Enemistad cívica

Enemistad cívica

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La falta de amistad cívica que hoy existe en el país es un problema mucho más grande e inmediato que la desigualdad, que tanto preocupa a la izquierda, o la permisología, que tanto molesta a la derecha. Sin amistad cívica, Chile difícilmente podrá retomar el sendero del desarrollo sostenido, la inclusión y economía y la paz social.

En los años 90, la democracia de los acuerdos (que es la única forma en que la democracia puede fortalecerse y desarrollarse) que privilegiaron los primeros gobiernos de la Concertación pudo haber estado algo forzada por las leyes de amarre de la dictadura y por los enclaves autoritarios que existían en la Constitución. También contribuyó en algo la amenaza de una regresión autoritaria, que tal vez existió más en la cabeza de algunos que en la realidad de una época en que la democracia era “the only game in town” en América Latina, como lo dijo tan coloquialmente Bill Clinton, el presidente estadounidense. Por cierto, hubo también momentos de tensión y conflicto. El ejercicio de enlace a fines de 1990, el boinazo en mayo de 1993, y el arresto de Pinochet en Londres en octubre de 1998 pusieron a prueba la naciente democracia chilena. Pero siempre se terminó por imponer la cordura y los que otrora eran enemigos fueron capaces de volver a sentarse a conversar a la mesa de negociaciones.

Esos eran años en que la amistad cívica era mejor valorada que hoy. El 23 de agosto es el natalicio del nacimiento de Edgardo Boeninger, uno de los padres de la democracia chilena actual. Como ministro Secretario General de la Presidencia (1990-1994) y senador designado (1998-2006), Boeninger, que siempre hablaba de la amistad cívica, fue uno de los artífices de la construcción de los mejores 30 años de la historia de Chile. Boeninger sabía que las negociaciones muchas veces eran difíciles y dolorosas. Pese a su actitud afable y respetuosa, sabía usar tan bien la zanahoria como el palo. En su trayectoria, el exministro demostró que lo cortés no quita lo valiente. En múltiples ocasiones, los acuerdos que promovió Boeninger irritaron a aliados y adversarios que quedaron fuera, pero entendía que nadie es monedita de oroPara poder hacer tortillas, hay que quebrar huevos.  Pero tampoco es necesario dejar toda la cocina sucia cuando se hace un omelette.

En los últimos días, hemos visto cómo los comandos de los dos candidatos de derecha han caído en descalificaciones innecesarias y autodestructivas. Ahora que los partidos ya fueron incapaces de construir un acuerdo que beneficiara a todo el sector -y al país- no hay más remedio que esperar hasta que la falta de unidad se pague caro el día de las elecciones. Pero no hay necesidad de derramar más sangre de la que ya se derramará en las filas de las huestes derechistas el 16 de noviembre. Precisamente, porque a partir del día después de la elección habrá que construir puentes para poder sacar a Chile del mal lugar en que se encuentre, haría bien hacer un esfuerzo ahora por comenzar a practicar un poco más de amistad cívica.

En la izquierda, las críticas virulentas a la campaña de Jeannette Jara pudieran estar justificadas. Pero a menos que algunos de esos líderes de izquierda estén dispuestos a cruzar la vereda y votar por Matthei en primera vuelta o a apostar por MEO o Mayne-Nicholls, los simpatizantes de la izquierda debieran empezar a aceptar que, por su domicilio ideológico y suponiendo que las encuestas no cambian en las semanas que vienen, tendrán que votar por Jara en segunda vuelta para evitar que José Antonio Kast llegue a la presidencia.

Las elecciones inevitablemente son momentos polarizadores. Los simpatizantes de cada candidato se esmeran en destacar las virtudes de sus abanderados y en magnificar las debilidades de sus rivales. Pero, igual que un barco en altamar que está muy lejos de llegar al puerto, los líderes de izquierda y derecha en Chile debieran dejar claro que entienden que la única forma de salir de este difícil momento por el que atraviesa el país es forjando acuerdos amplios que impliquen concesiones de todos en aras de forjar una hoja de ruta que ponga al país en la dirección correcta.

Nadie pide que todos pensemos lo mismo o que nos vistamos con los mismos colores. Hay diferencias irreconciliables y visiones opuestas sobre lo que, en el largo plazo, es mejor para el país. Pero si no somos capaces de demostrar un poco más de amistad cívica en el corto plazo, no existirá un largo plazo del que ocuparse después.

En la política de Chile hoy hace falta mucha amistad cívica. La enemistad que existe entre adversarios políticos rápidamente se torna en violencia verbal y gruesas descalificaciones. En vez de construir puentes, muchos políticos se dedican a dinamitar caminos y sabotear intentos por llegar a acuerdos. Si bien siempre hay opciones de acuerdos malos que deben ser rechazados, hay que esmerarse en buscar buenos acuerdos que puedan ser ampliamente aceptados. La tarea de un político es ponerse de acuerdo con otros políticos que piensan distinto para encontrar puntos de encuentro que permitan llevar al país a un mejor lugar. Para lograr ese objetivo, hay que aprender a cultivar la amistad cívica. (El Líbero)

Patricio Navia