Aunque su apellido denota su ascendencia bielorrusa, el ingeniero civil químico de la Universidad de Concepción Igor Wilkomirsky Fuica nació en las zonas más aisladas de Angol hace exactamente 80 años. A sus cortos cinco años, junto a sus hermanos ya experimentaba con ruedas y engranajes viejos en el patio de su casa.
«Las generaciones antiguas teníamos muy pocas entretenciones, no había televisión y lo único que había era radio. No había nada complicado, entonces había que gastar las horas en algo útil», dice para explicar su facilidad innata con los inventos, que lo han llevado a inscribir 39 patentes en Chile y 21 en el extranjero.
Aunque no logra recordar la fecha exacta del primer invento que inscribió, cree que fue allá por 1971, previo a que viajara a Canadá para sacar un doctorado en la Universidad British Columbia, en Vancouver, durante 1972. Ahí y en EE.UU. patentaría en esa década varios otros inventos.
Cree que «si uno hace cosas que le interesan, no es trabajo, es entretención», razón por la que desde 1980, cuando volvió a Chile a trabajar en la Universidad de Concepción, no ha parado de inventar y patentar. La mayoría de las ideas le llegan «metido en la tina de baño y de repente se enciende la ampolleta».
Este año, el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (Inapi) lleva 1.744 patentes presentadas, 53 más que a igual fecha de 2016. En general, del total de solicitudes se acepta un 63%, alrededor del 24% son rechazadas porque no cumplen los requisitos de patentabilidad, el 10% son abandonadas por el solicitante y el 3% restante son desistidas. Según el mismo organismo, Wilkomirsky es el chileno con la mayor cantidad de patentes inscritas en el país.
Un hazaña que cobra aun más relevancia si se considera que, según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, a nivel regional Chile es líder en materia de patentamiento, seguido por Brasil, Argentina y Uruguay. Pero a Wilkomirsky le sorprende que lo suyo sea tan importante. «Tal vez es poco común en un país como Chile, pero no en Estados Unidos», dice.
La mayoría de sus invenciones son del ámbito metalúrgico y químico, pero también ha desarrollado otras más cotidianas, como una estufa de combustión lenta con un bajo porcentaje de contaminación. Inventos que no llegan a comercializarse por el «valle de la muerte», como llama a la falta de inversores para llevarlos a cabo. «Nadie es profeta en su tierra» dice resignado, mientras en su cabeza ya piensa en dos nuevos inventos que debe patentar.
En su casa tampoco deja tranquila las manos. En el patio construyó un taller, «porque siempre hay algo que arreglar» y ocupa su tiempo libre en construir muebles, sus cultivos, la mecánica de autos y arreglar su lancha. «A mi edad, difícilmente van a poder cambiarme», asegura. Pedirle que confiese su invento favorito es imposible. «Cuando uno está dedicado a un problema, está enfocado 100% a eso, termina y era muy interesante en su momento, pero ahora lo más interesante es en lo nuevo que estoy trabajando».
Para el director de Inapi, Maximiliano Santa Cruz, «en un país en que se quiere que la innovación sea el motor del crecimiento», ojalá hubiesen más chilenos como el ingeniero penquista. (El Mercurio)


