Frente al presente de Chile, hasta el más sencillo ciudadano es capaz de encontrar la fibra central de nuestras angustias: la inseguridad ante el futuro inmediato y el consiguiente anhelo de estabilidad.
Salimos hace cuatro años de esa condición tan deseable y aún no logramos volver a ella. Entramos en una campana de Gauss que nos ha tenido en el peor de los mundos —la violencia, asociada con el desgobierno y con la crisis económica— y aunque hoy parece que podríamos recorrer el camino que baja la cuesta para ponernos de nuevo en la ansiada estabilidad… nada de eso es seguro.
Lo que está en juego el 17 de diciembre no es solo un texto, un proyecto de Constitución, con sus muchas virtudes y con algunas carencias y defectos (y sobre unas y otras, es legítimo que tengamos diferencias). Pero ¿no resulta acaso evidente para todos que ese día, o cerramos un proceso y nos damos la posibilidad de volver a la estabilidad o mantenemos la campana de Gauss allá arriba, y le damos una nueva opción a que revivan los peores momentos de estos últimos cuatro años… y quizás por cuánto tiempo más?
Sería extraño, insólito más bien, que alguien defendiera la tesis de que da lo mismo, de que con uno u otro resultado o todo volverá a la normalidad —a la ansiada estabilidad— o todo seguirá igual de caótico como viene siéndolo desde octubre del 2019.
Las vidas de los países no son así, porque nuestras decisiones siempre tienen consecuencias. Sostener que todos los resultados dan lo mismo, incita a anular la deliberación.
Por supuesto, es posible que la ansiada estabilidad no llegue con el triunfo de la opción A favor, porque siempre habrá fuerzas que consideren que la sola idea de volver a la vida normal es algo perverso en sí mismo. Por cierto, esa es la tesis del Partido Comunista, maestro y doctor en revoluciones.
Pero justamente porque ese dato está muy presente en la situación actual, precisamente porque pase lo que pase vamos a tener que enfrentar una vez más su talante sedicioso, es imprescindible contestarse la pregunta fundamental: ¿Qué resultado hace más difícil la acción de los que pretenden que la inestabilidad se convierta en norma? (¿se acuerdan del eslogan octubrista: “¡Se acabó tu normalidad!”?).
La victoria del En contra abre camino a dos fuerzas que, complementándose entre sí, nos pueden mantener en el vacío vital, cuando justamente lo que deseamos es tierra firme donde poner los pies de nuevo.
Por una parte, si quedase vigente la actual Constitución, la rebaja de los quorum de reforma a los 4/7 hace casi imposible defender sus mejores normas, justamente las que las izquierdas no quieren proteger. No es efectivo que se hayan enamorado del texto vigente: simplemente saben que “Pepito paga doble”: rechazado el proyecto del plebiscito, podrán también modificar a su antojo la normativa vigente. Es lo que los amigos “Z” (como tienen la piel tan sensible, no voy a usar la palabra completa) no han logrado entender.
Y, por otra, el PC en la calle, escogiendo entre varios objetivos: o forzando un tercer proceso u obligando a hacer en sede parlamentaria las peores reformas posibles. Porque ¿alguien en las izquierdas algo más moderadas se atreverá a contradecir al “gran ganador” del 17 de diciembre, si triunfa el En contra? Y, además, el PC verá en esa movilización, primero programada y después desbocada, el instrumento para distanciarse de un gobierno ya absolutamente fracasado, promoviendo una imagen verdaderamente revolucionaria con vistas a los próximos procesos electorales.
En la vida social, la psicología importa mucho. Por eso, no tiene sentido alguno regalarle una victoria a quienes cargan con el peso de dos derrotas consecutivas. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas