros es recuperar la libertad (…) y me inspiro en aquellos líderes que supieron recuperar sus naciones de crisis muy profundas, aplicando remedios y medidas drásticas que eran en ese momento necesarias […] Fueron tachados de duros, incluso de extremos, pero salvaron a sus países de un colapso mayor. Y en esto vamos a tener que ser duros para recuperar nuestra nación«, concluyó Kast.

Tras este discurso se esconde la ideología de fondo de esta derecha dura que (i) en lo político aspira a un Estado autoritario-tecnocrático y una democracia protegida, purgado de pluralismo y concentrado en funciones de orden; (ii) en lo económico, propone un capitalismo desregulado y nacionalista, libre de ataduras globales o sociales, bajo una conducción subsidiaria respecto a los poderes realmente existentes de la esfera económico-empresarial; y que (iii) en lo socio-cultural busca restaurar la jerarquía de la familia tradicional y la autoridad disciplinaria en la escuela, el foro público y la calle.

La aparente moderación de Kast, con vista a la presidencia en 2026, es un caballo de Troya.  Al ocultar las aristas más cortantes de su agenda valórica bajo la capa de la “emergencia de seguridad” y de un “gobierno de emergencia” busca obtener el mandato democrático necesario para implementar un programa que, en sus fundamentos, es iliberal, igual como lo fue la propuesta constitucional del 7-N de 2023, aquella rechazada en el segundo plebiscito de diciembre de 2023.

La intención y el diseño de la derecha dura -articulados en torno al bloque de los partidos de Kast y Kaiser, con Chile Vamos prestando apoyo técnico y legitimidad tradicional y con el beneplácito de los poderes fácticos- no es meramente un cambio de gobierno, sino el paso de una democracia liberal en crisis a una democracia protegida, construida sobre el basamento de una renovada ideología de seguridad nacional.

Como explicaré en mi próxima columna del 17 de diciembre, la estrategia del “gobierno de emergencia” apunta a un “cambio radical”, según anunció Kast al inicio de su campaña. Es decir, expresa la misma intención y el mismo esquema que Boric y su diverso bloque de fuerzas de izquierda presentaron hace cuatro años. Pronto podremos ver qué nos puede anticipar el análisis de esta segunda tentativa de refundación, cuyas bases éticas Kast ha preservado cuidadosamente en secreto. (El Líbero)

José Joaquín Brunner