Con mi amigo, el filósofo Waldo Chacón, dialogamos acerca de la razón y la pasión en política. La razón, pensamos, guía la reflexión inteligente y se refleja en la decisión de las personas y de los partidos de concurrir al diálogo político y aceptar la distribución del poder en la sociedad en sintonía con sus intereses o necesidades (o ambos). La pasión, por contraste, es la negación de la política; cuando se impone, la solución inteligente para la distribución del poder es substituida por alguna compulsión no razonada, no inteligente. Tomar una decisión pasional, en política, es, en realidad, actuar fuera de la política; es situarse en un mundo diferente, pre político, quizás parecido a aquel que describía Hobbes diciendo que no podía sino asumir la forma de una “guerra de todos contra todos”.
Para ejemplificarlo, el filósofo Chacón me habla del último período del gobierno de la Unidad Popular, luego que fracasara el diálogo entre el ex presidente Salvador Allende y Patricio Aylwin, propiciado por el cardenal Raúl Silva Henríquez y realizado en la casa de éste. Ese fue el momento en que la política abandonó el escenario y todos sintieron que a partir de ahí sólo habría lugar para la pasión -me dice- y yo no puedo más que aceptar el ejemplo. Porque recuerdo que, efectivamente, a partir de ese momento no hubo quien no pensara que ya no habría una solución inteligente, que había llegado lo que Martí llamó “la hora de los hornos”, aquella en la que “no se ha de ver más que la luz”, delicada metáfora del poeta para significar que no había otro camino que la confrontación total, final.
La conversación tuvo lugar luego que yo le comentara al filósofo cuan asombrado estaba de comprobar que, hoy, ya avanzado el siglo XXI y supuestamente asimiladas todas esas lecciones del pasado -especialmente la de la Unidad Popular y su trágico fin-, aún hay gente inteligente que, sin embargo, se deja llevar por la pasión en momentos en que la inteligencia debiera guiar sus decisiones. La situación que más me llama la atención y más asombro me provoca es la de aquellas personas de tradición centro izquierdista que se declaran incapaces de votar por la opción que representa Evelyn Matthei.
La explicación es que Matthei “es de derecha”. Y se entiende que eso es incompatible con “ser de izquierda”, con prescindencia de todo razonamiento relativo al interés del país o al propio interés o a las necesidades que quien lo dice cree representar. “Ser de izquierda” o de “centro izquierda” se revela así sólo como un sentimiento que, en las circunstancias en que se expresa, no puede sino ser abstracto, pasional. Su voto, entonces, deja de ser racional. Se vota por un sentimiento y no -y esta es la paradoja fundamental del comportamiento pasional en la política- por lo que realmente favorece la necesidad o el interés de quien vota.
Quienes así se expresan, se muestran en algunos casos dispuestos a votar por Jeannette Jara, aunque estén convencidos de que ella no va a ser Presidenta de la República. En otros casos, declaran su adhesión a alguno de los candidatos de fantasía que han registrado su postulación y aún hay otros que afirman que anularán su voto. Y es que la pasión es la pasión y quien quiera ir por la vida “a la pasión rendida” como dijera Sor Juana Inés de la Cruz, muy en su derecho está. Un derecho que le permite, como en este caso, desperdiciar su voto aún cuando piense -en los momentos en que ello le es permitido por la pasión- que la elección presidencial que se avecina es importante para nuestro país.
Pero, y he aquí la gran paradoja, esas personas a tal grado puras en su abstracto sentimiento “de izquierda”, con cualquiera de esas actitudes están en realidad eligiendo a José Antonio Kast como Presidente de la República. Al rendir su razonamiento a la pasión no sólo no están actuando en sintonía con sus propios intereses y necesidades, sino que están actuando directamente en contra de ellos: se están traicionando a sí mismos.
Desde luego no descarto que alguna de estas personas sí pueda creer que Jeannette Jara pueda ganar la elección. Aunque, en realidad, lo único claro respecto de esa candidatura es que puede contar con seguridad con un tercio de los votos totales en la primera vuelta de la elección presidencial y pasar así a la segunda, aunque también está claro que en esa segunda vuelta va a perder en contra de los votos de los dos tercios del electorado que no la apoyan.
Esta certeza es tan evidente, que el Partido Comunista parece haber aceptado ese resultado final y por ello haber superado la angustia que provocaba en sus dirigentes tradicionales la idea de tener que ser un Partido Comunista gobernando un país… y no hacer lo que deben hacer los partidos comunistas cuando gobiernan un país. Una angustia sin duda razonable, porque el Partido Comunista es esencialmente anticapitalista, esa es la razón de su existencia explicada claramente en toda la extensa bibliografía marxista, desde el Manifiesto Comunista en adelante. Por ello pueden ser parte de un gobierno, integrar una coalición desde la cual impulsar políticas acordes con su esencia antisistema, pero dirigir ese gobierno, ponerse a la cabeza del Estado para imponer el orden en las finanzas públicas o para atraer inversiones destinadas a promover el crecimiento capitalista… eso es muy otra cosa. Para decirlo en breve, eso es renunciar a su esencia, es abandonar su razón de ser, desaparecer como comunistas: en una palabra, suicidarse.
De ahí la renuencia a levantar una candidatura que pudiera tener éxito en las primarias debido justamente a que la candidata… no parecía comunista (recuerden las palabras de Juan Andrés Lagos: “el candidato comunista debe parecer comunista”). Pero los dirigentes tradicionales no pudieron imponer una candidatura a su medida (el ideal, naturalmente, seguirá siendo Jadue) y, para su mala suerte, no sólo debieron ungir a Jeannette Jara, sino que ésta terminó ganando la primaria. Incluso por un breve período llegaron a percibir un peligro aún más grave: podían ganar la elección presidencial con esa candidata. Para su alivio sin embargo ese riesgo ya se disipó y ahora, seguros ya de que no van a ganar, encabezados por su presidente que parece haber recuperado la alegría se dedican a predicar en público y sin pudor su esencia comunista, con verdades tales como que en realidad a ellos nunca les gustó Mario Marcel y no tienen nada que ver con equilibrios fiscales ni algo que se le parezca.
De modo que cabe preguntarse: si ni el propio Partido Comunista cree que Jeannette va a ganar la elección, ¿cómo es posible que aquellos que «no pueden votar por alguien de derecha” no comprendan que, al votar por ella, están en realidad votando para presidente por quien pase a segunda vuelta con ella? ¿Y que, si no es Evelyn Matthei quien pase a esa segunda vuelta, será José Antonio Kast, la expresión más pura de la derecha quien lo haga y quien será, además, presidente de Chile? ¿Será posible que su pasión los lleve a no entender la diferencia entre un gobierno de Matthei, técnicamente razonable y abierto al diálogo político tal como lo fueron los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia, y un gobierno de José Antonio Kast que será todo lo contrario?
En realidad, es imposible que no se den cuenta. Es sólo que están renunciando a la política, y a la razón, en beneficio de la pasión. Están ignorando que en esta elección presidencial no habrá segunda vuelta, que todo se decide en la primera y que, con su actitud, ellos no sólo están despreciando a la razón: están actuando en contra de ella, están eligiendo a José Antonio Kast. (El Líbero)
Álvaro Briones



