Sin embargo, su columna de ayer domingo, “El peligro del miedo”, me ha parecido una reflexión oportuna y de interés. Avanzando un poco más en las reflexiones del rector, creo adecuado citar a Gramsci y Ortega, dos pensadores aparentemente muy disímiles en su base filosófica, pero que nos dieron luces coincidentes sobre cómo en tiempos terminales de una era histórica las expresiones decadentes se exacerban, no como una anomalía, sino precisamente como indicador de la profundidad de la crisis que se vive.
Del filósofo italiano hay una recurrida frase: “El viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos indeseables”. Por su parte, el español describe con lucidez lo que llama la etapa del “alma desilusionada”, que caracteriza como una etapa de crecimiento de la superstición y el irracionalismo, una etapa de profunda decadencia.
Peña hace una acertada descripción del comportamiento irresponsable e irracional de muchos políticos chilenos, a lo cual puedo agregar que ese decadente espectáculo no es una exclusiva de nuestro país, sino que se expresa por muchos lugares del planeta, es cosa de ver el patético caso de nuestros vecinos inmediatos o de la que se considera la mayor potencia mundial.
Empero, para no quedarnos únicamente en un diagnóstico nihilista sin salida, podemos volver sobre Gramsci y Ortega para destacar que ambos auguran que esta etapa de fin de era, si bien es cierto resulta caótica, decadente y hasta peligrosa, es también el tiempo en que se gestan las bases de un nuevo momento histórico que reemplazará al moribundo. Si eso es así, entonces lo que habría que hacer no es el inútil intento de recuperar un pasado glorioso, sino apurar el asentamiento de lo nuevo y evolutivo que tendrá que suceder a lo que ya no funciona. (El Mercurio Cartas)
Mario Aguilar Arévalo
Presidente nacional
Colegio de Profesoras y Profesores



