La última cuenta pública del Presidente Boric representa el cierre definitivo del ciclo octubrista al que dio origen el estallido social hace poco menos de seis años. Es quizás la mejor noticia de ese discurso, que marca también el agotamiento de ideas políticas de escasa consistencia. En aquel convulsionado lapso extraordinariamente atípico de nuestra vida social y política, el electorado eligió a un gobierno en sintonía con los vientos que se desataron con fuerza sobre el país en octubre de 2019, liderado por una nueva izquierda emergida de las marchas estudiantiles de 2011, que asomaba revolucionaria y derechamente anticapitalista. Fue cuando, por primera vez desde 1990, la centroizquierda y la centroderecha fueron de pronto desalojadas del poder político que habían ocupado sin mayores contrapesos durante treinta años.
Fue en el ciclo que ahora termina cuando en 2022 asumió en La Moneda el gobierno “accidental” de Apruebo Dignidad, como lo han descrito algunos analistas, que en muchos aspectos del quehacer gubernamental tuvo que improvisar sobre la marcha, partiendo por la alianza con el socialismo democrático que le dio bagaje político para gobernar. Lo que por momentos pareció que era el tránsito fatal e inexorable del país hacia una suerte de chavismo a la chilena, se fue convirtiendo con el paso del tiempo, sobre todo después de septiembre de 2022, en una gestión con aires más bien socialdemócratas, cada vez más alejada de los arrestos refundacionales que amenazaron con tumbar la institucionalidad del país al calor del estallido social.
El momento decisivo del ciclo se produjo con el resultado del plebiscito, cuando el octubrismo fue inequívocamente derrotado en las urnas. Apenas seis meses después de asumir la más alta magistratura, el gobierno de Boric se estrelló contra la pared de un electorado que no estuvo dispuesto a cambiar a Chile por el país que le propuso la Convención Constitucional -cuyo proyecto era, increíblemente, su propio programa de gobierno-. Ningún gobernante desde la recuperación de la democracia ha recibido un rechazo tan contundente a su línea política como el que le propinó una resuelta mayoría de chilenos al Presidente Boric. Fue el macizo pronunciamiento del electorado en contra de ese proyecto refundacional el que forzó al gobierno de la nueva izquierda a ceder tempranamente el timón gubernamental a una masa crítica de experimentados políticos concertacionistas -a los que había apostrofado sin contemplaciones-.
Casi tres años después de ese instante trascendental, la mutación del Presidente -así la ha llamado Pepe Auth– ha quedado nítidamente de manifiesto en su última cuenta pública (y también en una larga entrevista radial dos días después). Que esto es una buena noticia para el país no debe ser pasado por alto. El líder de la nueva izquierda del Frente Amplio está mostrando inéditas convicciones, por ejemplo en materia de crecimiento económico y seguridad ciudadana, que si permean a las bases de ese partido político, como podría estar ocurriendo en forma incipiente, darían sustento a un cambio de primera magnitud en la configuración del mapa político y las condiciones de posibilidad del anhelado desarrollo nacional en un futuro no tan lejano.
Por supuesto, no es que de pronto la legión de frenteamplistas que han renegado del capitalismo y de todo lo que huela a “economicismo” se vayan a transformar en fervientes partidarios de la modernización capitalista, ni mucho menos. Pero ya no parece que vaya a ser políticamente sostenible que el Frente Amplio, como lo hizo antes de hacerse del gobierno, rechace abiertamente las reformas que requiere el país para dinamizar la economía. O que impulse iniciativas populistas tan dañinas como los retiros de las cuentas de ahorro previsional, que en su tiempo apoyó sin reservas, y que ahora el Presidente Boric reconoce como un grueso error de política pública.
Quizás el paso de la nueva izquierda por el gobierno no haya sido en vano después de todo. Mirado con perspectiva, su aprendizaje, aunque costoso desde luego, podría tener no poca trascendencia para el futuro del país. Y es que en el espacio de las ideas, que es donde se sitúa el discurso del Presidente, se ha configurado el domingo último el fin del octubrismo y, por consecuencia -todo hay que decirlo-, una de las derrotas más estrepitosas de la izquierda chilena en la historia reciente del país. (El Líbero)
Claudio Hohmann



