El Presidente y la Enade

El Presidente y la Enade

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Mañana jueves se realizará el Encuentro Nacional de la Empresa (Enade) al que asistirá el Presidente Boric acompañado, se dice, de diez ministros.

¿Cuál es la importancia de ese encuentro?

A primera vista no mucha. Como se sabe desde que Hayek lo subrayó —lo dijo al caracterizar el mercado, pero lo mismo vale para la empresa—, las decisiones de los empresarios no son centralizadas, no se adoptan desde una voluntad única, sino que cada uno de ellos compite con los otros, reaccionando frente a los incentivos que establecen el sistema de precios, el entorno institucional y las regulaciones. Así entonces no es que Enade teledirija al mundo de los empresarios, o los coaligue en torno a una actitud común, de manera que luego de esta reunión las cosas vayan, como consecuencia de un acuerdo, a cambiar.

Nada de eso.

Pero ello no debe conducir a la conclusión de que el encuentro carece de importancia. La tiene. Y mucha. Especialmente el encuentro de mañana.

Desde luego, el encuentro descansa en un diagnóstico que no es cómodo para el Presidente. El lema de la reunión es contra el inmovilismo. Es muy difícil ocultar que se anida allí una crítica empresarial a la conducción gubernamental. Subyace a ese lema la idea de que Chile está paralizado, falto de conducta, como un animal encandilado, o asustado, lo mismo da, por las circunstancias. La sociedad chilena, parece creer este diagnóstico, estaría sin brújula, dando vueltas sobre sí misma que es otra forma de estar inmóvil o de disimular la inmovilidad.

Y, por supuesto, si el Gobierno tiene alguna importancia, si recae sobre él alguna responsabilidad, es la de impulsar a la sociedad, para lo cual debe ser capaz de trazar un horizonte hacia el que, incluso con esfuerzo, estirarse. La más vieja imagen del gobernante —está en Platón— es la del navegante o el piloto que guía una nave, la nave del Estado. Repite luego la imagen Aristóteles quien enseña que conducirse en la vida equivale a navegar esquivando las rocas y sin dejarse engañar por la espuma. Pues bien, en el lema de este año —a pesar de los abrazos algo exagerados y los palmoteos previsibles de los anfitriones con el Presidente—, se insinúa que la nave está más o menos al garete, algo que en el mar de las circunstancias es equivalente a estar inmóvil.

Y el Presidente Gabriel Boric deberá, en su intervención, dedicar algunos minutos, quizá los más relevantes, a desmentir esa imagen de inmovilismo, de parálisis agitante, de mera simulación de movimiento que el lema del encuentro insinúa.

¿Cómo hacerlo?

Ante todo, debe elaborar un punto de referencia en el horizonte que permita a los ciudadanos apreciar el movimiento. Sin un punto de referencia, las cosas parecen inmóviles como ocurre al volar en un avión en un cielo despejado: sin nada en derredor, el avión se antoja suspendido en el vacío. Las cosas, en la experiencia cotidiana, y lo mismo vale para la política, están cerca o lejos dependiendo del horizonte donde se aloja lo que deseamos o apetecemos. Para quien quiera intensamente jugar fútbol, la pelota está lejos, aunque esté a apenas a unos pasos de distancia, y para quien no le interese jugarlo, la pelota ni siquiera existirá, sin embargo se halle a sus pies. Las cosas están quietas o se mueven por referencia a algo. Y ese algo es lo que falta al Gobierno. Así, dibujar un horizonte posible (no eso de las transformaciones estructurales que ya se mostró fatuo, puramente retórico) debiera ser lo primero en el discurso de la Enade. No mostrar cifras. En cambio, dibujar horizontes atractivos y plausibles. Ese es el primer objetivo para comenzar el movimiento.

Y además de eso es imprescindible brindar reconocimiento a los empresarios. Sí, es cierto, se mueven por el lucro; pero este ha mostrado, cuando se cuenta con un buen marco regulatorio, ser el combustible del bienestar. El problema no es, pues, el lucro como se dijo irreflexivamente tantas veces, sino un entorno de reglas y de instituciones capaz de canalizarlo bien, de conducir la infinidad de esfuerzos que compiten en el mercado de manera que favorezcan el bienestar.

Quizá el Presidente pueda reprimir esa alma suya que, según ha confesado, quiere acabar con el capitalismo y permitir mañana que se exprese la del político responsable que se sabe inclinar ante la realidad, y así dedique unos minutos a forjar un horizonte que permita apreciar que nos movemos, y a reconocer el lucro, ese combustible secreto, y a pesar de todo benéfico, que anima a quienes lo estarán escuchando.

Carlos Peña