El hueco en el centro

El hueco en el centro

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La elección de Jeremy Corbyn como líder laborista le ha dado al Primer Ministro británico, David Cameron, una gran oportunidad: la de colocar a su Partido Conservador decididamente en el centro. «La gran mayoría de la gente no es obsesiva, no está en los extremos», dice Cameron. «Gran Bretaña no es lo mismo que Twitter. Los británicos son decentes, sensatos, razonables. Lo que quieren es un gobierno que socorra a los vulnerables, y aliente a los que lo hacen bien». En suma, un «conservadorismo compasivo», pero combinado -y es la clave del éxito de Cameron- con seriedad económica, con un anti-populismo férreo en que a la gente se le dice la verdad sobre qué es y no es posible.

Con el notable giro a la izquierda de la ex Concertación al convertirse en Nueva Mayoría, la derecha chilena tiene ahora la misma oportunidad. Felizmente ya fue prefigurada de manera exitosa por el gobierno de Piñera, que fue más de centro que de derecha. Pero hay un aspecto que ese gobierno no priorizó: el de explicar bien por qué el capitalismo de mercado vale no solo por sus éxitos económicos, sino por sus profundos fundamentos filosóficos, sobre todo los éticos. Explicarlo es esencial para demostrar lo falsa que es esa superioridad moral que con tanta pompa se atribuye la Nueva Mayoría, y que le da ascendencia en la juventud.

En un mundo en que se ha llegado a creer que son miserables el lucro y el mercado, le incumbe a la derecha salir a comunicar sus bondades, con frases simples que conecten con valores que cualquier chileno alberga en lo más profundo de su corazón. Explicar que el lucro es retribución al riesgo que toma quien está dispuesto a prescindir de una remuneración fija. Explicar que el mercado no está solo para que crezcamos más, sino para que tengamos una sociedad más justa, porque cuando no estamos obligados a competir, y a ser medidos y evaluados en nuestro trabajo, y por tanto a ofrecer lo mejor de nosotros mismos, propendemos a aprovecharnos de los demás.

Desde luego hay que tener autoridades que aseguren que los mercados funcionen, y que la cancha de la competencia sea pareja. Por otro lado toda gente vulnerable debería recibir la más generosa ayuda. Lo que no puede haber es grupos enteros que se sienten absueltos de toda competencia o evaluación. Porque si es grave que por su falta tengamos pollos más caros, lo es mucho más si nuestros niños, con una sola oportunidad de educarse, están sometidos a profesores ineptos, cuando no ausentes.

La derecha, siempre que pueda demostrar que se ha independizado del empresariado, debería en general ser más capaz que la Nueva Mayoría de entregarnos un verdadero gobierno ciudadano, hecho para todos los chilenos. Porque a pesar de su retórica ciudadana, la Nueva Mayoría se ve obligada a gobernar para un puñado de grupos corporativos para quienes la política es un negocio de apropiación: sus propios militantes, que dependen de que el Estado les reparta trabajo; estudiantes que logran que la gratuidad universitaria sea más prioritaria que dos millones de pobres; y dirigentes sindicales monopolistas.

Al ofrecer gobernar para todos, la derecha debería apuntar a unir a la gente, a diferencia de una Nueva Mayoría que siembra división y discordia, gobernando para unos pocos, además de amenazarnos con imponer igualdad en un país plural, de individuos y familias que con razón se sienten únicos. Los chilenos prefieren la unidad a la discordia. Entienden al Papa cuando explica, nada menos que en Cuba, que unidad no es lo mismo que igualdad. Al contrario, es respeto mutuo. Es estar juntos siendo distintos. Es aprovechar las diferencias, porque si todos fuéramos iguales no tendríamos nada que aprender de los demás y nada que aportarles.

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