En el largo tiempo

En el largo tiempo

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Un ambiente de malestar se expandió en el alma de los chilenos al conocerse el rechazo de la Corte a nuestra petición para que se declarara incompetente. Los argumentos de la Corte -que incluyeron un relato histórico unilateral, sesgado- al menos acotaron las fronteras de su propio dictamen final al excluir el elemento de la soberanía. Claro, uno se pregunta ¿de qué se podría negociar si es que la Corte decide que Chile tendría «obligación de negociar»? En Chile de algo están todos seguros: de que jamás se va a ceder soberanía, nada que no fuese un canje como en Charaña; y de que no puede ser Bolivia la parte que decida qué es «negociar».

(Algo personal. Lamento que el ex Presidente de Bolivia Eduardo Rodríguez -con el que simpatizo por su posición política e intelectual- al iniciar su comentario del fallo haya expresado una suerte de hagiografía en tono neopopulista, ajeno a la austeridad elegante que demandaba la situación.)

Esta situación deja algo perplejo, ya que la decisión, por procedimental que sea, se encamina a debilitar la seguridad jurídica. El derecho debe ser previsible; los tratados deben cumplirse (salvo revisión voluntaria de las partes); nadie los firmaría si después son interpretados de manera contraria a la intención de quienes los redactaron. Pero en algunos casos, la Corte, cada vez más con vocación de vanguardia, avanza en imponer criterios de interpretación que, de imponerse, nadie querrá negociar ni firmar.

Ahora se plantea con más agudeza el dilema ¿qué hacer? Sube y subirá más la presión por alternativas como no presentarse al juicio y/o abandonar el Pacto de Bogotá, el que en realidad no tiene demasiados signatarios. Otro pequeño grupo, pero que tiene influencia en parte de la clase política y de la cultura, exige adoptar aires latinoamericanistas y fundirse en un abrazo con los críticos de Chile.

No es el momento de adoptar decisiones precipitadas. Los países que no se han presentado a juicio casi siempre han sido muy afectados al final; algunos volvían al juicio antes de que terminara. Abandonar el Pacto de Bogotá, aparte que invalida una larga tradición chilena que no podemos olvidar sin pagar un precio insospechado, ni nos libraría de este juicio y de otros que se puedan interponer por 12 meses.

Abrazar una causa latinoamericanista no significa simplemente identificarse con intereses latinoamericanos, difíciles de definir, sino que con una posición política hegemónica que va a proceder de acuerdo con su propia visión emocional; Chile no sería más que un remedo de uno de los tantos chavismos que han brotado.

Eso sí, hay que pensar en dos alternativas estratégicas que no sean puras maniobras de relaciones públicas. La primera es que mantener una posición estática nos lleva a ser receptores de golpes, una actitud puramente defensiva. Se debe desarrollar hacia Bolivia una estrategia de largo plazo que no esté ajena a otras posibilidades que hubo en el siglo XX, en especial aquella de Charaña, o algo análogo, a conversarse con calma, después de La Haya, sin arrebatos, confiando en la virtud del tiempo, es decir, hablamos de décadas.

Total, hace 53 años Bolivia rompió relaciones con Chile.

La segunda es que al encaminarse a su desenlace el caso en La Haya habrá que tener diseñada una estrategia si las cosas salen muy mal, teniendo presente que jamás se cederá soberanía. Podría conversarse en el continente acerca de una reforma del Pacto de Bogotá o en su defecto de suplirlo por otra instancia que garantice que la letra escrita posea el sentido más unívoco posible; o entonces tomar una medida de mayor envergadura. Estudiemos.

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