El sostén de la sociedad abierta

El sostén de la sociedad abierta

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En los tiempos que corren son tres las instituciones que sostienen una sociedad abierta y democrática: el Poder Judicial, los medios de comunicación y las universidades.

Y hoy cuando la ciudadanía discierne (es un deseo: que discierna y no solo prefiera) quién nos gobernará, es imprescindible recordar lo que sostiene a una sociedad democrática.

El Poder Judicial asegura que no sean las pasiones, sino las reglas las que acaben imperando. Los medios de comunicación ayudan a evitar la desorientación que produce la sobreabundancia de información. Las universidades son las únicas instituciones que hacen de la reflexión racional sus vocación más propia, impidiendo así que el prejuicio impere.

Desgraciadamente, las tres están hoy en problemas.

Desde luego el Poder Judicial —nada menos que la Corte Suprema— está en entredicho y bajo sospecha. Y esto sí que es grave, porque los jueces de ese tribunal son los llamados a decir qué es derecho en Chile, cuál es el significado o sentido último de las reglas de la convivencia. A la hora que algunos de ellos —como desgraciadamente se ha comprobado en algunos casos y existen imputaciones verosímiles en otros— prefieran las prebendas a la recta inteligencia de la ley (y una prebenda o beneficio no es solo dinero, sino también halago u omisión de una crítica leal) no es solo la justicia la que está en problemas, sino que es la convivencia en su conjunto la que está en crisis. Suele olvidarse, pero las reglas son el entramado invisible que sostiene la vida social. Las reglas son decisiones por anticipado que establecen qué conducta hemos de llevar adelante y cuál hemos de omitir. Y al hacerlo, las reglas hacen posible la previsibilidad de la vida social, disminuyen costes de transacción (¿se imagina usted los esfuerzos que debiera hacer para cooperar con otros si no supiera que las reglas se van a respetar y cuál es su sentido general?) y ensanchan la confianza. Las reglas son mudas y para que hablen es imprescindible interpretarlas; pero si quienes las interpretan y las hacen hablar, las falsearan o adulteraran en pos de prebendas o favores, no habría en realidad reglas ni sociedad alguna.

Y el deber de los medios no es menor a ese; aunque también experimentan problemas. El caso de la BBC, adulterando declaraciones del Presidente Trump, deteriora la fidelidad a los hechos que la prensa debe mantener. La prensa no siempre es fiel a los hechos y se equivoca; pero no puede ser deliberadamente infiel a ellos como al parecer ha ocurrido. Es verdad que el Presidente Trump no se mostró amigo del procedimiento electoral (y lo ensució deslizando acusaciones de fraude incluso ex ante que ellas supuestamente ocurrieran), pero ello no autoriza a un medio a alterar el discurso de una figura pública o desfigurar su sentido. Si lo hace, como por desgracia lo hizo la BBC, se rebaja a la estatura de un adicto a las redes que edita esto o aquello para que todo el mundo diga o haga lo que él prefiere dijeran o hicieran. Pero si los medios se confunden con las redes (y con la tontería irreflexiva de quienes viven pegados a ellas), entonces simplemente dejan de ser tales y la sociedad pierde una de las pocas instituciones a las que todavía le importa distinguir entre lo que merece fe y lo que no.

Y está, claro, el caso de las universidades. Las universidades son la única institución de las sociedades modernas que hacen de la reflexión racional y del esfuerzo por estirar el pensamiento hasta el límite de sus posibilidades su vocación más propia. Pero hoy las universidades están amenazadas por la creencia de que solo importan la innovación y la tecnología. Por supuesto que la innovación importa y la tecnología también; pero a condición de que ello no lleve a descuidar la vocación reflexiva que la universidad posee y que se traduce no en pensar acerca de lo que podemos hacer, sino en discernir lo que debemos a la luz de lo que somos. Por eso es alarmante cuando la universidad como institución se deja seducir e imita a otras figuras estimables de la sociedad, como la comunidad política o la empresa por ejemplo, que la apartan de esa vocación única que la constituye.

Las sociedades democráticas y abiertas están expuestas a múltiples vicisitudes y a variados problemas, y es inevitable que así sea. Pero solo podrán sobrellevarlos y mantener vivas las libertades si son capaces (¿lo sabrán las candidaturas presidenciales hoy en competencia?) de salvaguardar la salud y el prestigio de esas tres instituciones donde se expresa, a fin de cuentas, el ascetismo de la razón, la capacidad del pensar para someter los impulsos y las pasiones. (El Mercurio)

Carlos Peña