Uno de los lugares comunes más repetidos en este proceso electoral es que las luchas de poder se han ido configurando, no como una carrera “por” una causa, idea o candidato, sino “contra” esa causa, idea o candidato. Las campañas no han asomado (salvo contadas excepciones) por embalar a los parroquianos en base a sus propias propuestas, sino que ha sido lo perverso de las intenciones de los contrarios lo que más está moviendo votos. Y esto se ha notado, con mayor fuerza, en las dos candidaturas que hoy están arriba en las encuestas, de izquierda y derecha, cada una, sin medias tintas. Dicho de otra forma, es muy posible que el electorado que se ha ido inclinando públicamente por Boric o por Kast lo esté haciendo más por rechazo al otro lado, que de entusiasmo por el propio. Es la lógica del “mal menor” (otro cliché propio de este proceso electoral), ya que, como dicen los gringos, the stakes are too high. Por tanto, hay una creciente inclinación a votar, no para alcanzar los sueños, sino para evitar un desastre mayor. Así, según esta teoría, la emoción que debería dominar las campañas sería el “miedo”, ya que para los candidatos es una buena estrategia en tiempos tan caóticos como los que se corren.
Sin embargo, en la práctica, la realidad ha sido un poco distinta. Siguiendo la lógica recién argumentada, lo normal habría sido esperar una franja electoral plagada de mensajes negativos, de ataque, tal como es la usanza en los spots electorales estadounidense. Hay una larga literatura que señala que las piezas audiovisuales que evocan emociones negativas, como miedo, ira, angustia o aversión, logran mayor recordación, generan más impacto en la intención de voto y, finalmente, logran mover más la aguja en votos efectivos dentro de las urnas. Sin embargo, en Chile tenemos poca cultura de avisos negativos y, esta elección, al menos en la franja electoral, no ha sido la excepción (no podríamos decir lo mismo de los debates, pero eso es harina de otro costal).
Históricamente, los creativos de campaña han sido poco dados a utilizar avisos negativos, principalmente por dos razones. Primero, por cultura legal: en Chile, a nivel de publicidad comercial, la ley es bien estricta al momento de hablar de la competencia, y sólo se permite en ciertas condiciones, lo que hace que los creativos no estén pensando en esa estrategia. Y segundo, por cultura social: si yo ataco a otro, es probable que la gente termine compadeciéndose del aludido y denostando al agresor. Esto es, en jerga política, un efecto boomerang, y es lo peor que podemos conseguir tras un ataque. Así que mejor hay que pensarlo dos veces antes de agredir así.
Con todo, es cierto que algo de negatividad se ha visto en esta franja, por parte —obviamente— de candidaturas testimoniales, como la de Artés o la de MEO (obvio, un efecto boomerang duele menos, ya que no tienen nada que perder), pero también de Kast y Boric. En el caso de Boric, ha sido más tenue, más escondida, entre pasajes poéticos que señalan que está en juego seguir la ruta que adoptó la sociedad, según él, tras el 18 de octubre. En el caso de Kast, ha sido más directa, pero no por ello más eficiente: se ha mostrado a pymes afectadas por la pandemia, o a las víctimas del estallido social. El problema es que la forma en que se ha hecho ha sido bastante leve, como si no quisieran molestar a nadie.
Lo curioso es que la negatividad no ha tomado la forma de “miedo” en estas franjas, como era presumible, sino de “rabia”, otra emoción negativa, pero que provoca reacciones distintas en los electores: si bien algunos estudios señalan que el miedo podría cohibir a ciertos votantes (sobre todo a los más moderados), la teoría de la inteligencia afectiva, propuesta inicialmente por George Marcus, señala que el miedo genera un estado de alerta que la rabia no genera, lo que llama a buscar más información, involucrarse más, leer más y, por cierto, eventualmente votar más. Es cierto que otros autores, como Nicholas Valentino o Ted Brader (discípulos de Marcus) han demostrado que la rabia mueve más votos que el miedo, y sobre todo más que las emociones positivas —como entusiasmo u orgullo— pero, de todos modos, este estado de consciencia que despierta el miedo puede ser clave, a pocos días de las elecciones, y por ello es que me llama la atención que las campañas no enganchen con esta propuesta.
Al fin y al cabo, tal como señala Drew Westen, rabia y miedo tienen algo en común: son parte de un voto irracional, de tripas, que suele ser mucho más intenso que el voto racional o programático. Y probablemente, está pasando que el miedo al boomerang sea tan grande, que los comandos no quieran ser acusados de generar una campaña del terror. Quizás por eso, no se ha dado con soltura el juego del miedo, a pesar de que era lo esperable. Pero sí se ha notado algo del juego de la rabia (desde el “nos quitaron tanto que hasta nos quitaron el miedo”) y sobre todo, se ha notado mucho el juego de la ironía, gracias a personajes que se han tomado las elecciones, como es el caso de “el cifras”. No tenemos risas, pero al menos tenemos un joker. Y eso, para la cultura nacional, es suficiente. (El Líbero)
Roberto Munita



