Chile nunca ha tenido un presidente de extrema derecha. Ni siquiera en los momentos más duros de la polarización política, cuando la guerra fría dividía al mundo en dos bloques irreconciliables; tampoco desde que se recuperó la democracia.
- Jaime Guzmán, el ideólogo de la constitución de 1980 y líder indiscutido de la UDI, fue un político dialogante, que entendió desde el primer momento, que la renaciente democracia requería diálogo y transacción; y “golpeó a la cátedra” cuando propuso a Gabriel Valdés como presidente del senado.
- Pero esos eran otros tiempos; hoy, un gesto como el de Jaime Guzmán sería estigmatizado, por los republicanos como entreguista, una conducta propia de la “derecha cobarde”.
- Ahora ha surgido una “nueva derecha” extrema, como ocurre en otros lugares del mundo, que reivindica la autoridad, el orden y la identidad nacional frente a un Estado que percibe como débil y un progresismo que considera decadente, al que acusa de promover la promiscuidad, la destrucción de la familia tradicional y el libertinaje. De querer destruir los valores cristianos.
- Están poseídos de una convicción moral absoluta, impermeable a los matices, que considera el diálogo y la transacción como formas de claudicación; y, en ese sentido se podría decir que son a la derecha, lo que partido comunista es a la izquierda
- Comparten una lógica binaria que divide el mundo entre los “coherentes” y los “traidores”, los “puros” y los “vendidos”.
- En medio de la elección presidencial, entre estas dos derechas, se está librando una verdadera “guerra sin cuartel” y, si le creemos a las encuestas previas a la veda, Kast-Kaiser llevan la delantera.
Fracaso del gobierno. En otras circunstancias habría sido la tarea de la izquierda cerrarle el paso, pero eso hoy se ve prácticamente imposible: ha sido el fracaso de su propio gobierno, atrapado desde sus inicios en un frenesí refundacional que consumió más de un tercio de su mandato, lo que facilitó su auge. Lo que derivó en una reacción tardía, cuando el daño estaba hecho.
- A eso se suma la designación de Jeannette Jara, una militante del PC, con cero credibilidad en temas de orden público y seguridad. Error que hoy, desesperada inútilmente, tratan de enmendar anunciando que, en caso de resultar electa renunciaría a su militancia 40 años.
- Por eso es pertinente preguntarse si ¿Chile está preparado para tener un presidente de extrema derecha? ¿Cómo va a funcionar un gobierno que estará en permanente conflicto con el ethos cultural del país?
Cambio cultural. En los últimos 30 años, el país ha experimentado una transformación cultural profunda que lo ha convertido en una sociedad más abierta, plural y liberal que la de fines del siglo XX.
- Existe un amplio consenso en torno al respeto a la diversidad sexual y de género, a las familias homoparentales, al derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, a la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. a la valoración de los pueblos originarios y de la distintas formas, estilos y proyectos de vida.
- Esos avances se han expresado en leyes, como matrimonio igualitario, despenalización del aborto en tres causales, identidad de género, paridad de representación política. Que reflejan un Chile que valora la libertad individual.
- La filosofía retrograda de la extrema derecha que reivindica modelos familiares tradicionales, jerarquías de género y un orden moral homogéneo, resulta incompatible con la realidad del país.
- Un gobierno sustentado en esos valores e ideas se vería, inevitablemente, desconectado de la sensibilidad social contemporánea, condenado a un conflicto permanente con una ciudadanía que ya no está dispuesta a retroceder en sus derechos conquistados.
Lo que está en juego. La pregunta también es si la extrema derecha está preparada para gobernar, para administrar un país plural y diverso, lo que requiere pragmatismo, paciencia, disposición al diálogo y respeto por las instituciones.
- La dupla Kast-Kaiser, con sus matices, ha mostrado más entusiasmo por denunciar y polarizar que por construir puentes o negociar. Su discurso se alimenta del conflicto; su fuerza proviene de exacerbar el malestar.
- Pero reducir el auge de Kast-Kaiser a un fenómeno ideológico-valórico sería una simplificación. Su crecimiento es también síntoma del desencanto con la política tradicional.
- Muchos chilenos ven en ellos una respuesta a la frustración acumulada tras años de promesas incumplidas, delincuencia desbordada y desconfianza en las instituciones.
- Además, los temas que dominan la campaña, que preocupan al pueblo, seguridad y economía, aparecen como más propios de la agenda de las derechas porque una izquierda sin visión se los ha regalado.
- El riesgo de un gobierno de extrema derecha no radica necesariamente en una deriva autoritaria inmediata, sino en la erosión del clima de convivencia política. Un presidente que desprecia el diálogo y convierte a sus adversarios en enemigos morales podría reabrir heridas que costó décadas cerrar.
- Lo que está en juego no es solo la agenda legislativa, sino la cultura democrática misma, esa disposición a reconocer al otro como legítimo contradictor, y no como amenaza existencial.
- En todo caso, Chile ha mostrado una notable resiliencia institucional. Ha enfrentado crisis políticas, estallidos sociales y fracasos constitucionales sin romper su democracia. Mucho dependerá de lo que ocurra en la elección parlamentarias ya que ahora es más importante que nunca, que el próximo presidente, no tenga una mayoría en el congreso. (Ex Ante)
Jorge Schaulsohn



