El presidente y el aborto

El presidente y el aborto

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¿Será verdad, como dijo el Presidente Gabriel Boric con ocasión del Día Internacional de la Mujer, que el aborto establece un clivaje entre la derecha y la izquierda, una separación entre la derecha que lo resiste, y la izquierda que aboga por ampliarlo hasta que sea integral? ¿Será verdad entonces que ser de izquierda es ser partidario del aborto y oponerse a él es ser de derecha?

Desgraciadamente, no; el asunto no es tan sencillo. Plantearlo como lo acaba de hacer el Presidente puede sacar aplausos en estos días, pero es liviano.

Veamos.

Los problemas públicos son de tres clases: los que se refieren a objetivos de distribución (cuánta igualdad es razonable, qué nivel de impuestos); los que dicen relación con cuestiones técnicas (cómo mejorar el empleo, incrementar la seguridad ciudadana, aumentar las exportaciones, cosas así), y los que son de índole moral.

Los problemas políticos son atingentes a lo que la gente prefiere y juzga deseable; los problemas técnicos son relativos al conocimiento empírico necesario para alcanzarlos; los problemas morales, en cambio, se relacionan con una concepción general acerca de lo que es correcto de hacer al margen de nuestros deseos. Desde un punto de vista moral, debemos obrar de esta o aquella manera si tenemos una buena razón para hacerlo. Un punto de vista moral no se funda en un simple deseo o interés en hacer esto o aquello, sino en una razón independiente de nuestros propósitos.

El problema del aborto no es meramente político, ni técnico. No se resuelve ni averiguando lo que la gente quiere ni con conocimiento empírico.

Es un asunto que requiere discernimiento moral.

La pregunta que entonces cabe plantear es si existe alguna buena razón (una razón independiente de los intereses o los deseos) para permitir el aborto.

Hay algunos casos que son claros en favor de permitirlo. Se trata de las tres causales que la ley hoy día admite. En todos esos casos, imponer el deber de mantener el embarazo equivaldría a imponer, con la amenaza de la fuerza estatal, deberes supererogatorios, deberes que no es razonable exigirnos recíprocamente. Así, es bueno que usted ayude con sacrificio propio al desamparado; pero no sería razonable sancionarlo si no lo hiciera. Ninguno de los tres casos que hoy día la ley admite niega la humanidad al nasciturus o feto. Aceptando que es un ser humano —alguien, no algo, como dice en un texto famoso Robert Spaemann—, incluso en ese caso hay buenas razones para admitir el aborto en las tres causales.

El Presidente Boric, sin embargo, no se ha referido a eso. Él aboga por el aborto integral, y aunque no ha explicitado qué quiere decir eso, ha de suponerse que se trata de permitir el aborto en más casos que esos tres. La pregunta que entonces cabría plantear es qué razones median para permitir el aborto más allá de esos casos, por ejemplo, entregándolo a la discreción de la mujer, a su decisión plenamente autónoma.

Una alternativa es decir que la mujer debe tener soberanía sobre su cuerpo. Y esto es, por supuesto, plenamente correcto. La soberanía de la mujer sobre su cuerpo es lo que hace repudiable la agresión sexual, el abuso, u otras formas que infringen la libertad sexual. Pero parece bastante obvio que no es ese tipo de soberanía la que en este caso se reclama, puesto que el feto no es una parte del cuerpo de la mujer en el sentido que lo es un brazo o un órgano, sino que es una parte dependiente de ella; pero que no es ella. Si usted no aceptaría que esgrimiendo el argumento de la soberanía alguien decidiera mutilarse un brazo o una pierna, con mayor razón no aceptaría que con ese argumento se prescindiera del feto. De esta manera, no es tan sencillo sostener que el aborto ampliado o integral es un caso de soberanía de la mujer sobre su cuerpo que el nasciturus es un apéndice prescindible. Y, aunque se crea esto último, no se observa por qué una tesis sobre el estatus ontológico del nasciturus puede ser parte de los principios de la izquierda.

¿Será admisible, en cambio, admitirlo por razones socioeconómicas, porque condenar a un hijo adicional a una pobreza, por ejemplo, abyecta, parece incluso cruel? Tampoco, porque bien mirado no parece correcto emplear el aborto como un instrumento de política social o un mecanismo para mejorar los niveles de justicia distributiva. Pablo Sexto dijo (y en esto al menos tenía razón) que no es correcto en caso de hambre suprimir los comensales, sino que hay que hacer esfuerzos por multiplicar el pan. Y la izquierda ilustrada, es de esperar, no aceptaría asumir el aborto integral como un mecanismo de justicia distributiva o una camino abreviado para evitar el hambre.

Así entonces, esto de hacer de la permisión irrestricta del aborto una tesis de izquierda y oponerse a ella una de derecha no tiene fundamento. Es solo fruto de la irreflexión.

Es sorprendente, pero hay más esfuerzos de discernimiento en cuestiones técnicas o de política pública que en cuestiones de moralidad. Un ejemplo es esta aseveración presidencial que pone del lado de la derecha la resistencia al aborto y del lado de la izquierda la propuesta de aborto integral; pero, como se acaba de mostrar, no parece haber razones ideológicas, ni razones a secas, que permitan sostener eso.

Salvo, claro está, el simplismo que lleva al político a decir esto o aquello como simple réplica de lo que la mayoría de la gente desea o quiere; pero ya vimos que querer esto o lo otro no basta para resolver nuestros dilemas morales. (El Mercurio)

Carlos Peña