El centro, la DC y los puzzles de la memoria

El centro, la DC y los puzzles de la memoria

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En esta columna de memoria y análisis, recorro mi propia formación en el mundo jesuita, democristiano y universitario de los años 60, la construcción cultural de la Concertación bajo la dictadura, su despliegue junto con la recuperación de la democracia y el presente de un centro político que todos invocan, pero ya nadie habita. Una despedida sin nostalgia por un mundo que se desvanece.

1.

Sin que el cuadro político-electoral se haya decantado definitivamente hacia un lado u otro -derechas o izquierdas, oficialismo u oposición- ni el encuadre ideológico de los bloques en competencia esté aún bien formulado, todo apunta sin embargo a un enfrentamiento centrípeto. O sea, uno que se mueve hacia el centro o atrae hacia él; centro que todos mencionan sin saber siquiera si acaso existe. Pero en el imaginario comunicacional, ¡qué duda cabe! Está vivamente presente.

Basta ver el jolgorio del oficialismo al recibir a las esmirriadas huestes democristianas que, se dice, vienen a consolidar un renovado bloque de centroizquierda, del PCCh a la DC, dos símbolos de anacronismo político. Una fiesta similar, también en el círculo de los pequeños números, celebró Chile Vamos hace poco tiempo, cuando Amarillos (mayoritariamente democristianos también) adhirió a su candidata. “Matthei es de derecha cultural y ha tomado posiciones de centro», expresó en ese momento el presidente de Amarillos.

En contra de todo pronóstico, por tanto, la polarización de nuestra clase política da paso a un momento en que las fuerzas políticas de un lado y del otro buscan ordenarse moderando sus aristas, reduciendo el diapasón discursivo de los contrastes y explorando los territorios situados al centro del espectro ideológico; un punto misterioso y desconocido del mapa electoral.

De manera que al desorden centrífugo que caracterizó a los principales bloques hasta hace algunos meses, cuando aparecían corriendo discursivamente hacia los extremos del espectro, le sucede ahora un movimiento contrario del péndulo, que suaviza los contrastes y huye de las posiciones ultramontanas o híper-revolucionarias.

Es un hecho paradojal. Como nunca, se exalta en estos días al centro, mientras este desaparece visiblemente de la escena, succionado hacia la derecha y la izquierda, como sucede a la DC, e igual como previamente había ocurrido al histórico Partido Radical. (Nota bene: escribo este texto justamente en la ciudad de Copiapó, donde el 27 de diciembre de 1863 se fundaba la primera Asamblea de dicho partido, del que formaron parte ciudadanos ilustres como Manuel Antonio Matta y Pedro León Gallo).

La progresiva desintegración de la DC, que viene ocurriendo desde hace ya un buen número de años, como enseña Ignacio Walker en una interesante columna, significa pues la desaparición del segundo “gran” partido de centro del siglo XX chileno; hecho que para mí representa también -en lo personal- un suceso biográfico de carácter ideológico, político y cultural. A mis amigos DC, exDC, o DC desilusionados dedico por lo mismo este testimonio de camaradería.

2.

Sin haber militado nunca en la DC, sin embargo, me incorporé a la vida de la polis chilensis a mediados de los años 60, ingresando al espacio cultural e intelectual por donde transitaba el mundo democristiano de Frei Montalva -por quien voté el 64-, la Iglesia Católica del Concilio Vaticano II con su apertura a la modernidad y, en Chile, el Cardenal Silva Henríquez con su mensaje de reforma espiritual y social del país.

Varios de mis coetáneos (amigos hasta hoy; Ávila, Correa, Gazmuri, Insulza, Viera-Gallo, etc.) formaban parte de, o estaban próximos a, la dirección de la Juventud Demócrata Cristiana (JDC), mientras yo “militaba” en la FEUC. Mis primeros trabajos de iniciación en el análisis de la sociedad, durante esos años, los hice en el diario La Nación junto a su director Claudio Orrego Vicuña, la revista Mensaje al lado de los jesuitas, el centro DESAL que presidía Roger Vekemans, sociólogo-jesuita, y el Instituto de Humanismo Cristiano (IHC), también de inspiración jesuita, donde aprendí los rudimentos de la doctrina social, la metodología del discernimiento y la esperanza de un cambio del mundo.

En agosto de 1967 fue la toma de la UC. Marcó otro hito político-cultural formativo de la generación de la cual soy parte, de donde viene otra vertiente de referentes generacionales en lo intelectual, profesional y político (Avalos, Beca, Díaz, Echeverría, Flores, Garretón, Lechner, Morandé, Moulian, Solar).

Al lado del rector Fernando Castillo Velasco, un DC que resumía lo mejor de ese mundo, llegó también el comienzo de mi dedicación a la universidad como institución de la cual no volvería a salir (salvo como “exonerado” en tiempos de la dictadura), y donde continúo comprometido intensamente hasta hoy.

Mas no sólo el comienzo de mi propia Bildung -un término con que la cultura alemana del siglo XIX bautizó el proceso de autocultivo personal en la búsqueda de un ideal de humanidad al que debía apuntar todo auténtico proceso formativo- la hice en ese espacio cultural. En él se cruzaban influencias educativas de familia y escuela -de Durero a Goethe, de Brecht al expresionismo alemán en la pintura, de la República de Weimar a la reconstrucción de posguerra encabezada por la DC y la Socialdemocracia- a las que posteriormente se superpondrían elementos del pensamiento social cristiano y del reformismo modernizador que impulsó la Revolución en Libertad. Leímos en ese tiempo, ¡cómo no! a Maritain y Mounir, igual como al maestro Jaime Castillo y sus Fuentes de la Democracia Cristiana (1963) que más adelante se echarían a andar por los caminos de la revolución (1972).

Ya en plena dictadura volví a reencontrarme, en Chile y en el exterior, con aquel mundo DC empeñado en recuperar la democracia, en intenso diálogo con la Iglesia Católica, la renovación socialista, el progresismo PPD, radicales y liberales espantados por la violencia, el autoritarismo y la represión, al inicio de la construcción ideal y orgánica de la Concertación de Partidos por la Democracia.

Fui parte de esa construcción, primero desde la vertiente académico-intelectual y, posteriormente, desde la vertiente político-gubernamental.

En la primera, un grupo de investigadores exonerados de la UC y la UCH, un buen número de quienes desde entonces destacan a nivel nacional y latinoamericano  en sus respectivas disciplinas de las ciencias sociales (Baño, Catalán, Cox, Falleto, Flisfish, Garretón, Gómez, Kirkwood, Lechner, Moulian, Valdés, Varas), crearon uno de los centros académico-intelectuales disidentes más reconocidos de la época; la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) que, en el mapa ideológico de la época, se ubicaba dentro de las coordenadas intelectuales de la renovación socialista (que llevaban de Lenin a Gramsci a Habermas y el pensamiento crítico de la sociología del siglo XX) y del diálogo con las demás corrientes liberal democráticas y democristianas.

Desde allí, en los años setenta y ochenta, entretejimos amplias redes nacionales con centros de diversa orientación y especialidad, muchos de ellos de inspiración socialcristiana o de socialdemocrática; en nuestro caso, por ejemplo, con CIEPLAN de Foxley, Meller, Arellano y otros; el Centro de Estudios del Desarrollo (CED) de Edgardo Boeninger; CPU, centro dirigido por los hermanos Lavados que se ocupaba de materias de educación superior y ciencias; el Centro  de Estudios Públicos (CEP) que, similar a lo que ocurre hoy, cultivaba un pensamiento liberal reflexivo; el PIIE, programa dedicado a la investigación de las escuelas y los docentes donde se reunían figuras admiradas en este (mi) campo del conocimiento (como Avalos, Gajardo, Núñez y Schiefelbein).

Asimismo, cada investigador debió internacionalizar tempranamente su actividad, pues para los centros académicos independientes el cultivo de redes con la academia, la esfera intelectual y las redes cooperación de los países democráticos del norte (Alemania, Canadá, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, Noruega, Países Bajos, Suecia), era una condición de subsistencia. Similar importancia adquirió la relación con centros intelectuales y de ciencias sociales de la región; especialmente, en mi experiencia, con centros de Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Colombia, México, Perú, Uruguay y Venezuela.

En la segunda vertiente, la del compromiso político con la renovación socialista, el reencuentro con el mundo DC y la gradual conformación de la Concertación, si bien existieron decenas de conexiones con el plano académico-intelectual, hubo igualmente un desarrollo autónomo que -desde el interior del país y desde el exilio distribuido en los países de Europa occidental y América Latina- fue dando origen a un futuro esquema de gobernabilidad. Construido en torno al eje de los mundos democristiano y socialdemócrata, dicho esquema aseguraría: (i) el tránsito pacífico desde la dictadura derrotada en un plebiscito a una democracia liberal gradualmente consolidada; (ii) la modernización de la sociedad; (iii) el crecimiento económico con equidad y (iv) una cultura de autonomía personal.

Mi personal trayectoria bajo los gobiernos de la Concertación (Aylwin, Frei RT, Lagos, Bachelet I), fue -en diferentes momentos- una suerte de expresión de la historia biográfica anterior.

Desde los primeros meses del gobierno Aylwin trabajé, por sugerencia del ministro Secretario General de Gobierno E. Correa -que oportunamente publica sus memorias en estos días siendo objeto además de una exhaustiva investigación periodística- como presidente del CNTV. Y luego, por sugerencia de R. Lagos (ministro de Educación), como encargado de una comisión presidencial compuesta por académicos convocados para proponer una política de educación superior para la década de los noventa. Enseguida fui designado como vicepresidente ejecutivo del Consejo Superior de Educación. En cada una de esas instancias, por su variopinta composición, trabajé con personeros no sólo del oficialismo concertacionista de la época, sino con figuras representativas de la oposición.

Con el Presidente Frei RT comencé trabajando en su programa de gobierno a la sombra de mi amigo Genaro Arriagada. Recién designado, el Presidente me encomendó dirigir una comisión técnica para la modernización de la educación chilena, donde volví a trabajar con Edgardo Boeninger (a quien antes había acompañado en un grupo de análisis político durante sus años de ministro Secretario de la Presidencia), E. Correa, figuras de la oposición como G. Vial (ex ministro de Educación de Pinochet) y C. Larroulet (futuro ministro de Piñera), representantes del mundo empresarial (Leniz, Markmann, Navarro y Moreno de la SNA), de la Iglesia Católica y la masonería, y de otros sectores, en una combinación que en sí era expresiva de una gobernabilidad que impulsaba firmemente acuerdos a lo ancho del espectro ideológico-cultural.

Terminada esa labor ingresé al gabinete del Presidente Frei en el cargo de ministro Secretario General de Gobierno, inicialmente al lado de Genaro Arriagada, ministro de la Presidencia, y Carlos Figueroa, ministro del Interior (maestro del ajedrez político), donde aprendí a trabajar con un núcleo esencialmente DC; los ya nombrados, más Pérez Yoma, Aninat, Alvear, Villarzú que se integró posteriormente y, del lado de la vertiente del socialismo-PPD, José Miguel Insulza, con quien habíamos iniciado trayectorias paralelas ya en los años 60 como dirigentes estudiantiles.

Durante dos décadas, entonces, la Concertación -fundada sobre las fuerzas  políticas representativas de ambos mundos de  la centroizquierda- condujo la transformación pos dictatorial de la sociedad y la institucionalización de un Estado de derecho que, a partir del año 2010, permite la regular alternancia de mayorías y minorías en el Congreso y la rotación de sucesivos gobiernos de derecha (piñerismo) y centroizquierda ampliada, primero con Bachelet II y luego con Boric, quien inició su mandato como representante de una generación de nueva izquierda rupturista para terminar como hijo pródigo que retorna a la casa de un padre que hace rato dejó de existir.

No sólo se acabó la Concertación hace una década, sino que ahora, además, va deshilachándose la DC, como organización partidista pero, también, como un mundo cultural y político de múltiples significados, valores, inspiraciones, orientaciones y relatos. Tuve la suerte de formarme en ese mundo y de participar en su construcción, a veces como contradictor y en otros con plena identidad. Así es el inexorable transcurso del tiempo. La historia misma, en la medida que por un instante logramos sentirnos parte de ella, incluso dominarla como aprendices de brujo, pronto nos enseña que no podemos hacer prodigios. “Pues a los espíritus / Sólo puede invocarlos / El llamado del viejo Maestro”, según los versos de Goethe. (El Líbero)

José Joaquín Brunner

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