Ese venturoso 18%

Ese venturoso 18%

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“Yo he visto votar a la multitud india, pobre y analfabeta: es un espectáculo que devuelve la fe en los hombres”. Lo escribió en 1984 Octavio Paz, que había sido embajador de México en la India (“Tiempo Nublado”, Seix Barral). Su emoción no puede dejar de ser compartida por ningún demócrata. Una elección o el pronunciamiento en una consulta, es, quizás, el momento máximo de expresión del pueblo: la democracia en su manifestación más pura.

Por ello es, también, el acto material del cual es posible obtener los análisis más certeros acerca de la dinámica del poder. Y no sólo del comportamiento de quienes votan, sino también de los partidos políticos que, en una democracia, deben ser los que, confrontados, brinden cauce y den orientación a esa expresión del pueblo.

Tratando de entender el comportamiento de los partidos a la luz del acto electoral que viviremos la próxima semana, opiné hace unos días que la actitud de algunos partidos de derecha -específicamente Republicano y Social Cristiano– de restarse a pactos o acuerdos con otros partidos se originaba en la necesidad de mostrar fuerza electoral de cara a las elecciones del próximo año. En la elección de la próxima semana esos partidos -señalé- buscan obtener la mayor cantidad de votos propios y no diluidos en pactos o acuerdos.

Una cantidad importante de votos propios que, para el Partido Republicano, significa obtener por lo menos el 27,91% que obtuvo José Antonio Kast en la primera vuelta presidencial y tratar de reeditar el 35,41% que obtuvieron en la elección de concejales constituyentes. Con cualquiera de esos números el Partido Republicano quedaría situado como el partido más importante de la derecha, que en los últimos años ha rondado el 44,01% que obtuvo en el plebiscito de 1988: 48,69% en la segunda vuelta de 1999 con Lavín; 44,06 de Piñera en la primera vuelta de 2009; 44,57 en la primera vuelta de 2017 (la suma de los porcentajes obtenidos por Piñera (36,64) y Kast (7,93); y 44,13 de Kast en la segunda vuelta de 2021.

Para el Partido Social Cristiano, a su vez, es la circunstancia propicia para mostrar su músculo político actuando por primera vez como partido en todo el país. Sobre esas bases ambos partidos, pero principalmente el Republicano, quedarían en la mejor posición para concurrir a la negociación relativa a la elección presidencial del próximo año o, incluso, decidir no ir a negociación alguna y correr en solitario en la primera vuelta de esa elección, con cierta certeza de que pasarían a la segunda vuelta como en 2021.

Esa necesidad no se manifiesta entre los partidos oficialistas. Estos, siempre que se mantengan unidos, se sienten fuertes en el 38,11% que alcanzaron en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022. Es el porcentaje de votos que, con variaciones marginales, ha alcanzado la izquierda en el último medio siglo. Es el mismo 36,63% que obtuvo Salvador Allende en 1970 y el 37,54% que obtuvieron en la elección de consejeros constitucionales de 2023 (la suma de los votos obtenidos por los pactos “Todo por Chile” que obtuvo 8,95% y “Unidad por Chile” que logró 28,59%). Agrupados en pactos y sub pactos o presentándose como partidos aislados, ese es el peso electoral de la izquierda en Chile, una izquierda en la que, en su momento postrero, ha buscado refugio la Democracia Cristiana otrora adalid del centro político.

De esa forma y siempre que concurran unidos, pueden esperar tranquilos la elección del próximo año en la que su candidato o candidata podría aspirar con confianza a un porcentaje de votos no inferior al 35% en la primera vuelta presidencial. Eso con toda seguridad les garantizaría pasar a segunda vuelta, con la esperanza de que se vuelva a producir una confrontación de extremos como en 2021 y el país se vuelque nuevamente a favor de ellos como “el mal menor”.

Aquello de medir la fuerza electoral propia en la elección del próximo fin de semana sí afecta, en cambio, a los partidos que intentan representar al electorado de centro. Porque ocurre que entre el máximo de 38% al que el oficialismo puede aspirar y el 44% que parece ser el capital fijo de la derecha, hay un 18% de votos que son, en definitiva, decisivos en cualquier contienda electoral en nuestro país. Ese es el centro electoral.

Con variaciones, esa votación de centro viene siendo determinante del acontecer político en el país desde hace medio siglo. Fueron los votos que, volcados hacia la derecha y la DC de entonces, no le dieron a Salvador Allende la mayoría parlamentaria que le habría permitido la reforma constitucional que se propuso al inicio de su gobierno. Pero fueron también los votos que se inclinaron hacia la izquierda y le impidieron a Pinochet prolongar su mandato por ocho años votando NO en el plebiscito de 1988. Fueron asimismo los que le dieron mayorías definitivas a la Concertación de Partidos por la Democracia cuando los candidatos eran demócratas cristianos y mayorías más exiguas cuando éstos venían del mundo de la izquierda, y también los que le permitieron a la derecha los dos gobiernos de Sebastián Piñera.

Ese venturoso 18%, que ha oscilado durante el último medio siglo rechazando proyectos extremos y apoyando opciones de un progresismo sereno y de vocación mayoritaria, se expresó perfectamente frente a los proyectos de nueva Constitución. Al completo se volcó en contra del extremismo izquierdista del proyecto propuesto por la Convención Constitucional y se volcó igualmente por completo en contra del proyecto presentado por el Consejo Constitucional, convencido de que era de extrema derecha.

Mientras no exista una fuerza política en condiciones de ofrecer un programa que brinde cauce a la vocación progresista sensata que ha mostrado ese electorado de 18%, éste se verá obligado a seguir sirviendo sólo de fuerza de contención de los extremos. La capacidad de constituir esa fuerza política en una fuerza propositiva, se encuentra hoy diluida en partidos de centroderecha, como Evópoli y sectores dentro de los partidos de Chile Vamos, en partidos de la izquierda democrática y en partidos que han declarado explícitamente su vocación de centro, como Amarillos y Demócratas. La elección del próximo fin de semana va a servir también a ellos para mostrar su verdadero volumen electoral y, sobre todo, para comenzar a pensar si, con base en lo que muestre ese volumen, no será más conveniente para el porvenir de Chile y de ese 18% que unan sus fuerzas antes de seguir dispersos.

Para que las elecciones expresen más genuinamente las tendencias y valores que existen entre los electores que practican la democracia en nuestro país y, como Octavio Paz, podamos emocionarnos por ello. (El Líbero)

Álvaro Briones