El futuro de la UDI

El futuro de la UDI

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Lo que se hizo, bien o mal, hecho está. Lo determinarán los Tribunales en el plano judicial. Pero más importante aún será lo que diga semana a semana la directiva de la UDI, así como lo que opinen sus militantes de base, hombres y mujeres que siguieron a Jaime Guzmán, pero que han pasado en los últimos años por momentos de desconcierto y desilusión.

¿Y sus electores? Bueno, su reacción solo se conocerá entre el 2016 y el 2017, aunque es presumible que la UDI haya perdido en estas semanas entre un 10 y un 30% de su electorado. Crisis grave.

Y en esta crisis, los escenarios que se abren para la directiva de Ernesto Silva son tres.

Por una parte, la posibilidad de sacar adelante un partido fortalecido. Para lograrlo, no le sirve acusar a las restantes colectividades con los mismos argumentos de la ex ministra Helia Molina -«todos sabemos que esto se hace»-, sino que necesita probar que el financiamiento de los concertados y de los comunistas ha seguido patrones de equivalente irregularidad. Y, además, necesita comunicarlo bien. Lo primero es factible, lo segundo es casi imposible, por el control izquierdista de las comunicaciones.

El segundo escenario consiste en que Silva se resigne a administrar un partido devaluado, sin mística, sin recursos y en baja electoral, pero que logre pasar el chaparrón de las próximas consultas ciudadanas y resurja por un eventual apoyo al candidato triunfador en las presidenciales del 2017. Sería una UDI a lo radical, una pobre UDI.

Una tercera opción pasa por la conciencia de Ernesto Silva. Hombre recto, seguramente está meditando la posibilidad de renunciar. Solo él sabe cuánto puede doler una decisión así, pero solo él sabe cuánto bien puede traer esa medida. Solo él lo sabe.

Si así sucediera, se abrirían tres nuevas opciones.

La más lamentable sería que Silva fuese reemplazado por dirigentes sin mayor fuerza ni convicciones, impolutos pero impotentes.

Una segunda alternativa para hacerse cargo de la UDI podría venir desde el piñerismo, porque al presidenciable seguramente le interesaría contar con la marca. Para eso, Andrés Chadwick -quien no ha sido nunca presidente del partido- podría administrar una colectividad que todavía hacia el 2017 podría marcar alrededor del 15%: todo un activo para Piñera, todo un triste final para la UDI.

Una tercera opción es que las miradas y los requerimientos converjan hacia un dirigente histórico, Longueira. Pero ¿está disponible? Quienes lo piden, saben que es el único que en la UDI tiene el carácter de acreedor, que es el único que tiene nada menos que a Lagos por deudor y que es el único que podría hacerle ver al ex presidente que sus temores sobre la aplanadora de concertados más comunistas solo puede ser contrapesada con una UDI fuerte. Lagos, dicen, podría devolverle la mano a Longueira.

En 1991, la izquierda dura provocó la primera gran crisis de la UDI al asesinar a su fundador y líder. Nadie ha sido condenado.

El 2003 la izquierda blanda -en connivencia con comunicadores que a pesar de su responsabilidad siguen pontificando cada mañana- provocó la segunda crisis de la UDI, con el caso Spiniak. No hay condenas de políticos, a pesar de tanta vileza.

En el 2014 estalló el caso Penta y caben pocas dudas de que las sentencias afectarán a estos y aquellos, todos empresarios u hombres de la UDI, mientras los asesinatos del cuerpo o de la imagen seguirán impunes.

Quizás la marca UDI -como ya se ha sugerido desde hace un año en este espacio- no resista más. Quizás, junto a la marca RN, deba dejar paso a otras opciones.

¿No merece acaso el proyecto de Jaime Guzmán -martirizado por los mismos que hoy gozan con el descalabro de su fundación- una nueva y distinta oportunidad? (Emol)

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