El actual ciclo político posee dimensiones históricas que han pasado casi desapercibidas. Entre ellas, el fin de la convergencia estratégica entre la DC y el PS, un proceso que se iniciara luego del golpe militar y que terminó siendo uno de los ejes de la gobernabilidad en Chile desde 1990, y hasta la segunda administración de Michelle Bachelet.
En efecto, la izquierda no ha gobernado sin la DC desde el 11 de septiembre y ese solo hecho refuerza la singularidad de los cambios en curso. Lo que en su momento fue un largo y complejo trabajo de entendimiento, que derivó en la convicción profunda de que las transformaciones políticas y sociales -entre ellas, el retorno a la democracia- no serían sustentables sin una base de coincidencias de fondo entre el centro y la izquierda, llegó en los últimos años a su fin. Y el gobierno que asumirá en marzo, junto a la deriva del proceso constituyente, son fiel reflejo de esa realidad.
Parte de esta dinámica es la curva de deterioro político y electoral vivida durante años por la DC. Una historia donde la creciente hegemonía de los sectores “autoflagelantes” en la centroizquierda es un hito clave, proceso que terminó de consumarse cuando la derecha se convierte en opción de gobierno. A partir de ese momento, la radicalización se extiende a todo el arco opositor, reforzando la declinación histórica de la DC. El estallido social vino, finalmente, a consumar dicha tendencia: la DC abandona su rol de partido de centro y se suma alegre a las lógicas de la refundación, que desde ese instante solo se consolidan.
En buena medida, este desenlace es un factor decisivo para explicar por qué la DC hoy no pasa del 5% en su representación parlamentaria, y que su candidata presidencial quedara quinta en primera vuelta. También, que Gabriel Boric no sintiera ninguna necesidad de incorporarlos al gabinete. Al contrario, un objetivo central del nuevo gobierno es recomponer una alianza de izquierda, donde el PS y PC -junto al Frente Amplio- vuelvan a caminar por una senda común de largo plazo.
La DC no entendió que su liquidación era parte medular de este proyecto. Creyó con ingenuidad que podía moverse hacia posiciones cada vez más radicales, disputar el espacio natural de la izquierda y permanecer incólume. Los resultados están a la vista: la Falange reducida a la mínima expresión, abandonada por sus aliados históricos, fuera del próximo gobierno.
Uno de los efectos de todo esto es que esa gran mayoría de chilenos que se sigue definiendo “de centro” hoy no tiene representación política. Y este “descentramiento” tiene, a su vez, otros alcances: un presidente electo que llega apenas al 25% en primera vuelta, sin mayorías parlamentarias, y que pretende llevar adelante enormes transformaciones. Y en la Convención Constitucional, basta mirar las cosas que han empezado a aprobarse en algunas comisiones.
Es que no es gratis tener un centro vacío. (La Tercera)
Max Colodro



