Editorial NP: El cambio ya llegó

Editorial NP: El cambio ya llegó

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Las primarias presidenciales de ayer parecen ser la última paletada del entierro de la política al estilo del siglo XX. Sus resultados abren las puertas a emergentes clivajes más propios del nuevo siglo, tras una masiva votación en la que más de tres millones de ciudadanos de todo el país desvirtuaron nuevamente a las encuestas, inscribiendo en la papeleta presidencial de noviembre a dos candidatos que no solo no superan los 46 años de edad, sino que encarnan “issues” sociales que se han ido instalando, lenta pero inexorablemente, en lo que, hasta hace poco, se entendía como políticas de “izquierdas” o de “derechas”.

En efecto, si bien los énfasis político sociales que los dos aspirantes expusieron en sus respectivas campañas y programas pudieran ubicarlos en los límites de posturas que ideológicamente escapan de los extremos del arcoíris político del siglo XX y en una serie de propuestas sobre la arquitectura que aspiran para el nuevo Chile, ambos parecen adherir a modelos de democracia que no amenazan la mantención de la tradicional división de poderes político-republicanos, ni el respeto a los derechos humanos, a la pluralidad, diversidad y libertad que caracteriza a las democracias occidentales, presentan, por cierto, diferencias metodológicas y de imágenes objetivo para la solución a los problemas económico, sociales y políticos del país que los hacen divergir en aspectos claves para la expansión de las libertades, tales como el mayor o menor papel que le asignan a los propios ciudadanos o al Estado en la gestión de áreas relevantes para la vida como la salud, educación, previsión o vivienda. Tales diferencias no son triviales a la hora de decidir el Chile que la mayoría quiere, pero en el que las minorías puedan también convivir, sin ver amenazados sus modos de vida tradicionales y que serán puesto en juego en las elecciones presidenciales de noviembre.

Las primarias de ayer no solo mostraron un interés aumentado de la ciudadanía por participar en la nominación de sus respectivos aspirantes a la Presidencia de la República, la que no obstante la pandemia, fin de semana largo, e inicio de vacaciones de invierno, superó las mejores cifras previstas por la mayoría de los analistas -destacando el hecho que ambas coaliciones movilizaron a más de un millón de personas-, sino que, también, la evidencia de que aquellos votantes terminaron por favorecer a aspirantes que, desde su novedad, marcaron sus discursos con un lenguaje de mayor moderación, búsqueda de consensos, unidad y propuestas para la superación de las necesidades reales de la gente, una conducta que, infaustamente, contrasta con las tendencias a extremar posiciones partisanas que se han observado por parte de algunos sectores independientes emergentes en los primeros días de sesiones de la recientemente electa Convención Constituyente y en los que, al parecer, esas mismas mayorías participantes han puesto esperanzas de esa nueva forma de hacer política que benefició a los electos, más allá de sus diferentes modelos de democracia propuestos.

Se observó, pues, esa misma búsqueda de nuevos dirigentes que, desde fuera de la estructura tradicional de los partidos que lideraron la vida nacional, vinieran a reimpulsar y renovar esa criticada forma de hacer política apuntada a la mera toma del poder del Estado para sostener o modificar ciertos aspectos de la vida social que caracterizó los últimos 100 años, poniendo al mando y a tono, tanto por edad como por procedencia, a quienes esperan inicien, de una vez por todas, las gigantescas tareas a que convoca la nueva sociedad mundial que emerge del enorme avance de las ciencias y las tecnologías, las que, si en el siglo XX estuvieron definidas por el esfuerzo del hombre por conquistar la Luna, en medio de una luctuosa competencia de sistemas políticos antagónicos que legitimaron el uso de la violencia como herramienta política, extendiendo su infortunio de muerte y destrucción a través del mundo; hoy se caracterizan por objetivos cada vez más consensuales impuestos por desafíos tan relevantes como salvar la Tierra de un desastre climático cada vez más evidente, la impensable épica de viajes espaciales impulsados por inversionistas particulares, apuntando a la conquista de Marte y/o, la indispensable reorganización internacional de los modos de producir bienes y servicios, así como el intercambio comercial y colaboración global, que las nuevas tecnologías y avances científicos están posibilitado hoy a la humanidad y que la lucha internacional contra la pandemia ha puesto de relieve.

Resulta indiciario que, en las primarias, en la coalición oficialista la ciudadanía haya optado por un independiente -más allá de su travesía por partidos de centroizquierda- y dejara en el camino a los candidatos aportados por las cuatro colectividades que conforman la alianza Chile Vamos, añadido que, en sus discursos y autodefiniciones, cada uno negara sistemáticamente su filiación en la “derecha” pura y dura, dejando dicho espacio al Partido Republicano que no participó en ellas.

También lo es que los partidos de la ex Concertación ni siquiera haya logrado un acuerdo para realizar primarias legales, que hayan subido y bajado de modo vergonzoso candidatos en el proceso previo y que algunas de sus colectividades hayan oscilado torpemente entre favorecer una alianza con Apruebo Dignidad (FA-PC) con su natural competencia al interior de la coalición con la que gobernaron en cinco periodos presidenciales, pero que, al parecer, algunos de sus dirigentes diagnosticaban como definitivamente fuera de competencia, quién sabe sobre la base de qué diagnóstico.

Demás parece señalar que este giro hacia el “centro” en las primarias -entendiendo los puntos de mayor y menor graduación a derecha e izquierda representados por Daniel Jadue y José Antonio Kast- añade dificultades adicionales para la identidad centrista o moderada de los partidos y precandidatos de la ex Concertación, en la medida que un resultado que les dejaba mayor espacio a aspirantes como Paula Narváez (PS) o Yasna Provoste (DC) era el erróneamente previsto por las encuestas: una victoria de Jadue y de Lavín, respectivamente.  Y es de suponer que, parte de las bases PS-PPD que optaron por participar en las primarias de Apruebo Dignidad apoyando a Boric o Jadue, sean, finalmente, sufragios perdidos en una eventual primaria convencional de la ex Concertación.

Por lo demás, la realización de una primaria no legal por parte de este sector no solo conlleva el problema identitario, sino que arriesga a que el número de sufragantes interesados en participar tras la exitosa votación de Boric, alcance un volumen muy inferior al conseguido por ambas coaliciones comparecientes ayer.

La aplastante victoria del candidato del FA, que alcanzó a más de 1 millón de votos individuales, pone a los partidos tradicionales de la ex Concertación, así como los de Chile Vamos (cuyo candidato logró individualmente solo 660 mil votos), ante un enorme desafío, tanto en materia presidencial -encarnadas en Chile Vamos sus ideas de centro derecha por un independiente proveniente desde fuera de sus filas y una sumatoria de sufragios de coalición inferior a la de Apruebo Dignidad- amén de una ex Concertación debilitada severamente en sus ejes socialdemócratas y socialcristianos que ponen cuesta arriba acuerdos con la izquierda de Boric-Jadue (FA-PC) para conformar una lista unitaria para las elecciones parlamentarias, en las que, además, los candidatos “tradicionales” seguramente serán desafiados por la nueva ola de aspirantes “no tradicionales” que se validarán en los buenos resultados que aquellos han tenido en las elecciones constituyentes y primarias.

El 18-O se ha ido instalando, pues, como un momentum que, con certeza, seguirá marcando la renovación del poder político del siglo XXI, no solo por la presión que impuso sobre las negociaciones partidistas del 15 de noviembre de 2019 y que conllevaron a la elección de una Convención Constituyente destinada a redibujar la nueva arquitectura de la democracia chilena, sino por la desvalorización que se observa de las orgánicas partidistas tradicionales enfrentadas a esos profundos cambios epocales que no solo han afectado a Chile, sino a muchos países del mundo, entre ellos, la estable Cuba socialista. Se observa a nivel global una diáspora que se evidencia en la masividad de las insubordinaciones ante el estatus vigente, las normas y disposiciones de los gobiernos, las órdenes de jerarquías partidarias sobrepasadas y la perplejidad que muestran las dirigencias políticas nacionales y partidistas frente a la ingobernabilidad militante y sordera ciudadana ante sus propuestas.

Tal vez no sea otra cosa que la crisis de un sistema político democrático republicano que, en el caso chileno, no obstante sus enormes avances de los últimos 30 años, quedó atrasado en un necesario reajuste ideológico-político ante las nuevas exigencias de la emergente vida social, económica y cultural del siglo XXI, con todos sus increíbles avances y cambios culturales; tal vez resultado de esas largas vacilaciones en modernizar las administraciones políticas, de concentrar, en vez de ampliar las decisiones hacia las bases ciudadanas, aprovechando las nuevas tecnologías de la información; tal vez producto de esa obvia incapacidad teórica para penetrar e internalizar políticamente lo más profundo de los requerimientos de una sociedad que, integrada al mundo, ya no es esa isla rodeada de hielos al sur, desierto al norte, mar al oeste y cordillera al este del siglo XIX, sino un dinámico centro atractor de centenares de miles de personas que buscan aquí un mejor destino; y, en fin, el cociente de una notable incomprensión sobre el hecho de que los proclamados cambios tan anunciados por tantos, ya están aquí, marcando el final de una época que está reorganizando, por sobre la voluntad de sus conductores y líderes, sus viejas estructuras verticales y patrísticas tan propias de la era industrial, avanzando sin pausas hacia una puesta al día de la democracia mediante un nuevo modo de hacer política para los ciudadanos que, gracias a haber nacido y crecido en democracia y libertad, valoran de modo radical su propia dignidad individual, legitiman su voluntad, intereses y deseos y los expresan, sin tapujos, en sus intercambios culturales, económicos, sociales y político. Menudo problema de administración tienen, pues, por delante, estas nuevas dirigencias políticas. (NP)

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