Fue justo hace tres años que la invasión de Rusia fue el inicio de la guerra de Ucrania, la primera de ese tipo y a esa escala en Europa desde la segunda guerra mundial -apenas a unas centenas de kilómetros de Polonia y Hungría-. Ese momento dramático, cuya crudeza fue registrada en el extraordinario documental “20 días en Mariopol”, fue para muchos ciudadanos occidentales, sobre todo jóvenes europeos, la constatación de que la paz no es una condición inherente a la modernidad y que no se la debe dar por sentada ni por un instante. Sin saberlo en esos días, fue el fin de una era.
La guerra de Ucrania, o más bien el proceso que podría darle término próximamente, está terminando con 80 años de pax americana, sustentada en un entramado de instituciones internacionales que a duras penas cumplen ahora sus funciones, inadaptadas para el nuevo orden mundial que ha emergido con la consolidación de China y Rusia, que comparten actualmente el poder con Estados Unidos, a la vez que Europa decae sin pena ni gloria. La mayoría de los habitantes del mundo -incluidos nosotros los chilenos- han vivido sus trayectorias vitales en un contexto dominado por lo que se ha denominado Occidente, cuya base fundamental fue una amplia y profunda alianza entre Estados Unidos y Europa, que parecía para todos los efectos inquebrantable. Pero ya no más.
Unos años antes, en 2016, la inteligencia artificial dio un paso decisivo en Corea del Sur. No fue en un ambiente bélico como podría pensarse -se viene al recuerdo su vecino del norte, bien abastecido de misiles de largo alcance-. Al contrario, ocurrió en el encuentro a cinco juegos entre el entonces campeón de Go, Lee Sedol -uno de los mejores jugadores de la historia del juego chino- y AlphaGo, un programa generado por Google DeepMind. El resultado a favor de la máquina por cuatro a uno, se puede considerar el momento preciso cuando una mente brillante, como la del coreano Sedol, es superada sin apelación por otra artificial, que desde entonces lo hace con entera facilidad ante cualquier jugador de Go que la quiera desafiar. Se puede considerar el fin de otra era.
La inteligencia artificial podría dar término, más rápido de lo que nadie pudo imaginar, a la orgullosa sociedad del conocimiento -conocimiento humano, habrá que decir- para dar origen a una sociedad híbrida de humanos y agentes, donde estos últimos van a dominar en la mayoría de los campos de la producción de conocimiento, si no lo hacen ya como en el caso de Go.
En medio de todo esto la democracia ha comenzado a debatirse en un terreno peligrosamente adverso y ya no goza del favor de las amplias mayorías de sus mejores momentos en la segunda mitad del siglo 20. La conocida afirmación de Churchill “la democracia es la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás” de pronto podría estar quedando en el tintero de la historia. Dos de las tres potencias mundiales no la practican de ningún modo, y la tercera, que fue su mejor ejecutora y férrea defensora desde el triunfo de los aliados en la segunda guerra mundial, podría estar a punto de perderla o, como sostienen algunos, ya habría dejado de ser un país democrático… o eso parece.
¿Cómo procesar estos cambios en un país tan pequeño como el nuestro, luego de un verano menos acontecido que el anterior, y cuando nos aprestamos para vivir un año electoral que culminará en la elección del noveno gobierno desde la recuperación de la democracia en 1990? Como casi siempre, los contemplamos a la distancia sin la menor posibilidad de incidir en su desarrollo, mucho menos ahora que antes. Pero esta vez la velocidad a la que arriban a nuestras costas y se despliegan entre nosotros es la mayor que hayamos experimentado en toda nuestra historia. Virtualmente de un rato para otro. En el mundo interconectado del siglo 21 el tsunami de la inteligencia artificial y los efectos del nuevo orden mundial se propagan a la velocidad de los satélites de Starlink, una instantaneidad que no da respiro al cerebro humano, mientras uno que otro nombre se agrega a la lista de precandidatos presidenciales, como si importara algo, cuando el fin de una era nos arrastra a otra que ya despunta aceleradamente. (El Líbero)
Claudio Hohmann



