N adie debería ser insensible al reclamo de las mujeres. Enfrentan una serie de discriminaciones odiosas que necesitan ser erradicadas por una cuestión de justicia. El asunto es cómo llegar a la meta para que accedan a lo que les corresponde. Por un tiempo, el feminismo pareció tener la respuesta, pero por desgracia hoy cede espacio y voz a una versión que, a fuerza de extremar los argumentos, ha terminado distorsionando la causa.
Porque el feminismo radical va mucho más allá de la demanda por justicia o la reivindicación de ciertos derechos. Hace unos años, las feministas exigían igualdad, pero la versión radical que ahora conocemos aspira a algo distinto: quiere una revolución.
De acuerdo a su mirada, la sociedad está construida sobre la base de una conspiración cruel, que preserva la hegemonía de los hombres. Estos buscan someter a las mujeres, oprimiéndolas e impidiéndoles desarrollarse. No se trataría de algo ocasional ni reducido a la participación en el mercado laboral, sino sistémico: desde la familia hasta la educación, las instituciones sociales estarían diseñadas para perpetuar la dominación masculina. En consecuencia, hombre y mujer no serían complementarios, sino rivales. No existiría conciliación posible: al enemigo masculino hay que derrotarlo; a la sociedad machista, destruirla.
El argumento feminista radical ubica a la mujer como víctima y a quienes lo resisten como victimarios. Según ha escrito el ensayista italiano Daniele Giglioli, esta es hoy una posición curiosamente ventajosa, porque “ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica”. En su condición de víctima de la conspiración masculina, la mujer vive aplastada por la injusticia y necesita ser liberada. Con vocación leninista, la vanguardia consciente del feminismo se siente llamada a lograr que las mujeres tomen conciencia de su postración y de conducirlas hacia una sociedad sin las “ataduras” binarias hombre/mujer, que en su opinión han sido construidas cultural e históricamente en beneficio de los varones.
Todo esto desafía la experiencia cotidiana de millones de personas y aleja la posibilidad de cooperación entre hombres y mujeres en un ambiente de mutua responsabilidad y afecto. Esta última visión necesita ser recuperada por el feminismo, porque da cuenta del ánimo constructivo de la gran mayoría de las mujeres, cuyas justas reivindicaciones están siendo secuestradas y extremadas por una élite utópica y autoritaria, que no acepta la disidencia y que lleva sus demandas a la calle, para presionar por la fuerza en pos de lo que no consigue por la razón.
Juan Ignacio Brito/La Tercera



