Desde luego, elaborando un relato renovado, sin imposturas, fiel a ciertos principios, pero comprensivo para entender el mundo de hoy.
No basta con apelar al pasado enrostrando con datos duros todo lo bueno del modelo de economía de mercado y ponerse de espaldas frente a la percepción ciudadana de que, para un vasto sector, los ingresos permanentes no alcanzan, la vida de barrio en muchas comunas es dramática y la marginalidad de todo orden sigue siendo una lacra que corroe la cohesión social.
Una derecha que sin renunciar a las libertades políticas y económicas para que cada individuo pueda conducir sus vidas, sin tutelas externas, se identifique con el dolor ajeno, con anclaje en una visión de país donde la dignidad de las personas sea una guía para gobernar.
La subsidiariedad como principio de acción pública para dejar que la sociedad civil pueda desplegar toda su potencia creadora no puede significar que se gobierna con un piloto automático que inhibe al Estado a ser más eficiente y a jugar un rol más activo frente a la pobreza y la desigualdad.
Se está frente a la elección popular más importante en las últimas décadas, que marcará el fin de la transición. No darse cuenta de los fenómenos colectivos que determinan la vida social de un Chile que cambió puede condenar a la derecha a ser un actor completamente irrelevante en el paisaje político futuro. (El Mercurio Cartas)
Carlos Williamson



