En esta no nos jugamos la vida

En esta no nos jugamos la vida

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La mayor diferencia entre el plebiscito del 17 de diciembre próximo y el del 4 de septiembre pasado es que en este no nos jugamos la vida como país, como república, como nación. Todo eso estaba en juego el 4 de septiembre de 2022. Porque arriesgábamos tanto, se armó de manera espontánea una amplísima coalición en defensa del sentido común y de la sobrevivencia de Chile.

Una Constitución es un conjunto amplio de reglas que ordenan cómo funciona un país. Es la “ley de las leyes”, la base sobre la que descansa el ordenamiento legal y jurídico. Además, proporciona el catálogo de derechos y obligaciones de los ciudadanos. Debido a su amplitud y a los muchísimos temas que abarca, es difícil lograr consenso sobre todos sus aspectos. Es particularmente difícil aprobar una nueva Constitución como un “paquete cerrado”.

Mientras más largo es el documento, más improbable es lograr un entendimiento generalizado. Es por ello que la propuesta de los expertos —corta y con normas generales— pudo ser aprobada por unanimidad y la del Consejo será rechazada o aprobada por un escaso margen.

Creo —o creo creer, lo que es casi lo mismo— que lo mejor para el país es que gane el A favor, y que de esa manera se produzca una señal fuerte de que este carrusel constitucional ha llegado a su fin.

Pero si la opción triunfante es el En contra, no será el fin del mundo. Pálido, pero sereno, el país seguirá funcionando, enfrentando grandes desafíos que ninguna de las dos opciones resuelve por sí sola.

Un aspecto positivo de la opción A favor es que reforma al sistema político. Los principales cambios son la reducción del número de diputados de 155 a 138, la disminución del número de escaños por distrito —ahora habrá entre dos y seis en cada uno—, un umbral del 5% de los votos nacionales para que los partidos sobrevivan, y las sanciones a los parlamentarios “díscolos”.

Sin duda que este es un paso en la dirección correcta. Pero no nos engañemos. Este es un paso tímido e insuficiente, una norma que apenas hará mella en el funcionamiento político del país. Los partidarios del A favor han publicitado esta reforma como el elemento salvador de la democracia y de la gobernabilidad nacional. Lo presentan como una gran panacea. Exageran, y caen en una ilusión voluntarista, o en lo que los sajones llaman “wishful thinking”.

No cabe duda de que la fragmentación política es un lastre que impide lograr acuerdos y avanzar en la dirección que necesita el país. Pero esta fragmentación no es, principalmente, el resultado del número de diputados, ni de que algunos partidos políticos tengan un apoyo por debajo del 5%. El país no se jodió cuando el número de diputados pasó de 120 a 155, ni cuando los minipartidos eligieron congresistas. Seamos francos y digamos lo que casi nadie quiere decir: el país se jodió cuando se reemplazó el sistema binominal por un sistema proporcional. En un sistema proporcional los incentivos para los acuerdos casi no existen. Lo importante no es el tamaño de la cámara o de los partidos, sino que las reglas para elegirlos. En esto la propuesta del Consejo avanza muy poco. Mantiene el sistema proporcional con algunos distritos gigantes —sí, seis diputados en un distrito es gigantismo.

Tanto los expertos como el Consejo fueron tímidos e, incluso, perezosos. Ni siquiera discutieron opciones que abordaran el tema de la fragmentación en forma frontal y decidora.

Entiendo que el binominal tiene una pésima reputación y que se le asocia con la dictadura. Pero hay otros sistemas que enfrentan el problema de la fragmentación en forma eficiente y seria. El más simple es el uninominal, con un representante por distrito, y todos los distritos del mismo tamaño en términos de población. Una alternativa aún mejor es el modelo alemán, que combina un representante por distrito con listas cerradas a nivel nacional. Es en estas listas donde se aplica el umbral de votación mínima del 5%. Este sistema híbrido también es usado en Nueva Zelandia y Japón.

Con lo anterior no estoy diciendo que la reforma política en la propuesta sea dañina. Mi punto es que, si bien es un paso en la dirección correcta, es un paso muy pequeño. Mi conjetura es que habrá menos partidos, producto de fusiones y reaglomeraciones, pero seguiremos con un sistema fragmentado, donde las distintas tribus vivirán dentro de los partidos, y donde lograr acuerdos seguirá siendo un desafío.

Se perdió una oportunidad única para verdaderamente modernizar nuestra política. Los congresistas incumbentes difícilmente querrán un cambio que pone en riesgo sus dietas, sus asesores y su poder. Pero un paso pequeño es mejor que no avanzar y seguir empantanados. (El Mercurio)

Sebastián Edwards