Desde mi balcón puedo contemplar, de noche, las luces de una buena parte de la ciudad en que vivo: Santiago. Desde allí, mirando ese mar de luces que titilaban como si la ciudad respirara, transcurrieron para mí las últimas horas de 2024 y los primeros minutos de 2025. Esa transición entre un año y otro, cuando podemos hacerla con la calma de la que disponía yo, no es ajena a momentos de melancolía y a veces, no pocas, de una tristeza que no siempre se puede explicar. Para quienes ya no somos jóvenes, ese momento invita más a pensar en lo que fue que en lo que puede ser: a recordar otros momentos como ese, vividos en otras circunstancias, en condiciones diferentes y en otros lugares.
Y me ocurrió que, a pesar de que tales sensaciones se apoderaban de mi estado de ánimo, no pude dejar de pensar también que, en ese mismo instante, otras personas, la mayoría más jóvenes que yo, aunque estuviesen contemplando el mismo paisaje nocturno no podían darse el lujo que yo me daba: el lujo de responder por lo hecho más que por aquello que queda por hacer. Porque son personas, hombres y mujeres, en cuyas decisiones y acciones descansa el futuro de todas y todos quienes, esa misma noche y en esa misma parte del mundo, veíamos terminar un año y comenzar otro.
Acaso -me preguntaba- ¿podría Gabriel Boric, mientras el reloj avanzaba, dejar de interrogarse acerca de su propio futuro? ¿Reflexionar tal vez acerca del hecho que, durante el año que iba a comenzar, quizás se decidieran para él todos los años que habrían de seguir? Que deberá optar definitivamente por acciones, durante ese año, que lo califiquen como un hombre de Estado capaz de mantener a su país unido en momentos de decisiones cruciales abandonando la tentación de dejar testimonios de su vocación refundacional o, por el contrario, que será incapaz de dejar atrás a antiguos camaradas y terminará el año encrespando aún más las olas de la polarización política con proposiciones que, él lo sabe, no tendrán destino pero servirán para galvanizar los espíritus de quienes quieren transformarlo todo y ahora.
Y Michelle Bachelet, ¿podría estar tranquila esa noche mientras el año llegaba a su fin y dejar de pensar que su nombre es el único capaz de unir sin fisuras a todo el oficialismo y quizás el único que puede reunir en una sola votación incluso a la Democracia Cristiana? Una reflexión que, de hacerla, inevitablemente habría de ir unida a otra que le demuestra que todos esos votos son, hoy, menos que los votos de toda la derecha unida en una segunda vuelta y que el electorado de centro ya no volverá a votar por un (o una, en su caso) candidata de izquierda cuya fuerza principal radique en el Partido Comunista y el Frente Amplio. Que, en suma, aunque transformada en heroína de la izquierda chilena sería derrotada en esa segunda vuelta presidencial y que así se la recordaría en todos los años por venir.
¿Estaría en ese momento final del año Carolina Tohá distrayendo sus pensamientos en la rememoración de otros fines de año y no en la reflexión serena del hecho que, ante la renuencia de Michelle Bachelet de asumir la representación del oficialismo, sobre ella recaerá esa pesada carga? Estaría pensando que, como quiera que se mire, ella no es Bachelet y que, aunque venza a un candidato o candidata del Frente Amplio-PC en una primaria a mediados de año, su opción presidencial es limitada frente a la oposición unida en una segunda vuelta y a un electorado centrista que ya no apoyará a una candidata que es también candidata del Partido Comunista y el Frente Amplio y que gobernará con ellos.
Y Eduardo Frei, ¿Sería él, en esos minutos postreros del año, capaz de sustraerse a la percepción de que su nombre comienza a dar una luz de esperanza a algunos partidos del socialismo democrático, incluida la DC (le caiga bien o no a la DC el apelativo de “socialismo”)? Una luz difusa pero que cobra fuerza cuando la imaginación lleva a concebir la posibilidad de un arco de apoyos que incluya a los partidos de centro y sobre todo al Partido Socialista. ¿Habrá sido capaz de dejar de pensar que sí, que quizás sería posible, que con esos apoyos podría pretender alcanzar también al electorado de derecha (a algunos o a muchos de quienes votan por candidatos de Renovación Nacional, de Evópoli, quizás incluso de la UDI)? Aunque, claro, la presencia del PS sería decisiva en ese ordenamiento y eso es algo sobre lo que no resulta fácil cavilar a segundos de que termine el año.
Y quizás algo parecido haya pasado por la cabeza de Paulina Vodanovic. Tal vez se haya detenido a pensar si su partido debe persistir en su actitud de acompañar hasta el fin (en todos los sentidos) a ese gobierno de izquierda que, en algún momento, no hace mucho, pretendió ser la reivindicación histórica del gobierno revolucionario de Salvador Allende o, por el contrario, volcarse a mostrar con hechos su vocación reformista y socialdemócrata. A pensar que si su partido encabeza una candidatura presidencial del actual oficialismo -quizás con Carolina Tohá en ausencia de Michelle Bachelet- seguramente pasarían a segunda vuelta, pero que allí perderían a manos de una derecha en esa instancia unida y respaldada por los votos del electorado de centro que esta vez no apoyarían a una candidata que lo sea también del PC y del Frente Amplio. Quizás perder la presidencia no importe al Partido Socialista que podría conservar y hasta incrementar marginalmente el número de sus parlamentarios, pero debería abandonar definitivamente su vocación de gobernar y tal vez por mucho tiempo. Un dilema imposible de resolver para Paulina en los pocos minutos que restaban a un año que agonizaba, pero que serán ineludibles en los próximos meses.
Resulta difícil creer que en esos mismos momentos Evelyn Matthei no se haya estado enfrentando a un dilema semejante. A la certeza de que durante el año que estaba por comenzar ya no podría dejar pasar algunas decisiones y algunos desafíos propios de una candidata presidencial debido a su condición de alcaldesa. ¿Podrá acaso no haber pensado, hasta admitir, que la existencia de un “sector” llamado “derecha” o, para cubrir las apariencias “centro derecha”, es sólo una reminiscencia de décadas pasadas? ¿Quizás tan pasadas como los años de gobierno de la Unidad Popular o los años en que una dictadura militar los forzaba a todos a mostrarse tan ordenados y unidos como los propios militares? ¿Se habrá detenido, más que a pensar a sentir durante esos minutos, que no existe “la derecha” sino que en el mundo de ideas y vocaciones políticas de quienes pueden aceptarse como derechistas existe una diversidad por lo menos tan grande como la que existe en el mundo de la izquierda y que quienes tienen la aspiración de liderar deben primero definirse con exactitud y sólo después buscar equilibrios y acuerdos? ¿Habrá tenido tiempo de pensar que, para ella, como para otros líderes y lideresas, el año que estaba a punto de comenzar más que de decisiones iba a ser uno de definiciones?
Quien probablemente no pensó mucho en cuestiones como esas fue José Antonio Kast, que una y otra vez ha dicho que su camino está señalado y que él va a ser candidato presidencial hasta sucumbir o triunfar en la primera vuelta electoral. Y para él triunfar no puede sino significar pasar a una segunda vuelta para, allí, encomendarse a la buena suerte o a quien quiera que él se encomiende, para ver qué le depara el destino. Distinto, sin embargo, pueden haber sido esos minutos para Johannes Kaiser. ¿Habrá vuelto a pensar que, por encima de todo, lo que importa en la política y en la vida es dejar bien plantados los principios y que un libertario a todo trance como él no tiene más remedio que llegar hasta el final en sus aspiraciones presidenciales, aunque no sirvan más que como testimonio? ¿O habrá alcanzado a pensar en los pocos minutos que le dejaba el año que se iba que la política tiene que ver con la administración del poder y que para administrarlo hay que ser parte de él y no sólo un levantador de estandartes dispuestos al sacrificio? ¿Habrá considerado por ello, quizás, la posibilidad de unir sus fuerzas con alguien cercano a fin de compartir en un programa común de gobierno las mieles y el agraz del poder?
Sí, todo eso se pudo pensar mientras, quizás, esas personas importantes sentían como un año dejaba lugar a otro. Y tal vez, por qué no, fue así fue como llegó ese final del año, lleno de dudas e interrogantes para algunos -aquellos que cargan con terribles responsabilidades- y de recuerdos para aquellos otros que debemos limitarnos a sobrellevar lo que resulte de esas dudas e interrogantes. (El Líbero)
Álvaro Briones