En 1851 el físico francés Jean Bernard-Leon Foucault, utilizando una cuerda de 67 metros de longitud, colgó de la cúpula del Panteón de París una esfera de 28 kg. de peso y la impulsó en un movimiento pendular. Al cabo de algunas horas el péndulo seguía moviéndose, aunque los objetos que lo rodeaban parecían haber cambiado de lugar lo que inducía la idea de que el movimiento pendular se había desplazado. En realidad, lo que se movía (giraba para ser exactos) era el suelo debajo de él y, para ser más exactos aun, no era el suelo sino el planeta del cual ese suelo hacía parte el que giraba. Foucault demostró así el movimiento rotatorio de nuestro planeta y, de paso, se hizo de un lugar en la historia universal y creó un objeto de culto legendario: el “Péndulo de Foucault”.
Y tan legendario terminó siendo el péndulo, que hoy se lo utiliza como ejemplo para dar vida a las más variadas imágenes. Entre otras a la política y, en ella, a la política chilena.
El resultado de las elecciones en Estados Unidos la semana pasada pareció darles la razón a quienes sostienen el movimiento pendular de la política. El péndulo, después de haberse movido con la elección presidencial de Donald Trump y la derrota del partido Demócrata, ahora volvía a la posición anterior con la victoria del partido Demócrata en todas las elecciones efectuadas el pasado martes. En Chile, las elecciones presidenciales también invitan a pensar en un péndulo pues, después de la primera elección de Michelle Bachelet se han alternado gobiernos de signo polarmente opuesto: de Bachelet a Piñera, de Piñera a Bachelet, de Bachelet a Piñera y de este último a Boric. Lo que parecen mostrar estos movimientos es que, en Chile, como en Estados Unidos y probablemente en todas partes en donde pueda haber alternancia en el poder, las cosas siempre se mueven para volver al lugar de donde partieron.
No se equivocan totalmente quienes piensan que la política se mueve como un péndulo, aunque sí se equivocan si piensan que en su retorno éste vuelve siempre al mismo lugar porque, así como la tierra gira sobre su eje haciendo que el sitio al que retorna el péndulo de Foucault sea siempre diferente, el retorno del péndulo de la historia cada vez que se mueve obedece a estímulos diferentes y retorna a espacios sociales y políticos diferentes.
La explicación del fenómeno quizás la da otro principio físico aplicable a la historia y a la política: la llamada “Tercera Ley de Newton”, que nos dice que a toda acción corresponde siempre una reacción igual y de sentido contrario. Así, la victoria electoral de Donald Trump en las elecciones del pasado año fue la reacción a la debilidad del gobierno de Joe Biden en el último período de su presidencia y, sobre todo, al tono exageradamente identitario que caracterizó la campaña demócrata ya sin liderazgo producto del deterioro físico del candidato. Una situación que Kamala Harris no pudo o no quiso contener y que llevó a que la Convención Demócrata que la nominó pareciera en los hechos un mitin de reivindicación de derechos de minorías -o mayorías en el caso de las mujeres- de todo tipo antes que la presentación de un futuro que los electores estadounidenses estimaran cercano a sus preferencias. La votación de rechazo a Trump la semana pasada fue, a su vez, una reacción inevitable a los excesos autoritarios y despóticos del propio Trump.
Y en nuestro país también las reacciones a las acciones son fáciles de identificar. Gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia (Aylwin, Frei, Lagos) fueron seguidos por gobiernos de similar signo cuando esos gobiernos fueron buenos, esto es cuando respondieron a la necesidad de diálogo y entendimiento entre fuerzas políticas opuestas luego de 17 años de dictadura y, sobre esa base, construyeron bases sólidas de estabilidad política y crecimiento económico. Gobiernos de inferior calidad -malos gobiernos, para decirlo en breve- dieron lugar, en cambio, a la elección de lo que el electorado entendió como su opuesto. El péndulo se movió, en estos últimos casos, no para volver al escenario anterior sino para conocer nuevos escenarios, todos ellos con nuevos fracasos y frustraciones. Una oscilación casi rítmica que conoció su expresión más clara con la elección de un gobierno, el de Boric, que expresaba al extremo de la izquierda nacional luego de que un gobierno de derecha, el de Piñera, se mostrara impotente para dar respuesta a demandas ciudadanas que terminaron en una asonada vandálica que concluyó sólo cuando los vándalos decidieron proteger su salud ante la irrupción del coronavirus.
Ese comportamiento electoral hace explicable la suposición -compartida prácticamente por todos- de que el péndulo volverá moverse y, si bien Jeanette Jara va a arribar en primer lugar en los comicios del próximo domingo, va a ser derrotada en la segunda vuelta del 14 de diciembre a manos de un contendor o contendora de derecha. En esas condiciones la única duda que queda es la profundidad que esa situación al parecer inevitable pueda tener. Porque, si bien parece irrefutable que en la política como en la física cada acción genera una reacción contraria, en materia política y social nada permite asegurar con certeza el escenario que configurará esa reacción, la realidad política a la que habrá de volver el péndulo.
Una posibilidad, desde luego, es que, dada la magnitud del fracaso del actual gobierno, la reacción tenga una fuerza equivalente y lleve el péndulo al extremo de la derecha. Y un gobierno de extrema derecha en Chile (Kast o Kaiser), dado el hecho que una característica central de esos candidatos y los partidos que los sostienen es la fe incombustible en sus credos y propuestas, será incapaz siquiera de proponerse llegar a acuerdos con fuerzas con las que tengan diferencias. Serán, en consecuencia, gobiernos aislados e impotentes, gobiernos que condenan al país a la ingobernabilidad.
Si tal cosa ocurriese, parecería inevitable que el siguiente movimiento del péndulo en cuatro años más sea nuevamente una reacción igual y de sentido contrario, que nos llevará a un gobierno de extrema izquierda… y, así, quizás por cuanto tiempo más mientras el país se hunde en la parálisis y finalmente en la pobreza.
Pero estamos hablando de la sociedad, de la política y de elecciones y no de física pura. Y en nuestro país el rechazo de dos proyectos constitucionales impulsados desde posiciones extremas demostró que, no obstante la existencia de esos extremos y la atracción fatal que pueden ejercer en determinados momentos sobre el electorado, existe una proporción suficiente de ciudadanos y ciudadanas que, ejerciendo de electores, pueden contener ese movimiento aparentemente ineluctable del péndulo.
Y eso es, precisamente, lo que comienza a jugarse desde el próximo domingo: caer en el esterilizante movimiento del péndulo que nos lleva a los extremos, con la elección de José Antonio Kast, o iniciar un nuevo período de acuerdos y consensos que hagan que el péndulo lleve al país de regreso a la estabilidad política y a la prosperidad económica, con la elección de Evelyn Matthei. (El Líbero)
Álvaro Briones



