El muro de Latinoamérica-Carpóforo

El muro de Latinoamérica-Carpóforo

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En un día como ayer, hace 29 años, fue derribado, en pocas horas, el odioso “Muro de Berlín”, destruido por la pérdida de la paciencia de una población sin temor que, arteramente, había sido dividida por la dictadura comunista instalada tras la II Guerra Mundial.

Las generaciones que aún no nacían o apenas aprendían a caminar, no pueden siquiera imaginar lo que escondía aquel monumento a la muerte, intolerancia, esclavitud e inconsecuencia. Gran parte de los actuales integrantes o simpatizantes del llamado “Frente Amplio” están en tal situación o ꟷmás bienꟷ son las nuevas víctimas de la falsificación de la historia presente en las falacias vertidas por aquellos que defendían ese modelo, entre ellos, la propia ex – Presidenta Michelle Bachelet.

Con tanto interés en dirigir nuestros destinos, sería conveniente que éstos jóvenes comenzaran por entender las verdaderas causas de la caída del ominoso baluarte comunista, el que ꟷsupuestamenteꟷ fue levantado para “impedir la invasión de los enemigos” que querían destruir el “paradisíaco” modelo en aplicación en la Alemania Oriental.

Entre las muchas causas esgrimidas por los especialistas en el tema ꟷla derrota de Allende, entre otrasꟷ es oportuno citar la “glásnost”, como se denominó la política de transparencia implantada por Mijail Gorbachov en la ex Unión Soviética. Fue esta transparencia la que dejó en evidencia las groseras fallas del sistema idealizado y prometido a su gente por el comunismo.

Pero, ¿por qué esa transparencia pudo ser causa del fin de un experimento marxista-leninista tan fuerte y poderoso como el que se había instalado en la ex República Democrática Alemana (RDA)? La respuesta está frente a nuestras narices si nos detenemos a observar lo ocurrido en Latinoamérica con el intento de imponernos el neomarxismo de Chávez, conocido también como “socialismo del Siglo XXI” o “socialismo bolivariano”.

A partir de la llegada al poder de este carismático y extraviado líder castro-comunista, una ola de supremacía ideológica y, supuestamente, moral, recorrió a América Latina, en concordancia y armonía con los acuerdos del Foro de Sao Paulo, instancia de pensamiento y planificación estratégica de supervivencia marxista, destinado a retomar y mantener el poder de la izquierda en Latinoamérica, tras el estrepitoso derrumbe la “Gran Patria Comunista”: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Como porfiadas callampas aparecieron en la región gobiernos socialistas que tomaron control de nuestros destinos y ꟷcon una voluntad que solo la desesperación es capaz de generarꟷ fueron elaborando los tejidos de una red de apoyo mutuo que les permitiera la eterna permanencia de su modelo político, no escatimando para ello en el uso de todos los medios y/o tácticas que aseguraran su consecución.

Pero, al igual que en el mundo socialista de hace 29 años, la “transparencia” llegó, sin que los miembros de ese Club del Poder pudieran contener los daños que ésta les causaría. La falsa seguridad de “iluminados”, dueños del control político y partícipes de un apoyo solidario en todo el subcontinente, los llevó a superar los límites de la prudencia, corrompiendo todo a su paso y llegando, incluso, al robo directo y consiguiente enriquecimiento ilícito.

Bastó entonces que la gente común, aquella cuya ingenuidad habían explotado durante años, comenzara a conocer la maraña de abusos cometidos, para que el muro de la ignorancia popular comenzara a derrumbarse, tal como ocurrió con aquel del lejano Berlín. El refrán popular dice que del amor al odio hay solo un paso. Así, los mismos que ayer aclamaban el “compromiso popular” de la izquierda, hoy la repudian por sus actos y abuso inmoral.

Tal como en Chile las señales comienzan a brotar con el desprestigio de la clase política que muestran las encuestas, en otros países del continente los sucesos se han desencadenado más rápido. Ya el derrocamiento de Zelaya, en Honduras, puso la primera nota de alerta: los poderes Legislativo y Judicial destituían al Presidente en funciones, por grave violación de la Constitución.

A poco andar, Paraguay no fue menos claro: el Congreso en Pleno destituyó al corrupto obispo (¡8 hijos y con voto de celibato!) que los gobernaba. Siguió esos pasos Argentina, donde los electores mostraron su cansancio por la descarada corrupción de que hacía gala la Presidenta Fernández, en fiel sucesión de su marido fallecido con las bóvedas de sus casas llenas de dinero ajeno. Después de 12 años de dominio absoluto de la izquierda, ganó las elecciones un derechista como Macri y hoy la ex – mandataria enfrenta varios juicios por corrupción, asociación y enriquecimiento ilícitos, entre otros de aún mayor gravedad.

En Ecuador, el paladín chavista, Rafael Correa, fue sucedido por uno de sus correligionarios, pero, pese a sus ingentes esfuerzos, no consiguió su complicidad ante la inmoralidad de los actos develados. Hoy Correa estaría solicitando asilo político en Bélgica para eludir a la justicia de su país. En Perú, en tanto, la ciudadanía despachó al izquierdista Toledo –que arriesga juicio por corrupción- y a su sucesor, Humala –detenido y encarcelado por meses junto a su esposa por similares razones-, reemplazándolo por un político de derecha, quien, a su vez, se vio obligado a renunciar por los mismos problemas que aquejaron a sus predecesores.

Restaba el país más grande y poderoso de Latinoamérica, Brasil, donde, después del impeachment a su ex – presidenta, Dilma Rousseff, el robo institucionalizado de la izquierda transparentado llevó a otro ex – presidente, “Lula” Da Silva, directamente a la cárcel, sometiendo a su partido a una derrota histórica en las elecciones de octubre y erigiendo como nuevo líder un ex – militar que representa el deseo de retorno al orden y al progreso, tan ansiado por las decenas de millones de brasileros que lo eligieron.

Las consecuencias de la elección de Bolsonaro son, hasta ahora, impredecibles. Es posible que tengamos un Trump brasileño o que nos encontremos con un Ronald Reagan, en versión latina. Lo más probable es que su gobierno encarne esta última posibilidad, en atención a su experiencia y a que, se ha señalado, intentaría repetir el modelo de correcta y patriótica gestión que mostraron las anteriores administraciones militares del gigante sudamericano.

Además de Uruguay, donde el pintoresco ex –montonero entregó democráticamente su cargo a un sucesor prudentemente moderado, en la actualidad se mantienen mañosamente en el poder solo dos gobiernos de la izquierda chavista: Bolivia y Venezuela. Y mientras la aventura de Evo Morales pareciera acercarse a su fin, capturado en su propia trampa, Maduro intenta sobrevivir gracias al apoyo conseguido de sus clientes petroleros, pero, una vez roto el dique, la presión del agua seguramente hará el resto.

En Chile la situación ha seguido ꟷcomo de costumbreꟷ un camino desfasado en el tiempo. Después de la clara señal dada por los electores al sacar de la Presidencia a Bachelet en el 2010, un endeble gobierno de derecha demostró tales falencias ideológico-políticas que terminó por devolver la administración del Estado a la izquierda, aglutinada detrás de la misma agrupación de partidos que lo había cedido por su mala gestión entre el 2006 al 2010. Tan grande como la alegría de recuperar lo que sentían suyo por derecho, fue la soberbia de esa extraña mezcolanza política que intentó reunir en un solo bloque desde comunistas hasta democratacristianos.

¿El resultado?

Todos lo sabemos; una vez más el fracaso, aunque esta vez con un componente adicional: la posibilidad real de que la puerta abierta en Brasil exponga a la izquierda chilena a su propia “glásnost”, sacando a la luz la magnitud de su corrupción e inmoralidad y derribando el muro de la supuesta “superioridad moral” con la que ocultaron por decenios su real entidad. Es cosa de tiempo que aquello ocurra. El agua que ya comienza a filtrar por las grietas de su desesperación indica que sucederá más pronto que tarde.

¡Bienvenida la caída de nuestro Muro Latinoamericano! (NP)

Carpóforo

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