El discreto encanto de los países con fosas y muros

El discreto encanto de los países con fosas y muros

Compartir

En política, al igual que en los deportes, la ciencia o en cualquier otra actividad humana, hay países que sirven de referencia. Por ejemplo, las sociedades nórdicas. Estas representan grandes modelos en muchas materias. Especialmente, en educación, en la calidad de su democracia y en la creación de ambientes laborales percibidos como justos. Sólo por mencionar algunas.

En términos políticos, son sociedades que encantan y donde se hablan diversos dialectos de una misma lengua, la socialdemócrata. La hibridación de ésta con las del socialcristianismo, del liberalismo e incluso del conservadurismo han producido un bienestar generalizado, envidiable y llamativo. Provocan una sensación motivante que casi todos quisieran experimentarla. Esa misma que Buñuel otorgó a los entusiastas participantes de las fiestas descritas en su obra maestra, El discreto encanto de la burguesía.

Sin embargo, se trata de sociedades bastante difíciles de replicar.

Recurriendo al sarcasmo, un reconocido personaje de la cultura, dijo en entrevista televisiva hace algunas semanas, que replicar esas sociedades es imposible, pues, para un largo y adecuado funcionamiento, tendríamos que ser todos nórdicos. Y si escarbamos en esa lógica, podríamos aventurar que por eso varias lenguas utilizadas en esos países han generado palabras sencillamente intraducibles. Como hygge, con la cual describen justamente una sensación de satisfacción y felicidad muy profunda.

En los últimos años, en Chile se ha observado una sana tentación a mirar las sociedades nórdicas como la gran meta a alcanzar. Resulta estimulante comprobar que, exceptuando ese aberrante proceso constitucional recientemente vivido, los chilenos intuyen que cuanto existe en aquellas sociedades tiene trazos modélicos.

Sin embargo, el encanto podría tener algunos inconvenientes.

Ocurre que la premier finlandesa, Sanna Marin, acaba de tomar una decisión en materia de protección de fronteras que dejará perplejo a más de un admirador de los modelos nórdicos. Pese a cortos 37 años de edad y una militancia socialdemócrata, más una fuerte trayectoria feminista, desde su misma adolescencia, ha tomado decisión marcada por el realismo más profundo. Autorizó la construcción de un muro metálico de 200 km de largo y tres de altura, en el tramo más inhóspito de la frontera con Rusia. Lleno de cámaras y sensores. Es justo donde ocurren los ingresos masivos y clandestinos de inmigrantes. Son los famosos pasos no habilitados.

El objetivo es evidente. Detener el flujo migratorio, no sólo de rusos, sino de personas procedentes de otros países, de manera irregular.

Detractores ya han aparecido. Obvio. No son pocos quienes creen que la migración es un fenómeno inocuo y hasta beneficioso. Es la típica actitud “buenista”, tan alejada de la médula de las relaciones internacionales. En estas materias, igual que en casi todas las actividades, hay una buena cantidad de incautos. En este caso, suelen hundir la cabeza en la arena cuando escuchan detalles de lo que las migraciones realmente son. No les gusta oír que es un arma con los objetivos más diversos. Muchas veces pérfidos.

Esto ya lo demostró, en años recientes, el Presidente A. Lukashenko de Bielorrusia, al abrir sus fronteras temporalmente a miles de sirios y africanos. No precisamente para obsequiarles un humanitario refugio. Fue sólo para alentarlos a seguir camino hacia Polonia y los países bálticos. Sus enemigos. Ya en 1980, Fidel Castro había abierto el puerto de Mariel y vació sus saturadas cárceles en dirección a EE.UU.

Este es el trasfondo de los muros de seguridad fronteriza. Siempre ha sido así. Por eso se han construido desde antiguo. Los Muros de la dinastía Qin (conocido como Muralla china), de Adriano (en Roma), de Teodosio (en Constantinopla). O los más modernos, el de Berlín (conocido como Muro de la vergüenza –Schandmauer- por su polémico objetivo) o los de Melilla y Ceuta (veinte kilómetros de filosas cuchillas que deberían disuadir a cualquiera), o aquellos entre Bielorrusia y Lituania y entre Bielorrusia y Polonia (con alambradas de púas electrificadas), Bulgaria con Turquía, Austria con Eslovenia, Hungría con Serbia y Croacia, o los erigidos en la frontera mexicano-estadounidense y así una larguísima lista.

Es curioso, pero en América Latina nadie gusta recordar los casi 400 km. de muros y zanjas de la República Dominicana destinados a impedir el paso masivo de haitianos. Ello, sin contar con deportaciones masivas.

Por eso, resulta también curioso que los críticos no vean los muros y las zanjas como instrumentos defensivos y sostengan la peregrina idea que su existencia sería incompatible con la esencia de la democracia. Ello va en el sentido inverso a la evidencia empírica y a cualquier divagación teórica sobre el Estado. Los países optan por estas instalaciones sencillamente por razones de sobrevivencia. Oponerse, deja al descubierto mucho terraplanismo.

Por eso, ese encantador ejemplo de democracia, llamado Finlandia, realizó un acto soberano, con carácter defensivo, destinado a imponer un determinado orden en la frontera y a evitar desbordes. Por eso también los españoles han construido los suyos en Ceuta y Melilla, independientemente del régimen político. El de Ceuta lo levantó Franco en 1971 y ha sido reforzado con energía durante los gobiernos socialistas y del PP. A su vez, el de Melilla fue erigido de manera íntegra en democracia.

Otro argumento de los terraplanistas buenistas apunta a que las migraciones en todas las direcciones han ocurrido desde siempre. Dejan de lado que la formación de los estados-nacionales supone la regulación de tales traslados precisamente por la protección de fronteras.

Ex profeso ignoran que ningún movimiento migratorio masivo cae del cielo y que siempre son ejecutados por siniestros personajes conocidos como “coyotes”. Y desde luego que los grandes promotores (como Castro y Lukashenko) no tienen una pizca de “buenistas”.

Aunque parezca de perogrullo subrayarlo, no proteger las fronteras sería como intentar violar las leyes de la física. Es una tarea inherente a cualquier Estado. Por lo mismo, nunca un asunto territorial ha sido algo trivial.

En definitiva, la socialdemócrata, Sanna Marin ha tomado una decisión ineludible. Hizo los ejercicios racionales, que corresponden a un estadista maduro y responsable. Concluyó que el despliegue militar es imposible como medida sin plazo. Que su economía y su sociedad no pueden sostener ad infinitum un flujo de personas que poco o nada tienen que ver con su historia y cultura.

En conclusión, comprendió que el “buenismo tiene sus límites. (El Líbero)

Iván Witker

Compartir
Artículo anteriorLa Constitución de 1925
Artículo siguiente¿Qué hacer?