“Hay un libro sobre la Unidad Popular que también es muy interesante, de Joaquín Fermandois, que se llama ‘La revolución inconclusa’”, dijo a principios de septiembre el Presidente Gabriel Boric sobre una de las obras de este historiador, resaltando que no existe una “única verdad” sobre el proceso político que antecedió al golpe de Estado.
Fermandois es miembro de número de la Academia de Historia, profesor universitario y autor de obras como “La noción de totalitarismo”, “Chile y el mundo. La política exterior del gobierno de la Unidad Popular y el sistema internacional”, “La revolución inconclusa. La izquierda chilena y el gobierno de la UP” y “Democracia en Chile”, entre otras.
En este análisis, que adelanta “El Mercurio”, aborda el papel de Estados Unidos en torno a la crisis de 1973.
No existe afirmación más corriente que aquella de que “la CIA derrocó a Allende”. Ha sido una de las fábulas más arraigadas en torno a la crisis chilena.
En primer lugar, en términos políticos el interés de EE.UU. en nuestra región y país se materializó con la Segunda Guerra Mundial, y continuó apenas intensificada con la Guerra Fría. La Revolución cubana incrementó extraordinariamente esta tendencia, pero no la creó. La atención a Chile llegó a una primera alta cota en las elecciones de 1964, cuando Washington financió masivamente a Eduardo Frei, e incluso ayudó a organizar parte de la campaña. Después siguió asistiendo a algunos partidos políticos, si bien en algunos años es probable que haya sido de menor cuantía que la de Moscú al comunismo chileno. En las elecciones de 1970 el gobierno en Washington le otorgó menos importancia y no las tuvo muy presente, solo invirtiendo en una campaña publicitaria ridícula e inútil.
Caso distinto fue la reacción de la Casa Blanca, en especial de Nixon, ante el triunfo de Allende y el espectro —no del todo irreal— de otro país marxista en el continente. De allí vino una orden apresurada y bien carente de racionalidad de colaborar en impedir el acceso de Allende al gobierno y, caso necesario, apoyar un Golpe. Pero también aquí surge la contrapartida, que era lo que le solicitaban los mismos chilenos con vínculos con la embajada. No se trataba de “agentes”, sino que de una vieja práctica que tiene analogías en las relaciones exteriores de prácticamente todas las democracias del mundo. Casi lo mismo efectuaban las fuerzas de izquierda de la época con los gobiernos del bloque soviético desde hacía bastantes años. Para el caso que aquí interesa, chilenos y norteamericanos se buscaban mutuamente.
Fracasada sin pena ni gloria la idea de elegir en el Congreso a Jorge Alessandri, entretanto se había activado la relación de la CIA, según órdenes de la Casa Blanca, por promover un golpe en Chile, de donde surgió la idea de secuestrar al general Schneider y crear una crisis institucional. Las cosas no funcionaban y el 15 de octubre Kissinger ordena no seguir con este propósito. Pero los chilenos —para quienes de todas maneras era importante sentirse apoyados por EE.UU.—, o un grupo en torno al general Viaux, continuaron con la empresa con el trágico resultado que conocemos. El asesinato del general Schneider hizo que por reacción las Fuerzas Armadas mantuvieran su papel que sostenían desde 1932 de no deliberación, aunque un notorio temblor las recorría por dentro.
Es interesante anotar que en una operación donde la inteligencia norteamericana estuvo bastante involucrada —si bien no fue el único motor— el resultado fue atroz, amén de una chambonada. Se ha citado una frase irritada de Nixon, de que haría “aullar” a la economía de Chile. De hecho, tras el 4 de septiembre hubo algunas semanas de pánico, hasta que el público chileno atemorizado empezó resignarse al futuro gobierno de Allende. Un par de meses después esa economía parecía relativamente normalizada; la tormenta yacía en el futuro. En cuanto a las amenazas de Nixon, la economía chilena no había tenido noticias.
Poco después que Allende fuera investido presidente, EE.UU. fijó lo que sería su nueva política ante Chile. Parecía evidente que la estrategia de la Unidad Popular representaba un desafío político para EE.UU., pensaban los responsables norteamericanos, no por su valor estratégico ni por su amenaza a intereses norteamericanos —que de todas maneras irritaban mucho, como negar indemnización por la expropiación de la Gran Minería—, sino como ejemplo político pensando en Europa Occidental o en la región. Su finalidad consistía en mantener con vida a la oposición a la Unidad Popular, la que a su vez solicitaba la ayuda, tal cual lo hacían todas las fuerzas políticas chilenas a sus respectivos aliados.
De allí que para los tres años se entregó un total de aproximadamente 7 millones de dólares de la época —hoy unas tres veces más y sumarle precio de mercado negro—, una cifra por lo demás limitada, análoga a la de Moscú. Sin embargo, era fundamental para ayudar a los grandes partidos políticos, sobre todo a la Democracia Cristiana; y a la gran prensa. De allí puede haber fluido algo a otras organizaciones; es todo. En términos económicos, no era tan fácil hacer “aullar” a la economía chilena; lo hicieron las políticas del Gobierno chileno. Cierto, la ayuda norteamericana oficial a Chile fue cesando paulatinamente. Era obvio, pues sencillamente no había obligación de ayudar a crítico tan feroz.
Solo que hay un pequeño gran detalle, se aumentó la ayuda a las Fuerzas Armadas, que siempre insistieron que no podían romper con la colaboración militar con EE.UU. Fue una poderosa señal de que se las apoyaba. Tiene que haber habido además una comunicación directa de aliento a que impidieran una transformación hacia un sistema marxista. El 12 de septiembre de 1973 Pinochet convoca al agregado militar de EE.UU. y le dice que ni él ni sus colegas les habían dicho nada a los norteamericanos (acerca del proyectado golpe), para que todo resultara bien, quizás un dejo de desconfianza. De hecho, algunos funcionarios norteamericanos lo supieron. Pero también puede ser que a posteriori se selecciona esa información en la memoria, ya que en los últimos meses diariamente se producía información de “buena fuente” de que se avecinaba un golpe. Es también lo que recuerdan antiguos miembros de la administración Allende, de la tarde o noche del día 10 de septiembre, inmersos en la misma ola de información o rumor.
No es que Washington no haya deseado un golpe. Solo que lo fundamental no fue su acción, como tampoco las del trío del bloque soviético (la URSS, Cuba, Alemania Oriental), sino que la dinámica de confrontación que se dio en la política y en la sociedad chilena, en un nivel jamás antes visto. En cuanto a la relación de los chilenos con EE.UU., ¿estaba en el interés de nuestro país? Depende de cómo se definan los intereses. Para quienes creemos que el buen equilibrio global depende del vigor de las democracias desarrolladas, claro que importan esas buenas relaciones y simpatía. Ello no quita que exista paño que cortar. (El Mercurio)
Joaquín Fermandois



