El trauma

El trauma

Compartir

Las sociedades, como las personas, poseen traumas, acontecimientos sorpresivos, y a menudo dolorosos o violentos, que perviven en el tiempo como una herida que no logra cerrar y que retorna, una y otra vez.

En el caso del Chile contemporáneo ese trauma es el 18 de octubre, del que apenas ayer se cumplieron seis años.

En general, el trauma es descrito (en el psicoanálisis) como un evento que no logra ser simbolizado, un acontecimiento que queda fuera del orden, por decirlo así, del discurso. Es un hiato o una ruptura que divide el orden del tiempo. No es que no se pueda hablar de él, es que su significado permanece en la incógnita. A pesar de ello, la memoria y el acontecer se organizan en torno a ese evento que, como una herida que no logra ser integrada, parte el tiempo en dos, antes y después de que el evento traumático ocurriera.

Esa división enigmática (antes y después del estallido) hoy día afecta más a la izquierda que a la derecha.

Porque la izquierda que llegó al poder, es decir, la del Presidente Gabriel Boric, debe su aparición fulgurante a lo que ocurrió en esos días en que la violencia en las calles y el ánimo nihilista parecían el signo inevitable de un apocalipsis, un evento que anunciaba el término de una época y el principio de otra: como el evangelista, muchos entonces decían haber visto un cielo nuevo y una tierra nueva. El ánimo transformador que poseyó en sus inicios el gobierno del Presidente Boric, el anhelo de torcer la trayectoria que Chile traía hasta entonces, el tinte generacional que su gobierno poseyó en sus inicios no se explican sin lo que ocurrió, para abreviar, ese 18 de octubre de hace seis años. No es que el entonces diputado Gabriel Boric y quienes lo apoyaban más de cerca hayan alentado u orquestado esos acontecimientos (como a veces livianamente se dice). El asunto es de otra índole. El gobierno de Boric no se explica sin esos acontecimientos porque en ellos él y quienes lo apoyaban creyeron ver entonces que estaban en lo cierto: el 18 de octubre les confirió plausibilidad a los diagnósticos que ellos (y no solo ellos, claro está, también había decenas de cientistas sociales que pensaban lo mismo) formulaban, a saber, que Chile estaba al borde del abismo, que la cohesión social, el cemento de la sociedad se había desvanecido o estaba pronto a desvanecerse como consecuencia de lo que solió llamarse el modelo. Se creyó ver entonces en el 18 de octubre la prueba o la evidencia de que lo que se decía o se diagnosticaba era cierto, ¿acaso no lo mostraban las calles encendidas?

Hoy, a seis años de esos días frenéticos, está más o menos a la vista que los diagnósticos de esos días eran erróneos y que ni el cielo nuevo ni la tierra nueva están al alcance de la política, como lo acredita la propia experiencia del Presidente Boric al haber probado de cerca cuán difícil es moverse en medio del barro de la realidad, plagada de tropiezos, de errores y de torpezas.

Así, el gobierno del Presidente Gabriel Boric es un gobierno traumático no porque cause o produzca un trauma (después de todo, ha habido estropicios, algunos como el de la electricidad heredados; pero no catástrofes y el país está recuperando eso que Joseph Conrad llamaba la bendita rutina del barco), sino porque para él (para él más que para la derecha) el 18 de octubre de hace seis años es un evento que no logra hasta ahora ser racionalizado. Y hacer eso es imprescindible para un gobierno que estructuró su significado en derredor de lo que entonces ocurrió. Por eso, el futuro de Gabriel Boric como político, y de la izquierda que él ha liderado, depende de la capacidad que tenga de incorporar esos acontecimientos —y el papel de redentor que, luego de esos acontecimientos, se atribuyeron él y quienes lo seguían— al discurso, logrando así domeñarlos mediante la razón. Después de todo, una fuerza política no puede erigirse en el largo plazo ni sobre un error ni sobre una incógnita. Hasta ahora el significado que atribuyeron al 18 de octubre se ha revelado como un error. Es hora de que pase a ser una incógnita que despierte, al menos, el deseo de dilucidarla. (El Mercurio)

Carlos Peña