Habían transcurrido apenas dos años desde que un presidente de derecha era elegido por dos veces hasta que irrumpió la revuelta; vino luego el triunfo del Frente Amplio y el anuncio fúnebre de que el neoliberalismo se alojaría en su tumba; lo siguió el frenesí constitucional que tropezó dos veces, una a la izquierda, la otra a la derecha. Una verdadera rueda.
¿Cómo sorprenderse ahora por este resultado en que la derecha avanza y la izquierda retrocede? Las lecciones de este resultado son las siguientes: Desde luego, la idea de que la ciudadanía es de derecha o de izquierda, según la clase o el nivel de ingreso, no es cierta. En una sociedad individualizada y diferenciada, la preferencia política se ata más bien a los anhelos estrictamente individuales, a la forma en que se acogen los temores y la vivencia de la propia realidad. Y cuando la realidad es acuciante y los problemas son urgentes, el discurso del futuro no logra hacer sentido. No fueron los horizontes epifánicos (como el de la redención de las masas que imperó el último tiempo) lo que importó en esta elección, sino la disposición a tratar con la tosca realidad. Es lo que explica el triunfo de Vodanovic y el fracaso trepidante de Hassler; el triunfo de Toledo en Puente Alto y el fracaso de Codina y Rubilar.
Hoy, los ciudadanos no sueñan con la lejanía del futuro, son más bien nómadas del presente.
Y, como lo muestra el caso de Las Condes, el comportamiento de los candidatos también importa. Marcela Cubillos, cuyo triunfo parecía indesmentible, al extremo que se decía que luego del triunfo resonante que se le auguraba podría ser candidata presidencial, ha obtenido un fracaso igualmente resonante. ¿Es una sanción moral de un electorado que naturalmente se le creía proclive? Es probable que el fracaso que ha experimentado se deba no tanto a la remuneración que recibía como a la reacción que ella tuvo cuando ello se le reprochó. Una visión de la libertad carente de bordes y de orientación, una cierta soberbia o engreimiento disonante con el sentido común, haber exacerbado al extremo de la caricatura esos rasgos que el común de las gentes a veces atribuye a algunos sectores de derecha, son, es probable, las causas.
Y está el caso de Ñuñoa. ¿Habrá alguna comuna más representativa del espíritu gubernamental? ? Ñuñoa muestra que, a pesar de que estas elecciones están despegadas del Gobierno, desempotradas, este último no puede desentenderse del resultado. No vale la pena negar que esta elección ha estado fuertemente influida por su desempeño, trufado de errores y de idas y venidas. Las preferencias políticas huyen de la incertidumbre; son, en cambio, el intento de disminuir la sombra del futuro. Por eso, si una fuerza política se muestra errática, si borra aquí lo que escribió allí, como ha ocurrido con el Gobierno, no es raro que quienes se identifican con él o viven a su sombra, como fue el caso de Ñuñoa (sin estar inmunizados por un carisma propio como Ripamonti o Vodanovic), se vean infectados de esa misma incertidumbre, y que quienes buscan disminuir la sombra del futuro no vean en ellos una forma de hacerlo. Suele olvidarse que la gente quiere saber a qué atenerse, por eso los candidatos con una voluntad firme y un mensaje claro —el mejor ejemplo es Saffirio— obtienen el favor de la ciudadanía.
Las elecciones no son en pos de horizontes epifánicos, sino que atienden a la tosca realidad del día a día; son alérgicas a la incertidumbre, puesto que la gente, en tiempos difíciles, busca en la política saber a qué atenerse; y frente a los casos incómodos, busca explicaciones y no altanerías. Todo eso, sin duda, ha influido en estos resultados.
Pero el principal de todos atinge al Gobierno y su espíritu redentor, que ese sí acaba de mostrar un retroceso que se parece mucho al fracaso.
Hasta que la rueda, claro, comience a girar de nuevo. (El Mercurio)