El mito del experto

El mito del experto

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Cuando un ex economista principal del Banco Mundial decide intervenir en el debate político chileno, uno espera rigor, sentido de proporción y respeto por la diversidad intelectual. Sin embargo, Sebastián Sáez opta por un camino más cómodo: transformar su incomodidad frente a las ideas nuevas en una descalificación moral contra Johannes Kaiser, el Partido Nacional Libertario y la Escuela Austríaca de Economía. No es un análisis; es una reacción instintiva. Y como suele ocurrir, revela más del observador que del observado.

Sáez acusa a Kaiser de carecer de experiencia, como si la experiencia política chilena reciente fuera un activo y no una advertencia. Después de una década administrada por expertos certificados, Chile se encuentra con una productividad estancada, un crecimiento mediocre, una burocracia cada vez más densa y una crisis institucional que ni la élite política ni la tecnocracia internacional supieron anticipar.

Si ese es el tipo de “expertise” que se nos pide valorar, entonces la inexperiencia de Kaiser no es un defecto: es un respiro. La verdadera experiencia política no se mide por la cantidad de cargos acumulados, sino por la capacidad de comprender los problemas que la élite evita mirar y la decisión de enfrentarlos sin pedir permiso. En ese sentido —aunque incomode a Sáez— Kaiser ha sido más directo, más honesto y coherente que buena parte de los candidatos de siempre.

Para deslegitimar el programa de Kaiser, Sáez recurre al recurso más viejo: reducir la Escuela Austríaca a un conjunto de ideas “marginales” y “simples”. Esa caracterización es, como mínimo, una lectura perezosa. Sin embargo, la tradición austríaca anticipó con décadas de ventaja temas que hoy son lugares comunes:

  • los límites del conocimiento centralizado,
  • el papel del emprendimiento como motor del progreso,
  • la imposibilidad del cálculo económico bajo planificación,
  • y los ciclos generados por la manipulación del crédito.

No son ocurrencias: son diagnósticos que la historia ha confirmado repetidamente. Que esta escuela desconfíe del fetichismo matemático no es un atraso intelectual, sino una advertencia metodológica. El mundo real no se comporta como los modelos estáticos que tranquilizan a los planificadores. Cada crisis financiera de los últimos treinta años sorprendió a los expertos que confiaban demasiado en sus ecuaciones. Una teoría que entiende el mercado como un proceso dinámico —y no como una máquina predecible— no es marginal: es indispensable.

Sáez se alarma por debatir el Banco Central, pero la evidencia es simple: no son infalibles y Chile arrastra errores fiscales que explican su inflación. Eliminar el déficit basta para que los precios dejen de subir y la inflación tienda a cero, sin dogmas ni rituales tecnocráticos.

Sáez caricaturiza la política exterior de Kaiser como un rechazo total a los acuerdos internacionales. Nada más lejos. Defender la soberanía significa algo básico: que ningún organismo multilateral tenga poder de orientar la política interna sin responsabilidad democrática.

La Agenda 2030 podrá no ser jurídicamente vinculante, pero opera como “soft law”: un marco normativo implícito que condiciona agendas internas sin el escrutinio ciudadano correspondiente. Y eso sí debería inquietar a quien valore la democracia representativa.

Respecto al Acuerdo de París, cuestionar su efectividad no equivale a negar el cambio climático. Es simplemente reconocer un dato evidente: mientras Chile implementa compromisos que afectan su competitividad, China —nuestro principal socio comercial— emite más CO₂ que Estados Unidos y la Unión Europea juntos. Adoptar políticas simbólicas sin impacto global no es responsabilidad ambiental; es ingenuidad diplomática.

Sáez, como muchos guardianes del viejo orden, cierra su columna advirtiendo contra los proyectos “antisistémicos”. Pero la historia chilena es clara: los avances institucionales más profundos —desde la modernización del Estado hasta las reformas que redujeron dramáticamente la pobreza— fueron impulsados por liderazgos que rompieron consensos cómodos.

Lo que inquieta no es Kaiser, sino que por primera vez en décadas emerge una alternativa que rompe el guion burocrático, desafía la obediencia internacional automática y defiende la libertad económica con convicción. (Ex Ante)

Víctor Espinosa