Escalera en llamas

Escalera en llamas

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“El caos es una escalera”, afirmaba uno de los personajes políticos más siniestros de Game of Thrones. Y lo es: la destrucción institucional y la violencia desatada llevan, tarde o temprano, a que las mayorías demanden un héroe con puño de hierro. El caos es una escalera hacia la dictadura. Todo leninista lo sabe: es el colapso del sistema el que puede llevar al poder a esa pequeña maquinaria de orden jerárquico que es un partido comunista. Artefacto autoritario que, una vez que toma control, patea la escalera.

En el camino hacia el zarpazo final los comunistas siempre han encontrado socios ingenuos en el resto de la izquierda. Destacan entre ellos los anarquistas, que creen que del caos surgirá espontáneamente un orden nuevo y bondadoso. Por lo mismo, los comunistas los han usado históricamente como carne de cañón durante los procesos de crisis, para luego dispararles por la espalda cuando ya no los necesitan. “Homenaje a Cataluña” de George Orwell es una pequeña ventana a esa historia, repetida mil veces (el que quiera profundizar en esto, puede leer “La revolución desconocida” de Volin o “Cómo llegó la noche” del comandante de la revolución cubana Huber Matos).

Los socialdemócratas, por su parte, caen regularmente en lo que podríamos llamar la ilusión del caos dosificado. La tentación del poder los hace tirarle leña al fuego cuando la democracia comienza a incendiarse, convencidos de que luego podrán tomar el control y apagar el incendio. Le prenden fuego a la escalera, pero pretenden subirla hasta la mitad no más. Y luego el caos los termina reduciendo a cenizas. Si los anarquistas son la carne de cañón, los socialdemócratas son los tontos útiles. La ambigüedad constante respecto a la violencia proviene de estos cálculos ingenuos.

El Presidente Gabriel Boric, lamentablemente, tiene una formación política que mezcla anarquismo y socialdemocracia. Lo atraen tanto el vanguardismo de “las luchas” como la pretensión de llegar al poder mediante incendios supuestamente controlados. Y ha aceptado hacer su carrera política con los comunistas en la espalda, aunque toda la historia señale que, apenas les convenga, le clavarán un certero puñal. Hoy todos estos errores le comienzan a pasar la cuenta: el fuego que alimentó como dirigente opositor le está incendiando el gobierno, ha debido tragarse todas y cada una de sus afirmaciones vanguardistas del pasado, y los comunistas le vienen jugando a dos bandas desde que empezó el gobierno. Una golpea, la otra acaricia. Y, cuando sea necesario, ambas se le irán al cuello.

Boric, hasta ahora, ha elegido la posición imposible de Allende. Nadie puede ser, al mismo tiempo, leal con el pueblo y leal con la revolución. No se puede trabajar sin contradicción por la República y por la tiranía. Tratar de hacerlo lleva a la parálisis. Allende resolvió esta encrucijada recién al final, cuando ya se había podrido todo, llamando a la gente a no salir a morir a la calle, como esperaba la izquierda dura. Y matándose para que la cosa parara en él. Altamirano y los demás fanáticos nunca le perdonaron haber evitado la guerra civil, por supuesto. Toda la dignidad de la figura de Allende, que no es poca, proviene de ese momento final, en que hizo la frivolidad revolucionaria a un lado y entregó su vida para salvar otras (que, en parte, él mismo había puesto en peligro).

El Presidente Boric, que lleva menos tiempo insistiendo en la equivocación, tiene la oportunidad de corregir antes y a menor costo los errores de Allende. No necesita esperar a que el país esté en llamas. Pero para lograrlo tiene que convertirse en un Aylwin: en un político dispuesto a ejercer el poder sin titubear en función de los intereses de la República. Tiene que olvidarse de sí mismo, suicidar su ego y sus ganas de que lo aplaudan en Twitter. Y tiene que planificar una especie de “boda roja” contra el Partido Comunista, que le saltará al cuello cada vez que intente corregir el rumbo (cosa de ver lo ocurrido en La Araucanía).

Por último, creo que el gobierno tiene que evaluar seriamente el problema de la propuesta constitucional. Se las han vendido como un traje político a la medida, tal como una de las tentaciones del desierto. Sin embargo, mirado en detalle, el proyecto parece básicamente un atajo hacia la tiranía. Una escalera desechable. Aparte de desmembrar políticamente el país, y otorgarle control casi total de zonas crecientes de él a etnias inorgánicas cuya representación está capturada por camarillas, instaura un orden político que pone la vida de todos los chilenos “no originarios” (que pasamos a ser ciudadanos de segunda categoría) bajo control directo del Estado, sin mediaciones. Y no ofrece casi ningún balance o contrapeso al ejercicio del poder por parte de ese Estado. El Presidente que, bajo el nuevo régimen, logre además control de la cámara podrá hacer prácticamente lo que quiera. ¿Vale la pena sacrificar por una tentación de poder cortoplacista el futuro de nuestra democracia y la integridad de nuestro territorio?

Extrañamente, por lo demás, la ultraizquierda da por seguro que serán ellos los que llegarán a patear la escalera constitucional que recién armaron. No se imaginan que pudiera ser alguien de derecha, a pesar de que perdieron hace nada la primera vuelta presidencial y de que casi todos los problemas más graves que enfrenta hoy Chile se relacionan a los ejes programáticos tradicionales de la derecha (migración, seguridad, inflación). La derecha tiene una tradición autoritaria con mejores resultados que la izquierda en Chile, y la izquierda debería recordarlo antes de jugar con fuego.

El octubrismo repite hoy en coro que no hay un “segundo tiempo” para el gobierno si gana el Rechazo. Esto es falso. Lo que no hay es un segundo tiempo para ellos, que esperan usar la constitución nueva para pegar el zarpazo. Boric tendría una segunda oportunidad para servir lealmente a la república si gana el rechazo, pero dejando ir a muchos de sus actuales compañeros de ruta, y aceptando convertirse en un estadista en vez de en un dinamitero. Puede hacerlo, si quiere hacerlo. Pero el tiempo para decidir se le acaba: sigue paralizado en la mitad de una escalera en llamas, pensando que debe ser leal al incendio. (La Tercera)

Pablo Ortúzar

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