En sus últimas columnas, el abogado y filósofo Joaquín García-Huidobro ha advertido que el próximo período presidencial será “dificilísimo” y que las medidas de ajuste serán “dolorosas, dolorosísimas”. En su opinión se debe “hablar claro” -fue el título de su columna del fin de semana-, sincerando sin ambages los serios problemas que esperan a la próxima administración, y que de lo contrario será imposible gobernar el país a quién resulte elegido en diciembre. Tiene toda la razón.
Desde la recuperación de la democracia que un mandato presidencial como el que se avecina no acumulaba tantos negros presagios. Ninguno de los ocho mandatos que han administrado el país desde 1990 -incluso el actual del Presidente Boric- enfrentó el cúmulo de desafíos que se ciernen en el horizonte como el que asumirá en poco menos de diez meses, en marzo de 2026. Ninguno tuvo que lidiar con el tipo de problemas acuciantes que afligen actualmente a la sociedad chilena, entre los que destacan por su profundidad y persistencia la inseguridad ciudadana y el estancamiento de la economía, a los que se suma una inédita estrechez fiscal -no hay plata en las arcas fiscales- cuyos efectos adversos la gran mayoría de los chilenos no han conocido ni de cerca.
Ninguna de las ocho elecciones presidenciales que precedieron a la que tendrá lugar en diciembre próximo se desarrolló entre semejantes preocupaciones. Desde que los chilenos tienen memoria -o la gran mayoría- los mandatos se sucedían uno tras otro, con altos niveles de continuidad institucional, incluso cuando la alternancia comenzó a ser la regla desde el primer gobierno de Sebastián Piñera en adelante. El mandatario que asumía el gobierno lo hacía en un contexto de una razonable tranquilidad en materia fiscal. Sin falta, el gobierno entrante se encontraba con un colchón presupuestario y una disponibilidad de endeudamiento público como para llevar adelante las promesas de su programa. En marzo de 2026 será la primera vez en 36 años que un traspaso como esos no se va a producir.
Y sin embargo, pese a todo, a pesar de los necesarios ajustes que se han vuelto inevitables -dolorosos como anuncia García-Huidobro-, paradojalmente el futuro de Chile puede considerarse promisorio. El país ha demostrado una notable capacidad exportadora que podría expandirse significativamente en los próximos años de la mano de la producción minera, ya no solo de cobre, sino que de litio y tierras raras, y también de mayores exportaciones de la industria forestal y la salmonicultura, entre otras.
El desafío que enfrentará el próximo gobierno -del lado que sea- será equilibrar con inteligencia y habilidad política las obligaciones del ajuste fiscal con el indispensable impulso para recuperar el dinamismo de la economía. Será la hora de las más altas cuotas de talento que el sistema político sea capaz de desplegar, en un momento de nuestra historia que demanda de su élite política una excelencia de la que ha carecido notoriamente -no es que nada, por supuesto- en los últimos años. Y es que lo que estará en juego en lo próximo no es nada menor: la cualidad que adjudicamos a la democracia como el mejor régimen político para gestionar y resolver oportunamente los problemas que agobian a nuestra sociedad. (El Líbero)
Claudio Hohmann



