Este 25 de octubre es bueno recordar, a propósito del laberinto en que se hallan las fuerzas políticas para encontrar un camino constitucional post 4 de septiembre.
El 25 de octubre de 2020 se realizó el plebiscito de entrada que dio comienzo al proceso constituyente. Un 78,3% se inclinó por elaborar una nueva Constitución, un 79% aprobó que fuera 100% electa —la alternativa era una composición mixta con parlamentarios—. En el plebiscito de salida hubo un amplio rechazo al texto propuesto.
¿Qué lecciones arroja este itinerario constitucional? Desde luego, honrar el compromiso de cerrar este ciclo. La campaña del Rechazo lo puso en primer plano. Es cierto que el Congreso recuperó el poder constituyente que había delegado en la Convención, pero es peligroso concluir que sea conveniente que ahora lo ejerza directamente. Variadas razones. La crisis de credibilidad en los partidos y sus representantes no se ha superado; subsiste la desconfianza. El país está sumido en una profunda crisis política, económica y social, además de un déficit de gobernabilidad, y es un imperativo que el Congreso se concentre en legislar, recuperando su prestigio al colaborar para que el país no colapse.
Un plebiscito de entrada para zanjar esta disputa no es la solución. Junto con alargar este proceso, en un país con signos de agotamiento, confirmaría la incapacidad de los políticos para ponerse de acuerdo y el resultado podría golpear la autoestima del propio Congreso como hace dos años.
En suma, la tarea del Poder Legislativo es liderar el proceso guardando distancias. Tarea de los partidos políticos es postular nombres de candidatos en listas cerradas, paritarias, con independientes y pueblos originarios para la elección democrática en las urnas de los constituyentes, contando con la asesoría de expertos sobre el contenido de la propuesta de nueva Constitución y reservar al Congreso como una instancia final de aprobación del nuevo texto, previo al plebiscito de salida.(El Mercurio Cartas)
Carlos Williamson
