Desde hace ya varios meses, todas las encuestas de opinión muestran que la principal preocupación de la gran mayoría de los chilenos es el vertiginoso aumento de la delincuencia, el narcotráfico, el anarquismo, el octubrismo y la violencia en todas sus formas que están devorando a nuestra sociedad.
Hace apenas unas cuantas semanas, casi dos tercios de la población aprovechó el plebiscito sobre el proyecto de Constitución que se proponía para manifestar inequívocamente no sólo su rechazo a tal proyecto sino que el profundo deseo de que el Gobierno atienda a sus máximas necesidades.
Todavía más. Después de muchos malos entendidos, el Gobierno estaba logrando construir un diálogo civilizado con su oposición parlamentaria para lograr acuerdos que le dieran vía libre a proyectos largamente necesitados y esperados, entre los cuales el más urgente y deseado era el de facultades y medios para combatir los terribles aumentos que antes señalé.
¿Por qué, entonces, el Presidente Boric elige, como su acto simbólico para recibir el Año Nuevo, el otorgamiento de un indulto a un grupo de los pocos delincuentes en que una justicia ultra garantista había logrado punir de mínima manera los delitos flagrantemente cometidos?
Peor aún, al grupo añadió un terrorista adscrito a una organización criminal que durante varios años ha ensangrentado la historia de Chile. Las consecuencias inmediatas han sido, como era absolutamente predecible, un repudio del que participan hasta buena parte de partidos de gobierno y la inmediata paralización de los avances en acuerdos parlamentarios muy trascendentales y absolutamente necesarios, entre los cuales el de contención de la delincuencia era el más esperado.
En esas condiciones, las únicas explicaciones de ese insensato acto son o que el Presidente Boric no sabe lo que dice o que se trató de un gesto expresivo de insulto para hacerle una advertencia de extremismo al conjunto mayoritario de sus conciudadanos. Por razones de respeto a su cargo y de mínimo optimismo, es necesario dar por sentado que esto último es lo más probable por lo mismo que lo primero sería el colmo de lo aterrador.
Ya está instalada la certeza de que el gobierno de Boric se sostiene en un tácito concubinato entre la extrema izquierda (Partido Comunistas más Frente Amplio) y los restos de la llamada izquierda democrática que, pese a su enorme desgaste, mantiene un fuerte contingente parlamentario.
El riesgo de quebrar esa precaria alianza con el famoso indulto tiene que haber sido disipado mediante advertencias previas, porque sólo se basa en que esos restos de partidos de izquierda democrática están dispuestos a soportar cualquier cosa antes de perder los puestos públicos con que los compraron para poder sostenerse en la Moneda.
Siendo ese el escenario verdadero más probable, no se puede concluir otra cosa que el indulto de regalo de Año Nuevo fue un insulto solo para la enorme mayoría que hoy repudia al gobierno de Gabriel Boric y, como tal debe ser entendido y respondido.
Ya habíamos meditado sobre el regalo que Apruebo Dignidad le había hecho a Boric al suscribir un preacuerdo constitucional que obviamente no puede llevar a algo aceptable para ese bloque de extrema izquierda. Eso hay que recalcarlo porque el inoportuno indulto sólo puede haber sido imprescindible para compensar a Apruebo Dignidad con un gesto tan innecesario y peligroso como este.
También ya habíamos meditado en reflexiones anteriores que era muy posible que Boric haya pensado en resistir su tiempo en La Moneda dando constantemente barquinazos entre moderación y extremismo, de modo que éste podemos esperar que preludie algún ministerio o subsecretaría más para la llamada izquierda democrática.
Entre esos barquinazos y los viajes al exterior (Boric ha protagonizado casi uno por mes de gobierno, porque son como los recreos en los colegios de niños traviesos), puede haberse creado la ilusión de transcurrir cuatro años en un puesto que le “queda como un poncho”.
Por todo lo señalado, debemos tomar el indulto como un insulto dirigido a quienes no queremos ver a nuestra patria feudalizada por violentistas. Para quienes sabemos que el periodo de Boric necesariamente será de terrible desmedro para nuestra patria, el insulto nos afecta poco porque lo único que hace es confirmar nuestro diagnóstico sobre él y su Gobierno. Entre quienes tienen una expectativa menos severa, el insulto tendrá el efecto benéfico de prepararnos mejor para un 2023 muy duro, muy acontecido y muy combativo.
En lo que concierne a los indultados, lo ocurrido los va a lanzar a la calle con renovados ímpetus porque ya saben que están por encima de la ley. Van a tener, además, la satisfacción de que sus insignificantes vidas ingresen a la historia sin más mérito que el de delinquir en el desconocido Chile de los últimos tiempos.
Eso de entrar a la historia por la puerta falsa del delito los equipara a distinguidos antecesores, como Caín que solo figura en la Biblia por haber matado a su hermano, o Casio que lo hizo por estar atrás de Bruto cuando éste apuñaló a Julio César.
Es bastante innoble hacerse famoso por ser delincuente o terrorista, pero ya sabemos que tenemos un grupito de esos privilegiados. En cuanto a Boric, cabe decirle que entre indulto e insulto sólo cambia una letra, pero que políticamente es un salto de enormes consecuencias. (El Líbero)
Orlando Sáenz



