Es la pura (pos) verdad-Claudio Hohmann

Es la pura (pos) verdad-Claudio Hohmann

Compartir

La era en la que vivimos suele ser denominada la sociedad del conocimiento, resultado del desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación, que han permitido la transferencia de datos a una escala extraordinaria, dando origen a un nuevo paradigma de sociedad en el que el conocimiento acumulado, transferible ahora con inusitada facilidad, se constituye en el pilar del desarrollo económico, político y social. La base de esta nueva forma de sociedad es la cuantiosa evidencia científica (que incluye a las ciencias sociales), acumulada a partir de la Ilustración y su amplia difusión a través de los medios de comunicación e internet.

La humanidad ha desarrollado una compleja institucionalidad para dar una idea por cierta o para comprobar una teoría, que al serlo da origen al conocimiento. Drew Gilpin, presidenta de la Universidad de Harvard (entre 2007 y 2018), lo resumió bien para el caso de las universidades: “Durante siglos han sido lugares donde el conocimiento ha sido reunido, estudiado, debatido, ampliado, modificado y avanzado, a través del poder del razonamiento humano, el cruce de argumentos racionales y el intercambio de ideas”.

¿Para qué entonces hablar del fenómeno de la posverdad y gastar esfuerzo en dilucidar sus posibles efectos en la sociedad, si es que alguno pudiera tener? Lo que lo distingue de una mera creencia es que en su caso tiene lugar después de la evidencia, no antes o sin ella. Esta es su singularidad. Se constituye en una versión distinta, incluso opuesta, a la evidencia.

Se trata de una distinción fundamental para comprender una tendencia que ha irrumpido recientemente en nuestra sociedad, desde los últimos años de la década pasada, justo cuando la información y el conocimiento respecto de casi cualquier cosa se encuentra disponible en la palma de la mano para la mayoría de las personas -podríamos decir «a un clic de distancia» .

Con el advenimiento de la sociedad de la información y la extraordinaria difusión del conocimiento pareció que la nutrida evidencia que se acumulaba en los centros de investigación y de pensamiento se constituiría en verdad irrefutable. Ya no se la podría contravenir, a riesgo de desafiar la racionalidad.

Pero, ¿cómo puede ocurrir entonces qué en presencia de la evidencia, en muchos casos abrumadora, surja una posverdad que le dispute su veracidad y, en última instancia, su utilidad para la vida cotidiana y para el bienestar de las personas?

La definición de posverdad del diccionario de Oxford nos da una luz: “Cuando los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y la creencia personal”.

Para que ella acontezca se requieren entonces emociones y sentimientos que en algunos casos se sobreponen a la racionalidad, lo que ocurre de preferencia cuando no experimentamos una realidad directamente y, sobre todo, cuando el raciocinio resulta contraintuitivo. Los sentimientos viscerales todavía suelen pesar más que el conocimiento asentado en la razón y el discernimiento. Estos libran una batalla, por así decirlo, para derrotar pulsiones que todos llevamos con nosotros desde tiempos inmemoriales.

Una realidad contraintuitiva, esto es, que se opone a nuestra intuición -alimentada por sesgos y sentimientos-, es un campo abonado para el florecimiento de la posverdad, incluso cuando dicha realidad ha sido discernida por la ciencia y, por lo tanto, expuestos sus componentes, las fuerzas y las razones que le dan origen. Lo contraintuitivo es por esencia un contexto desfavorable para el imperio de la razón.

Es interesante constatar que la posverdad no persigue necesariamente falsificar la verdad -eso sería entonces una mentira- sino que le confiere a la evidencia una importancia secundaria o, pero aún, nula. Algo que aparenta ser verdad, ideas que “deberían” ser ciertas y que son más “evidentes” que la propia evidencia, pero que en los hechos no existen o no tienen validez, son ingredientes favoritos de la posverdad si acaso encuentran un sólido respaldo en nuestras emociones y sentimientos.

Lo notable del caso es que una posverdad puede albergarse en las mismas personas que en pleno siglo XXl gozan de los más extraordinarios avances de la ciencia y de su implementación en una infinidad de artefactos, entre ellos el teléfono móvil, quizá el más cotidiano de todos los inventos que ha producido el hombre. Resulta toda una ironía que sea este último artefacto y las aplicaciones que operan en él, una de las principales causas del fenómeno que nos ocupa.

Estamos enfrentados a un desafío completamente nuevo de muy distinta índole que la develación de la mentira para hacer prevalecer la verdad, una tarea a la que la humanidad ha dedicado -y sigue dedicando- enormes esfuerzos. Contra todo pronóstico, en la sociedad del conocimiento las emociones y los sentimientos siguen teniendo una fuerza por momentos indomable para darle vida a nuevas interpretaciones de la realidad reñidas con la evidencia.

Y he aquí lo que está en juego: que estando completamente disponible el conocimiento, en la mayoría de los casos más allá de toda duda razonable, una versión de los hechos alejada de éste pueda ser sostenida y mantenida en el tiempo, con imprevisibles consecuencias sociales. Porque cómo estableció el sociólogo William Thomas -se conoce como el teorema de Thomas- “si las personas entienden como real una determinada situación, esta será real en sus consecuencias”. (El Líbero)

Claudio Hohmann