Las votaciones de segunda vuelta son, en todas partes, un tipo de definición que se gana con votos prestados. Así será también en el caso de la confrontación planteada entre Jeannette Jara, del PC, y José Antonio Kast, del Partido Republicano. Ambos tratarán de conseguir esos votos donde suponen que están, aunque nada indica que se encuentren empaquetados por aquí o por allá, ni tampoco que sean de libre disposición de los candidatos que los recibieron en primera vuelta.
¿Será cierto, como se dice, que los votos recibidos por Franco Parisi podrían inclinar la balanza en uno u otro sentido, y que Jara y Kast deben afanarse en seducir a sus votantes, y hasta hacerles ofertas parecidas a las que los motivaron en primera vuelta? Es pura pérdida de tiempo. Es posible que muchos de esos electores actúen según la formulación de que no son “ni fachos ni comunachos”, y que opten por abstenerse o votar en blanco. Y que los que decidan marcar preferencia se repartan más o menos en mitades entre ambas candidaturas. Parisi no tiene nada que vender.
La segunda vuelta será ganada por quien inspire mayor confianza o, más exactamente, por quien provoque menos desconfianza. En otras palabras, estará en primer plano la cuestión de los posibles riesgos, y allí, cada elector hará sus propias sumas y restas. Como se recordará, en la primaria de la izquierda efectuada en julio de 2021, Gabriel Boric se benefició de los recelos que provocaba su contrincante Daniel Jadue, del PC. Y después, en la segunda vuelta de diciembre de 2021, se vio favorecido por los recelos que entonces generaba su rival, el mismo José Antonio Kast. No hay duda de que Boric ha sido un político suertudo.
Al votar, le tomaremos el peso a las posibles consecuencias de marcar preferencia por la candidata comunista o por el candidato republicano. Y ya contamos con suficiente información sobre sus ideas y propuestas, la gente que los acompaña y sus eventuales equipos de gobierno.
¿Pesará el factor ideológico? Naturalmente, aunque eso, como siempre, está mediado por la percepción de las características personales de los líderes. Al final, confiamos o no confiamos en las personas, a partir de lo que creemos ver en ellas. En definitiva, las elecciones siempre son una apuesta, y sobran las evidencias de que podemos equivocarnos medio a medio.
Algunos pueden decir que tienen aprensiones respecto de los dos aspirantes, y que prefieren tener la conciencia tranquila y votar en blanco. Están en su derecho. Otros, en cambio, pueden no resignarse a ser espectadores de la decisión de los demás y, pese a las reservas, marcar preferencia de todos modos. Lo cierto es que nunca votamos en un contexto ideal, y que, incluso cuando creemos que este lo es, podemos estar completamente engañados.
Vamos a elegir al noveno mandatario desde la recuperación de las libertades. Durante 35 años, no se han interrumpido las elecciones libres y competitivas, lo cual es un enorme logro cívico. Pero, no podemos olvidar cuán cerca estuvimos de perder la democracia hace 6 años por la conjunción de la violencia político/delictual en las calles y la politiquería en el Congreso. Casi por milagro, el país se salvó de una inmensa catástrofe. Es, por lo tanto, una burla que quienes atizaron el fuego octubrista hoy sonrían con aire inocente ante las cámaras de TV.
De un modo u otro, todos haremos nuestro propio balance sobre las cosas buenas y malas que le pasaron a Chile en los últimos años, y la responsabilidad que le cabe a cada fuerza política. Juzgaremos también la trayectoria y los valores de quienes compiten, y trataremos de imaginarlos ejerciendo el cargo más importante de la República, tomando decisiones sobre seguridad pública, economía, defensa, educación, relaciones exteriores, etc. Nada está garantizado. Solo podemos aspirar a reducir el espacio de incertidumbre. Y no votamos por un estandarte, sino por una persona concreta.
En la noche del 14 de diciembre, sabremos quién asumirá la presidencia de la República por el período 2026-2030. Lo inexplicable es que tenga que esperar 3 meses para instalarse en La Moneda. Nada justifica un tiempo tan prolongado. Es razonable, entonces, la propuesta hecha por el economista José Ramón Valente de que la transmisión del mando se efectúe en enero, lo que permitiría que en marzo ya esté instalado el nuevo gobierno, con una agenda definida y sus equipos en pleno funcionamiento.
Confiemos en que la campaña mantenga un clima de respeto. Pasada la elección, seguiremos conviviendo en el mismo país, obligados a entendernos en las cosas esenciales. (Ex Ante)
Sergio Muñoz Riveros



