Es difícil entender lo que ocurrió a Diego Paulsen cuando trató al gobierno del Presidente Gabriel Boric como un “gobierno de atorrantes”. La candidata Matthei lo apoyó, solo se callaba, insinuó, porque “he prometido —dijo— comportarme como señorita”.
El insulto o la frase despectiva, peyorativa, vilipendiar al adversario, en sustitución de las razones o de los hechos, en vez de emitir una crítica con una frase bien dicha, le hace mal a la convivencia democrática y para qué decir a la política. Relacionarse con descalificaciones o frases malsonantes para referirse a otras personas, o como es el caso al desempeño de un gobierno, carece de toda justificación, salvo, claro está, que se piense que esa es la opinión del electorado de derecha, o de la mayor parte de él, en cuyo caso la frase fue proferida para ganarse su adhesión. Pero si ese es el caso, habla incluso peor de Paulsen, puesto que la tarea del político no consiste en repetir las tonteras y los insultos de sobremesa que profieren sus partidarios, sino conducir ese mal ánimo hacia una perspectiva más racional y sosegada. El político que cree que repetir lo que la gente dice, o decir de manera grosera lo que la gente piensa, es virtuoso y que esa es su tarea es obviamente un mal político, alguien que se expresa repitiendo el habitus de un grupo social que piensa que todos los que no son como ellos son vagos, holgazanes, flojos sin tendencia al logro. Hay un tufillo de prepotencia en las palabras de Paulsen (además de un habitus de clase algo impostado) que habla mal de él y de quienes piensan como él y de la conducta que desplegarían si se hicieran del poder.
Pero así estamos, en una pendiente donde quien califica de la peor forma al adversario, quien emplea el calificativo más insolente, más grueso e irritante (ha habido muestras previas en otras candidaturas aquí y en otros sitios) es quien muestra mayor firmeza en sus posiciones, como si el insulto y la agresión verbal fueran la prueba definitiva de la propia convicción. Pero ¿adónde se llegaría si, como lo acaba de hacer Diego Paulsen, todos comienzan a referirse a sus adversarios de esa forma, calificándolos de maneras desdorosas, desproveyendo al adversario de carácter moral (porque eso es ser atorrante, carecer de sentido del deber, el más básico del cual es la ética del trabajo)? ¿De qué forma puede ser adecuado hacer política deslizándose hacia la calificación peyorativa? Lo peor de todo es que Diego Paulsen hace un flaco favor a Evelyn Matthei (además de hacérselo a sí mismo) cuando se expresa de esa forma, porque trae a la memoria la actitud de la propia candidata, uno de cuyos defectos es el tono desdeñoso con que a veces se ha referido a sus adversarios o a quienes a su juicio merecían crítica (alguna vez trató de “tropa de inútiles” a los funcionarios públicos). La coincidencia de expresiones de ahora (las de Paulsen) y de entonces (las de Matthei de entonces y de ahora) puede ser un signo de la forma en que, de veras, consideran a quienes están en el Gobierno y por extensión a sus adversarios políticos, no como personas que tengan ideas distintas o siquiera como personas ineficaces, sino que como atorrantes, sujetos desprovistos de orientación al logro y al trabajo. No vaya a ocurrir que envalentonados con el ejemplo del Presidente Milei o del Presidente Trump —ambos deslenguados y maledicentes al referirse a sus adversarios—, Paulsen y otros hayan decidido imitarlos creyendo que el valor y el talento en política y la firmeza de carácter consisten en proferir ese tipo de frases que no agregan nada a la política y, en cambio, arriesgan que se devuelva el mandoble y entonces de ahí en adelante la esfera pública comenzará a parecer la peor versión de la farándula, los políticos actuando como personajes de un reality, imaginando frases peyorativas o hirientes para dañar al adversario.
¿Exageraciones? Puede ser; pero no hay que olvidar que la política se hace de palabras, de discursos, de diagnósticos de la realidad que, cuando se los sustituye por frases de la índole de la que dijo Paulsen, se acaba tarde o temprano estropeando.
Es probable que Diego Paulsen se considere una persona orientada al logro y con ética del trabajo, una suerte de asceta del deber, y quizá (no hay motivo para negar ex ante esa posibilidad) lo sea; pero de lo que no cabe duda es de que se trata de un político liviano, que cede fácilmente a la tentación, ¿cómo llamarla?, callejera de repetir lo que ha oído por aquí y por allá en la sobremesa, o en el comidillo del día a día, y un político de ese tipo, que cree que ser vocero es atreverse a ser maledicente o a proferir expresiones prepotentes, es, lo más probable, un mal político.
Carlos Peña



